Al final, el nombre elegido para el Ministerio de Bienes y Actividades Culturales fue el de Massimo Bray: originario de Lecce, nacido en 1959, el recién nombrado ministro estudió en Florencia, vive en Roma y entre sus experiencias profesionales cuenta con la dirección editorial delInstituto de la Enciclopedia Italiana y la presidencia de la Fundación Notte della Taranta. Entró en el Parlamento, entre las filas del PD, tras las últimas elecciones. Por último, mantiene un blog en el que habla de cultura en la edición italiana del Huffington Post: un detalle, en mi opinión, de no poca importancia, porque en su blog se le ha visto a veces responder a los comentarios de los usuarios, señal de que Massimo Bray podría mostrarse abierto a la confrontación directa. Confrontación directa que podría hacer de Massimo Bray un símbolo del cambio, dado que hasta ahora siempre hemos estado acostumbrados a una política bastante reacia a comprometerse directamente con los ciudadanos.
Podemos decir que la cultura ha hecho bastante bien con el nombramiento de Massimo Bray. Es una figura que tiene experiencia en su campo, algo que no se da del todo por descontado en este Gobierno recién formado, y es una figura nueva en la política, aunque su proximidad a Massimo D’Alema tiene una vida discretamente más larga que su actividad parlamentaria, que comenzó, como ya se ha dicho, justo después de las últimas elecciones: Massimo Bray es, de hecho, también redactor jefe de la revista Italianieuropei, órgano de la fundación de cultura política del mismo nombre, que nació por iniciativa de varias personalidades políticas, entre ellas, precisamente, D’Alema, que es el presidente de la fundación.
La tarea de Massimo Bray no será fácil: en primer lugar porque con el gobierno que acaba de formarse, ciertas presencias sugieren que Bray no está ciertamente en buena compañía. Y luego porque tendrá que levantar la suerte de una MiBAC que, desde Buttiglione en adelante, parece haber sido casi aniquilada y haber perdido importancia. Para devolver a la cultura el peso que le corresponde en el destino de nuestro país, necesitaremos no sólo competencia, de la que sin duda no carecerá el nuevo ministro, sino también la firmeza y la decisión necesarias para devolver a la cultura un papel central en la vida del país tras años en los que ha sido relegada a un segundo plano con continuos recortes que han llevado a Italia a ser el país de Europa que menos invierte en cultura1.
Desde este punto de vista, Massimo Bray, por el momento, es un buen augurio: en un post de su blog fechado el 5 de febrero de este año, hablaba precisamente del tema de la inversión en cultura. Bray escribe: "Invertir en cultura significa invertir en el futuro. [...] La cultura y la educación son los cimientos sobre los que crear una Italia competitiva, capaz de definir condiciones de partida iguales para todos, indispensables para permitir que el talento se exprese y contribuya al bien común. [...] En cambio, las inversiones en cultura y educación, que son una condición esencial para el crecimiento, a menudo se han visto frustradas por visiones a corto plazo, siempre ligadas no a proyectos sino a la lógica de las urgencias extraordinarias y a la idea, aunque justificada, de que el dinero invertido debe garantizar inmediatamente el empleo y el turismo. La inversión en cultura genera riqueza y empleo, pero ante todo debe estar destinada a preservar y valorizar nuestro increíble patrimonio. En definitiva, no es sólo una cuestión de financiación, sino de calidad del gasto y de capacidad de planificación"2. Por ello, sentimos profundamente la necesidad de un ministro capaz de llevar adelante estas ideas, que no son más que las ideas de los de dentro y las ideas de los de abajo.
Se trata, sin duda, de una forma diferente de ver la cultura que la de Ilaria Borletti Buitoni, que hasta hace unas horas parecía ser la candidata en la pole position para el puesto de ministra y que en su página web habla de cultura más en términos de turismo, entretenimiento y actividades culturales que en términos de educación, inversión y desarrollo. Desde luego, no pensamos que el turismo tenga una importancia secundaria para el país. Pero estamos firmemente convencidos de que la cultura, antes incluso de ser una atracción turística, debe ser una herramienta educativa y de formación, porque sin cultura y, por tanto, sin educación, tampoco puede haber desarrollo y progreso.
Y hablando de turismo: la amalgama del Ministerio de Patrimonio y Actividades Culturales con el Ministerio de Turismo ha causado y seguramente causará debate. ¿Qué podemos deducir de esta elección? Por el momento todo y nada: puede ser una señal positiva en la medida en que el nuevo gobierno podrá pensar en lanzar políticas serias para relanzar el turismo en nuestro país, lo que hace mucha falta, pero también puede ser una señal negativa cuando los aspectos educativos de la cultura se subordinan a los del turismo. Ayer intentamos suscitar un debate sobre este tema en nuestra página de Facebook, y las opiniones fueron dispares. Hubo quienes dijeron estar contentos con la elección porque se alegraban de que el nuevo Gobierno pudiera considerar la idea de hacer que la valorización del patrimonio cultural y el turismo sostenible fueran de la mano, hubo quienes vieron en la amalgama una señal útil porque supondrá una reducción del gasto, y hubo quienes más simplemente vieron la iniciativa como una novedad que inevitablemente mejorará la situación de un patrimonio cultural que ha caído en una profunda oscuridad. Sin embargo, también hay quienes, como nuestra Chiara Zucchellini, expresan su perplejidad por el hecho de que dos áreas, como el patrimonio cultural y el turismo, que necesitan competencias diferentes y cada una políticas dedicadas, como sectores en crisis y necesitados de revitalización, requieran dos ministerios diferentes. Porque es cierto que el patrimonio cultural y el turismo a menudo se solapan, pero una amalgama correría el riesgo de crear una situación en la que no se prestara suficiente atención a los dos sectores. Por no hablar de que la función formativa y educativa de la cultura podría quedar relegada a un segundo plano. Pero dadas las declaraciones de intenciones de Massimo Bray, confiamos en que esto no ocurra.
Finalmente, hay un último aspecto a considerar: el del papel de lo público y lo privado en la gestión del patrimonio cultural del país. De nuevo, otra entrada de Massimo Bray en su blog contiene una consideración al respecto: "Los bienes culturales son bienes comunes, y como tales deben ser devueltos a la esfera pública, lo que no significa ponerlos bajo el control directo de la política, sino ser conscientes de que su conservación y uso deben ser siempre en interés de la comunidad. La cultura así entendida no es una mercancía que pueda comprarse y venderse, apreciarse o depreciarse según la utilidad del momento"3. En una Italia en la que últimamente la cultura se ha plegado cada vez más a las lógicas del marketing, en una Italia en la que últimamente el patrimonio cultural se considera cada vez más una mercancía que se intercambia o se alquila, es necesaria una gran renovación, y esperamos firmemente que Massimo Bray pueda ser el gran intérprete de esta renovación.
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