Jimmie Durham, uno de los artistas más importantes del mundo, falleció ayer en Berlín a la edad de 81 años. La noticia fue confirmada por Mónica Manzutto, cofundadora de la galería mexicana Kurimanzutto, que representaba al artista. Por el momento se desconocen las causas del fallecimiento de Durham. Nacido en Houston (Texas) en 1940, se había trasladado a Europa en 1994. Escultor, pero también poeta y ensayista, fue conocido también como activista de los derechos civiles de los afroamericanos y los nativos americanos en los años 60 y 70, y sobre este sustrato fundó su práctica artística con la que pretendía deconstruir los elementos fundadores y los estereotipos de la cultura occidental.
El inicio de su carrera artística se remonta a 1965, año de su primera exposición individual en Austin (Texas). En 1969 se trasladó a Ginebra para estudiar en la École des Beaux-Arts local, y regresó a Estados Unidos en 1973: Durham se hizo miembro del American Indian Movement (AIM), y en esa época también empezó a presentar la imagen de sí mismo como persona de ascendencia nativa (en concreto, durante mucho tiempo había afirmado tener orígenes cheroquis: orígenes que más tarde fueron cuestionados por representantes del pueblo cheroqui). Tras siete años trabajando con AIM, Durham se trasladó a Nueva York y su carrera artística dio un giro: empezó a crear esculturas que pretendían ir más allá de las representaciones tradicionales de los nativos y tuvo éxito en la que entonces era la capital artística del mundo. Sus esculturas triunfaron también por su particular lenguaje y por el uso de materiales inusuales: cráneos de animales, plumas, conchas y elementos naturales, a veces acompañados de textos irónicos, y utilizados para reflexionar sobre los estereotipos que rodeaban la representación de los pueblos nativos.
Posteriormente fue director, de 1981 a 1983, de la Fundación para la Comunidad de Artistas de Nueva York, escribió poemas y artículos, y volvió a trasladarse, esta vez a Cuernavaca (México), en 1987. Entre tanto, su éxito se hizo planetario y expuso en la Bienal de Whitney, la documenta IX, el Museum van Hedendaagse Kunst de Amberes y el Palais des Beaux-Arts de Bruselas. Tras mudarse a Berlín en 1994, se trasladó de nuevo a Nápoles: Durham seguiría siempre muy vinculado a Italia. En las décadas de 1990 y 2000 siguió acumulando éxitos y exposiciones en los principales museos del mundo, hasta que en la última Bienal de Venecia (2019) recibió el máximo galardón, el León de Oro a la Trayectoria. La Bienal de 2019 fue la última de una larga serie: había expuesto en Venecia en 1999, 2001, 2003, 2005 y 2013. Y luego otra vez dos ediciones de documenta (1992 y 2012), tres de la Bienal de Whitney (1993, 2003 y 2014), dos de la Bienal de Estambul (1997 y 2013).
“Haciendo uso de una pluralidad de lenguajes, como el dibujo, la escritura, el vídeo, la performance y principalmente la escultura”, se lee en la web de Madre de Nápoles, el museo que alberga las obras de Durham y donde la artista estadounidense ha expuesto en dos ocasiones, en 2008 y 2012, “Durham orquesta símbolos culturales y presencias objetuales puras, en una dialéctica constante entre la belleza y su deconstrucción. [...] Entre los materiales recurrentes en la práctica escultórica, instalativa y performativa de Durham se encuentran la piedra y el canto rodado, que adquieren un valor simbólico o realizan una acción plástica. En muchas de sus obras, los símbolos de la contemporaneidad y el bienestar (muebles, frigoríficos, coches o aviones), aparecen aplastados bajo el peso de piedras y cantos rodados, que Durham ha descrito como referencias a la arquitectura, una disciplina que el artista interpreta críticamente como una estructura que nos engaña para que vivamos en la estabilidad y que, en contraste con la naturaleza, crea en cambio un orden que empuja a los hombres hacia una repetitividad infinita de gestos y hábitos”.
Entre las exposiciones individuales que han contado con la obra de Durham, además de las dos en Madre mencionadas anteriormente, se encuentran las del Hammer Museum de Los Ángeles y el Walker Art Center de Minneapolis (2017-2018), así como exposiciones en el MAXXI de Roma (2016), en la Serpentine Gallery de Londres (2015), en el Neuer Berliner Kunstverein (nbk) (2015), en la Fondazione Querini Stampalia de Venecia (2015), en el ICA de Londres, y luego las retrospectivas en el Museum van Hedendaagse Kunst de Amberes (2012), el Musée d’Art moderne de la Ville de París (2009), el MAC de Marsella y el Gemeentemuseum de La Haya (2003).
En la motivación del León de Oro a la Trayectoria, el comisario de la exposición internacional de esa edición, Ralph Rugoff, dijo: “He nominado a Jimmie Durham para el León de Oro a la Trayectoria de la 58ª. Exposición Internacional de Arte por sus notables logros en el campo del arte a lo largo de los últimos sesenta años y, en particular, por su manera de hacer un arte que es a la vez crítico, humorístico y profundamente humanista”. La primera exposición individual de Durham, artista, intérprete, ensayista y poeta, se celebró en 1965 (quizá deberíamos concederle dos premios a toda una vida en este punto). Su variada práctica abarca desde el dibujo al collage, pasando por la fotografía y el vídeo, aunque sus obras más conocidas son construcciones escultóricas, a menudo realizadas con materiales naturales y objetos cotidianos de escaso valor que evocan historias particulares. Sus esculturas suelen ir acompañadas de textos que comentan de forma desenfadada pero incisiva las perspectivas y prejuicios eurocéntricos. Su obra, que denuncia con insistencia los límites del racionalismo occidental y la inutilidad de la violencia, también se ha detenido a menudo en la opresión y los malentendidos perpetrados por las potencias coloniales contra distintas poblaciones étnicas de todo el mundo. Aunque Durham trata este material con gran habilidad y ligereza, también produce una crítica aguda cargada de perspicacia e ingenio, destruyendo con astucia las nociones reductoras de autenticidad. Desde hace cincuenta años, Durham encuentra formas siempre nuevas, inteligentes y eficaces de abordar las fuerzas políticas y sociales que siempre han configurado el mundo en que vivimos. Al mismo tiempo, sus aportaciones a las artes se consideran excepcionales por su originalidad formal y conceptual, por la facilidad con que sabe mezclar partes disonantes y perspectivas alternativas, y por su irreprimible carácter lúdico. Sus obras nos conmueven y nos deleitan de un modo totalmente imprevisible. Todo lo que crea el artista nos recuerda que “la empatía forma parte de la imaginación y la imaginación es el motor de la inteligencia”, por citar sus propias palabras. Esa inteligencia profundamente empática irradia de sus obras como rayos de luz invisibles, iluminando y cambiando la forma de ver de todos aquellos que tienen la suerte de toparse con ellas".
En la foto, Jimmie Durham. Foto Bienal de Venecia
Adiós a Jimmie Durham, el gran artista que denunció los límites del racionalismo occidental |
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