A las 11 de la mañana del 21 de noviembre de 2009, el Papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger de nacimiento, celebró un encuentro con artistas: participaron más de doscientos representantes de las artes plásticas, la música, el cine, el teatro, la arquitectura, la literatura y la poesía de todo el mundo (la lista completa figura más abajo). El encuentro fue promovido por el Pontificio Consejo de la Cultura con motivo del 10º aniversario de la Carta a los Artistas de Juan Pablo II (4 de abril de 1999) y del 45º aniversario del Encuentro con los Artistas de Pablo VI (7 de mayo de 1964). Reproducimos a continuación el discurso completo, en el que el pontífice se centró en lo que, a su juicio, debe serel papel del arte.
Con gran alegría os doy la bienvenida a este solemne lugar rico en arte y en recuerdos. Os saludo cordialmente a todos y cada uno de vosotros, y os agradezco que hayáis aceptado mi invitación. Con este encuentro, deseo expresar y renovar la amistad de la Iglesia con el mundo del arte, amistad consolidada a lo largo del tiempo, ya que el cristianismo, desde sus orígenes, ha comprendido bien el valor de las artes y ha utilizado hábilmente sus lenguajes multiformes para comunicar su inmutable mensaje de salvación. Esta amistad debe promoverse y apoyarse continuamente, para que sea auténtica y fecunda, se adapte a los tiempos y tenga en cuenta las situaciones y los cambios sociales y culturales. Esta es la razón de nuestro nombramiento. Agradezco de corazón a monseñor Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo pontificio de la cultura y de la Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia, por haberla promovido y preparado, junto con sus colaboradores, así como por las palabras que acaba de dirigirme. Saludo a los cardenales, obispos, sacerdotes y distinguidas personalidades presentes. Doy las gracias también a la Cappella Musicale Pontificia Sistina, que acompaña este momento significativo. Los protagonistas de este encuentro sois vosotros, queridos e ilustres artistas, pertenecientes a países, culturas y religiones diferentes, quizá incluso alejados de la experiencia religiosa, pero deseosos de mantener viva una comunicación con la Iglesia católica y de no restringir los horizontes de la existencia a la mera materialidad, a una visión reductora y trivializadora. Vosotros representáis el abigarrado mundo de las artes y, precisamente por eso, a través de vosotros quisiera transmitir a todos los artistas mi invitación a la amistad, al diálogo y a la colaboración.
Algunas circunstancias significativas enriquecen este momento. Recordemos el décimo aniversario de la Carta a los artistas de mi venerado predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II. Por primera vez, en vísperas del Gran Jubileo del Año 2000, este Pontífice, él mismo artista, escribió directamente a los artistas con la solemnidad de un documento pontificio y el tono amistoso de una conversación entre “quienes”, como dice el discurso, “con apasionada dedicación, buscan nuevas ’epifanías’ de belleza”. El mismo Papa, veinticinco años atrás, había proclamado al Beato Angelico patrón de los artistas, señalando en él un modelo de perfecta armonía entre fe y arte. Mi pensamiento se remonta entonces al 7 de mayo de 1964, hace cuarenta y cinco años, cuando, en este mismo lugar, tuvo lugar un acontecimiento histórico, fuertemente deseado por el Papa Pablo VI para reafirmar la amistad entre la Iglesia y las artes. Las palabras que pronunció en aquella ocasión resuenan aún hoy bajo la bóveda de esta Capilla Sixtina, tocando el corazón y el intelecto. “Os necesitamos”, dijo, “Nuestro ministerio necesita vuestra cooperación. Porque, como sabéis, Nuestro ministerio es predicar y hacer accesible y comprensible, más aún, conmovedor, el mundo del espíritu, de lo invisible, de lo inefable, de Dios. Y en esta operación... sois maestros. Es vuestro oficio, vuestra misión; y vuestro arte consiste en arrancar de los cielos del espíritu sus tesoros y revestirlos de palabras, de colores, de formas, de accesibilidad”(Insegnamenti II, [1964], 313). Tal era la estima de Pablo VI por los artistas, que se sentía movido a formular expresiones verdaderamente audaces: “Y si nos faltara vuestra ayuda -continuaba-, el ministerio se volvería tartamudo e incierto y necesitaría hacer un esfuerzo, digamos, para llegar a ser él mismo artístico, más aún, para llegar a ser profético. Para elevarse a la fuerza de la expresión lírica de la belleza intuitiva, necesitaría hacer coincidir el sacerdocio con el arte”(Ibid., 314). En aquella ocasión, Pablo VI se comprometió a “restablecer la amistad entre la Iglesia y los artistas”, y les pidió que la hicieran suya y la compartieran, analizando con seriedad y objetividad las razones que habían perturbado esta relación y asumiendo cada uno con valentía y pasión la responsabilidad de un renovado y profundo itinerario de conocimiento y diálogo, con vistas a un auténtico “renacimiento” del arte, en el contexto de un nuevo humanismo.
Ese encuentro histórico, como he dicho, tuvo lugar aquí, en este santuario de la fe y de la creatividad humana. Por tanto, no es casualidad que nos encontremos precisamente en este lugar, precioso por su arquitectura y sus dimensiones simbólicas, pero aún más por los frescos que lo hacen inconfundible, empezando por las obras maestras de Perugino y Botticelli, Ghirlandaio y Cosimo Rosselli, Luca Signorelli y otros, y terminando por las Historias del Génesis y el Juicio Final, obras sublimes de Miguel Ángel Buonarroti, que dejó aquí una de las creaciones más extraordinarias de toda la historia del arte. El lenguaje universal de la música también ha resonado aquí a menudo, gracias al genio de grandes músicos, que han puesto su arte al servicio de la liturgia, ayudando al alma a elevarse hacia Dios. Al mismo tiempo, la Capilla Sixtina es un singular tesoro de recuerdos, ya que es el escenario, solemne y austero, de acontecimientos que marcan la historia de la Iglesia y de la humanidad. Aquí, como sabéis, el Colegio cardenalicio elige al Papa; también yo viví, con inquietud y absoluta confianza en el Señor, el momento inolvidable de mi elección como Sucesor del apóstol Pedro.
Queridos amigos, dejemos que estos frescos nos hablen hoy, atrayéndonos hacia la meta última de la historia humana. El Juicio final, que está detrás de mí, nos recuerda que la historia humana es movimiento y ascensión, es tensión incesante hacia la plenitud, hacia la felicidad última, hacia un horizonte que supera siempre el presente a su paso. Sin embargo, por su dramatismo, este fresco pone también ante nuestros ojos el peligro de la caída final del hombre, una amenaza que se cierne sobre la humanidad cuando se deja seducir por las fuerzas del mal. El fresco lanza, pues, un fuerte grito profético contra el mal; contra toda forma de injusticia. Pero para los creyentes, Cristo resucitado es el Camino, la Verdad y la Vida. Para quienes le siguen fielmente, es la Puerta que nos introduce en ese “cara a cara”, en esa visión de Dios de la que brota sin límites la felicidad plena y definitiva. Miguel Ángel ofrece así a nuestra visión el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin de la historia, y nos invita a recorrer el camino de la vida con alegría, valor y esperanza. La belleza dramática del cuadro de Miguel Ángel, con sus colores y sus formas, se convierte así en un anuncio de esperanza, una poderosa invitación a elevar la mirada hacia el horizonte último. El vínculo profundo entre belleza y esperanza constituyó también el núcleo esencial del sugestivo Mensaje que Pablo VI dirigió a los artistas en la clausura del Concilio Ecuménico Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965: “A todos vosotros -proclamó solemnemente- la Iglesia del Concilio os dice con nuestra voz: si sois amigos del verdadero arte, sois nuestros amigos”(Enchiridion Vaticanum, 1, p. 305). Y añadía: “Este mundo en el que vivimos tiene necesidad de la belleza para no hundirse en la desesperación. La belleza, como la verdad, es lo que alegra el corazón de los hombres, es ese fruto precioso que resiste al desgaste del tiempo, que une a las generaciones y las hace comulgar en admiración. Y esto gracias a vuestras manos... Recordad que sois los custodios de la belleza en el mundo”(Ibid.).
La época actual está marcada, por desgracia, no sólo por fenómenos negativos a nivel social y económico, sino también por un debilitamiento de la esperanza, por una cierta desconfianza en las relaciones humanas, por lo que crecen los signos de resignación, agresividad y desesperación. El mundo en que vivimos, pues, corre el riesgo de cambiar de rostro a causa de la no siempre sabia labor del hombre que, en lugar de cultivar su belleza, explota sin conciencia los recursos del planeta en beneficio de unos pocos y no pocas veces desfigura sus maravillas naturales. ¿Qué puede devolver el entusiasmo y la confianza, qué puede animar al alma humana a reencontrar su camino, a levantar la vista al horizonte, a soñar con una vida digna de su vocación, sino la belleza? Sabéis muy bien, queridos artistas, que la experiencia de la belleza, de la belleza auténtica, no efímera ni superficial, no es algo accesorio o secundario en la búsqueda del sentido y de la felicidad, porque tal experiencia no aleja de la realidad, sino que, por el contrario, lleva a una confrontación estrecha con la vida cotidiana, a liberarla de la oscuridad y a transfigurarla, a hacerla luminosa, bella.
En efecto, una función esencial de la verdadera belleza, ya señalada por Platón, consiste en comunicar al hombre un “choque” saludable, que le saca de sí mismo, le arranca de la resignación, de laacomodamiento de lo cotidiano, también le hace sufrir, como un dardo que le hiere, pero precisamente así le “despierta” abriéndole de nuevo los ojos del corazón y de la mente, dándole alas, impulsándole hacia arriba. La expresión de Dostoievski que voy a citar es sin duda audaz y paradójica, pero invita a la reflexión: “La humanidad puede vivir -dice- sin ciencia, puede vivir sin pan, pero sólo sin belleza ya no podría vivir, porque ya no habría nada que hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí”. El pintor Georges Braque le hace eco: “El arte está hecho para perturbar, mientras que la ciencia tranquiliza”. La belleza golpea, pero precisamente así devuelve al hombre a su destino último, le pone de nuevo en camino, le llena de nueva esperanza, le da el valor de vivir plenamente el don único de la existencia. La búsqueda de la belleza de la que hablo claramente no consiste en ninguna huida hacia lo irracional o el mero esteticismo.
Con demasiada frecuencia, sin embargo, la belleza que se propaga es ilusoria y mendaz, superficial y deslumbrante hasta el vértigo, y en lugar de sacar a las personas de sí mismas y abrirlas a horizontes de verdadera libertad atrayéndolas hacia arriba, las aprisiona en su interior y las hace aún más esclavas, privadas de esperanza y de alegría. Es una belleza seductora pero hipócrita, que reaviva la lujuria, el deseo de poder, de posesión, de avasallar a los demás, y que pronto se convierte en su contrario, adoptando los rostros de la obscenidad, la transgresión o la provocación como fin en sí mismo. La auténtica belleza, en cambio, abre el corazón humano a la nostalgia, al deseo profundo de conocer, de amar, de ir hacia el Otro, hacia el Más Allá. Si aceptamos que la belleza nos toca íntimamente, nos hiere, nos abre los ojos, entonces redescubrimos la alegría de la visión, de la capacidad de captar el sentido profundo de nuestra existencia, el Misterio del que formamos parte y del que podemos extraer la plenitud, la felicidad, la pasión del compromiso cotidiano.Juan Pablo II, en su Carta a los artistas, cita, a este respecto, este verso de un poeta polaco, Cyprian Norwid: “La belleza es entusiasmar para trabajar, / el trabajo es elevarse” (n. 3). Y más adelante añade: “Como búsqueda de la belleza, fruto de una imaginación que va más allá de lo cotidiano, el arte es, por su propia naturaleza, una especie de apelación al Misterio. Incluso cuando escruta las profundidades más oscuras del alma o los aspectos más chocantes del mal, el artista se convierte de algún modo en la voz de la expectativa universal de redención” (nº 10). Y en la conclusión afirma: “La belleza es un signo de misterio y una llamada a lo trascendente” (n. 16).
Estas últimas expresiones nos incitan a dar un paso adelante en nuestra reflexión. La belleza, desde la que se manifiesta en el cosmos y en la naturaleza hasta la que se expresa a través de las creaciones artísticas, precisamente por su característica de abrir y ensanchar los horizontes de la conciencia humana, de enviarla más allá de sí misma, de asomarse al abismo del Infinito, puede convertirse en un camino hacia lo Trascendente, hacia el Misterio último, hacia Dios. El arte, en todas sus expresiones, cuando se enfrenta a las grandes cuestiones de la existencia, a los temas fundamentales de los que se deriva el sentido de la vida, puede adquirir un significado religioso y transformarse en un camino de profunda reflexión interior y espiritualidad. Esta afinidad, esta sintonía entre el camino de la fe y el itinerario artístico, queda atestiguada por un número incalculable de obras de arte que tienen como protagonistas a los personajes, las historias, los símbolos de ese inmenso depósito de “figuras” -en sentido amplio- que es la Biblia, la Sagrada Escritura. Las grandes narraciones, temas, imágenes y parábolas bíblicas han inspirado innumerables obras maestras en todos los sectores de las artes, del mismo modo que han hablado al corazón de cada generación de creyentes a través de las obras de artesanía y arte local, no menos elocuentes y atractivas.
Se habla, a este respecto, de una via pulchritudinis, un camino de belleza que constituye a la vez una vía artística, estética, y un itinerario de fe, de búsqueda teológica. El teólogo Hans Urs von Balthasar abre su gran obra titulada Gloria. Una estética teológica con estas evocadoras expresiones: “Nuestra palabra inicial se llama belleza. La belleza es la última palabra que el intelecto pensante puede atreverse a pronunciar, porque no hace más que coronar, como un halo de esplendor inasible, la doble estrella de la verdad y del bien y su indisoluble relación”. Y añade: “Es la belleza desinteresada sin la cual el mundo antiguo era incapaz de comprenderse a sí mismo, pero que se ha alejado de puntillas del mundo moderno de los intereses, para abandonarlo a su penumbra y perdición. Es la belleza que ya no es amada ni apreciada ni siquiera por la religión”. Y concluye: “Aquel que, al oír su nombre, arruga los labios con una sonrisa, juzgándola como la baratija exótica de un pasado burgués, de él se puede estar seguro de que -secreta o abiertamente- ya no es capaz de rezar y, pronto, ni siquiera de amar”. El camino de la belleza nos lleva, pues, a captar el Todo en el fragmento, el Infinito en lo finito, Dios en la historia humana. Simone Weil escribió a este respecto: “En todo lo que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de la belleza, está realmente la presencia de Dios. Hay casi una especie de encarnación de Dios en el mundo, de la que la belleza es el signo. La belleza es la prueba experimental de que la encarnación es posible. Por eso todo arte de primer orden es, por esencia, religioso”. Aún más ásica es la afirmación de Hermann Hesse: “Arte significa: dentro de todo mostrar a Dios”. Haciéndose eco de las palabras del Papa Pablo VI, el Siervo de Dios Juan Pablo II reafirmó el deseo de la Iglesia de renovar el diálogo y la colaboración con los artistas: "Para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado, la Iglesia tiene necesidad del arte"(Carta a los artistas, nº. 12); pero inmediatamente preguntó: “¿El arte necesita a la Iglesia?”, exhortando así a los artistas a encontrar en la experiencia religiosa, en la revelación cristiana y en el “gran códice” que es la Biblia una fuente de inspiración renovada y motivada.
Queridos artistas, al concluir, también yo quisiera dirigiros, como hizo mi predecesor, un llamamiento cordial, amistoso y apasionado. Sois custodios de la belleza; tenéis, gracias a vuestro talento, la capacidad de hablar al corazón de la humanidad, de tocar la sensibilidad individual y colectiva, de suscitar sueños y esperanzas, de ampliar los horizontes del saber y del quehacer humano. Por tanto, ¡agradeced los dones que habéis recibido y sed plenamente conscientes de la gran responsabilidad de comunicar la belleza, de comunicar en la belleza y a través de la belleza! A través de vuestro arte, sed heraldos y testigos de esperanza para la humanidad. ¡Y no tengáis miedo de enfrentaros a la fuente primera y última de la belleza, de dialogar con los creyentes, con los que, como vosotros, se sienten peregrinos en el mundo y en la historia hacia la Belleza infinita! La fe no quita nada a tu genio, a tu arte, al contrario, los exalta y alimenta, los anima a cruzar el umbral y a contemplar con ojos fascinados y conmovidos la meta última y definitiva, el sol sin ocaso que ilumina y hace bello el presente.
San Agustín, poeta enamorado de la belleza, reflexionando sobre el destino último del hombre y casi comentando ante litteram la escena del Juicio que hoy tenéis ante vuestros ojos, escribió: “Gozaremos, pues, oh hermanos, de una visión jamás contemplada por los ojos, jamás oída por los oídos, jamás imaginada por la imaginación: una visión que supera toda belleza terrena, la del oro, la plata, los bosques y los campos, el mar y el cielo, el sol y la luna, las estrellas y los ángeles; la razón es ésta: que es la fuente de toda otra belleza”(In Ep. Jo. Tr. 4,5: PL 35, 2008). Os deseo a todos, queridos artistas, que llevéis esta visión en vuestros ojos, en vuestras manos, en vuestros corazones, para que os dé alegría e inspire siempre vuestras bellas obras. Al bendeciros de corazón, os saludo, como hizo Pablo VI, con una sola palabra: ¡adiós!
A continuación figura la lista de los artistas que participaron en el encuentro
Pintura y Escultura: Gustavo Aceves; Roberto Almagno; Getulio Alviani; Tito Amodei; Kengiro Azuma; Marco Bagnoli; Caspar Berger; Venancio Blanco; Cecco Bonanotte; John Martin Borg; Christoph Brech; Amedeo Brogli; Carlo Busiri Vici; Angelo Canevari; Antonella Cappuccio; Nicola Carrino; Bruno Ceccobelli; Sandro Chia; Alfredo Chiappori; Roberto Ciaccio; Max Cole; Clelia Cortemiglia; Ugo Cortesi; Nicola De Maria; Lucio Del Pezzo; Giuseppe Ducrot; Giosetta Fioroni; Giuseppe Gallo; Gino Giannetti; Laurent Grasso; Emilio Isgrò; Pierluigi Isola; Mimmo Jodice; Roberto Joppolo; Anish Kapoor; Adam Kisleghi Nagy; Jannis Kounellis; Ernesto Lamagna; Felice Levini; Bruno Liberatore; Sergio Lombardo; Trento Longaretti; Carlo Lorenzetti; Giuseppe Maraniello; Paolo Marazzi; Eliseo Mattiacci; Igor Mitoraj; John David Mooney; Alessandro Nastasio; Armanda Negri; Ugo Nespolo; Mimmo Paladino; Giulio Paolini; Benedetto Pietrogrande; Cristiano Pintaldi; Ezio Pollai; Arnaldo Pomodoro; Massimo Pulini; Oliviero Rainaldi; Lucia Romualdi; Filippo Rossi; Marco Nereo Rotelli; Marco Rupnik; Sandro Sanna; Ulisse Sartini; Sebastian Sinisca; Mauro Staccioli; Laura Stocco; Alberto Sughi; Marco Tirelli; Natalia Tsarkova; Valentino Vago; Teodorus van Kampen; Giuliano Vangi; Grazia Varisco; Claudio Verna; Guido Veroi; Bill Viola; Simona Weller; Aleksandr Zvjagin.
Arquitectura: Eugenio Abruzzini; Sandro Benedetti; Mario Botta; Bruno Bozzini; Saverio Busiri Vici; Santiago Calatrava LLC; David Chipperfield; Vittorio Gregotti; Nathalie Grenon; Zaha Hadid; Daniel Libeskind; Pier Paolo Maggiora; Lucio Passarelli; Antonio Piva; Paolo Portoghesi; Pietro Sartogo; Tommaso Scalesse; Oswald Mathias Ungers.
Literatura y Poesía: Eraldo Affinati; Edoardo Albinati; Alberto Arbasino; Alberto Bevilacqua; Elena Bono; Laura Bosio; Ferdinando Camon; Piero Citati; Giuseppe Conte; Maurizio Cucchi; Florence Delay; Luca Desiato; Luca Doninelli; Alain Elkann; Ernesto Ferrero; Sergio Givone; Vivian Lamarque; Franco Loi; Luciano Luisi; Claudio Magris; Paola Mastrocola; Margaret Mazzantini; Lorenzo Mondo; Roberto Mussapi; Salvatore Niffoi; Ciaran O’ Coigligh; Ferruccio Parazzoli; Daniele Piccini; Davide Rondoni; Susanna Tamaro; Maria Travia Morricone; Liudmila Ulitskaya; Patrizia Valduga; Alessandro Zaccuri.
Música y canto: Vadim Ananiev; Claudio Baglioni; Martin Baker; Mite Balduzzi; Domenico Bartolucci; Andrea Bocelli; Angelo Branduardi; Bruno Cagli; Michele Campanella; Roberta Canzian; Riccardo Cocciante; Flavio Colusso; Daniela Dessì; Marco Frisina; Roberto Gatto; Gianluigi Gelmetti; Adriano Guarnirei; Angela Hewitt; I Pooh; Jean-Paul Lecot; Monica Leone; Giuseppe Liberto; Alma Manera; Valentin Miserachs Grau; Ennio Morricone; Carsten Nicolai; Marcello Panni; Arvo Part; Vincent Paulet; Roberto Prosseda; Enrico Rava; Claudio Scimone; Alvaro Siviero; Amii Stewart; Fabio Vacchi; Antonello Venditti; Bruno Venturini.
Cine, Teatro, Danza, Fotografía: F. Murray Abraham; Aurelio Amendola; Enrica Antonioni; Adriana Asti; Pupi Avati; Lino Banfi; Gabriele Basilico; Marco Bellocchio; Rachid Benhadj; Paolo Benvenuti; Mahesh Bhatt; Pooja Bhatt; Alessio Boni; Francesca Calvelli; Lino Capolicchio; Sergio Castellitto; Liliana Cavani; Vincenzo Cerami; Giovanni Chiaramonte; Liliana Cosi; Maddalena Crippa; Silvia D’Amico; Caterina D’Amico; Luca De Filippo; Roberto De Simone; Piera Degli Esposti; Bruno Delbonnel; Osvaldo Desideri; Francesco Escalar; Dante Ferretti; Arnoldo Foà; Jon Fosse; Carla Fracci; Matteo Garrone; Valeria Golino; Peter Greenway; Ugo Gregoretti; Philip Gr`ning; Tonino Guerra; Eleonora Guerra; Monica Guerritore; Roberto Herlitzka; Terence Hill; Micha van Hoeke; Claudia Koll; Giulia Lazzarini; Virna Lisi; Carlo Lizzani; Francesca Lo Schiavo; Samuel Maoz; Citto Maselli; David L. Miller; Mario Monicelli; Giuliano Montaldo; Laura Morante; Nanni Moretti; Lucilla Morlacchi; Franco Nero; Salvatore Nocita; Garin Nugroho; Gabriella Pescucci; Marco Pontecorvo; Giacomo Poretti; Anna Proclemer; Gianni Quaranta; Massimo Ranieri; Luca Ronconi; Giuseppe Rotunno; Maurizio Scaparro; Giacomo Scarpelli; Furio Scarpelli; Ettore Scola; Ballakè Sissoko; Aleksandr N. Sokurov; Ferruccio Soleri; Paolo Sorrentino; Marinel Stefanescu; Peter Stein; Andrej jr. Tarkovsky; Paolo Taviani; Stephen Verona; Pamela Villoresi; Bob Wilson; Krzysztof Zanussi; Franco Zeffirelli.
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