Todos somos viajeros. Sobre el libro "Psicología del viajero" de Remo Carulli


¿Cómo puede definirse el concepto de viaje? ¿Qué cambios se producen en la mente del viajero? ¿Se puede viajar sin moverse? El excelente libro de Remo Carulli "Psicología del viajero" es una fascinante exploración de las razones profundas que nos impulsan a viajar.

Definir qué es un viaje es una tarea bastante sencilla, al menos en apariencia: por “viaje” se suele entender el desplazamiento desde el lugar de residencia, permanente o temporal, a otro lugar, que uno imagina la mayoría de las veces lejano o, al menos, alcanzable ocupando una parte sustancial de la jornada. La verdad del asunto, sin embargo, es otra: cada cual entiende el concepto de “viaje” un poco como quiere. A riesgo de pronunciar una perogrullada, un desplazamiento de un lugar A a un lugar B puede no ser identificado como un “viaje” por todo el mundo, o al menos no todo el mundo está mentalmente dispuesto de la misma manera hacia el mismo recorrido. Dentro del estrecho horizonte de mis hábitos personales, puedo decir que mi definición está anclada en los motivos del viaje: si tengo que desplazarme a otro lugar por motivos de trabajo, no importa si es un lugar al que se puede llegar en media hora o si está en la otra punta del mundo, he tomado la costumbre de referirme a este tipo de desplazamiento con el término “viaje”. Si el desplazamiento es por puro placer, entonces se convierte en “vacaciones”. Si es por ambos motivos, cuenta la dimensión predominante o prioritaria. Por “viaje” suelo entender todo lo que ocurre entre la salida y el destino, siempre que el destino esté al menos a más de dos horas de la base y no sea un lugar habitual.

Creo que esta forma de entender el viaje tiene más que ver con la experiencia que debe aportar un viaje que con el desplazamiento físico que todo viaje conlleva. Al fin y al cabo, es habitual creer que un viaje es una actividad que suele enriquecer a quien la emprende. Ahora bien, no sé quién fue el primero en afirmar que es posible viajar a cualquier parte sin viajar realmente, y que por el contrario también se puede viajar alrededor de la propia casa, pero para enmarcar el concepto viene al rescate un fragmento de la Fábula pitagórica de Giorgio Manganelli: "El viaje está hecho ante todo de sí mismo. Es un espacio longitudinal, dentro del cual, como en una grieta del planeta, caen imágenes, perfiles, palabras, sonidos, monumentos y briznas de hierba. Uno puede recorrer diez mil millas sin haber viajado; uno puede dar un paseo, y el paseo puede convertirse en esa fisura, ser un viaje.

Por supuesto, me resulta difícil pensar en un paseo como en un viaje, por mucho que mi ideal de “viajero” se parezca, aunque en aparente contraste con lo anterior, a la flâneur acostumbrado a ser turista en su propia ciudad, o en aquellas que acostumbra a frecuentar, que al trotamundos incansable, ocupado en actualizar el recuento de países visitados, y que a menudo vive y trabaja en función de su próximo viaje. Cabe suponer, sin embargo, que hay un elemento común a cualquier viaje, desde el más aventurero, extravagante y exótico hasta el más banal, repetitivo y ordinario: todo viaje tiene que ver, en mayor o menor medida, con las dimensiones de la imaginación, la memoria, la fantasía y la estimulación de los sentidos. Esto es lo que escribe Remo Carulli, psicólogo, psicoterapeuta y experto en literatura odeportiva (también es un prolífico autor para Lonely Planet), en su libro Psicologia del viaggiatore (Gesualdo Edizioni). Un viaje, incluso antes de ser un movimiento a través del espacio, es un movimiento dentro de nosotros mismos: llevando este concepto al extremo, se podría decir que es posible viajar incluso estando sentado en casa. En el refinado libro de Carulli, repleto de cultas referencias literarias, partimos de un par de ejemplos extremos. El primero es el del joven Des Esseintes, de Huysmans, que impulsado por el deseo de visitar Londres decide, antes de tomar el tren a Inglaterra, detenerse en un restaurante inglés de su París natal: recordando, sin embargo, la desilusión de su anterior viaje a Holanda, que había acabado considerando “un país como cualquier otro” a pesar de sus expectativas, y tan atraído por la y tan atraído por la variada humanidad que entraba y salía del restaurante que no podía despegarse, acabó cancelando el viaje, preguntándose “para qué moverse cuando se podía viajar tan magníficamente en una silla”. El segundo es el Viaje alrededor de mi habitación, de Xavier de Maistre, un comentario en cuarenta y dos capítulos sobre la habitación del escritor, un lugar donde los objetos agitan los recuerdos del autor, le recuerdan historias, le inducen a especulaciones filosóficas.

Remo Carulli, Psicología del viajero (2022)
Remo Carulli, Psicología del viajero (2022)

Controcorrente y Viaggio intorno alla mia camera no deben clasificarse exactamente en la literatura de viajes, pero son sumamente eficaces para demostrar que “si no suscitara algo íntimo, el viaje no sería viaje”, escribe Carulli. Si no suscitara en nuestra mente el mismo dinamismo que caracteriza el desarrollo de la materialidad del mundo, pertenecería a otra categoría de fenómenos". No hay viaje que no produzca un cambio interior, por leve o pequeño que sea. Uno puede volver de un viaje de negocios satisfecho, habiendo contribuido al crecimiento de su empresa o habiendo aprendido algo, o por el contrario, puede volver decepcionado y frustrado, y en cualquier caso el viaje habrá tenido un efecto, positivo o negativo, o al menos habrá aumentado su carga de experiencia. Se puede volver de vacaciones relajado o incluso más agitado que antes, y en cualquier caso se habrá producido un cambio en la mente, aunque sólo sea porque los ojos se han alimentado con nuevas imágenes. También ocurre durante viajes aparentemente más regulares, más mecánicamente organizados, aunque el estado de ánimo de uno no sea, digamos, el de un Prosper Mériméy que, en una de las cartas de su Viaje a España, lamentaba no haber conocido a los bandoleros de los que tanto había oído hablar, creyendo que sacrificar una bolsa de viaje y algunas de sus pertenencias era un precio que valía la pena pagar a cambio de la oportunidad de conocer a esos infames matones, de darse cuenta de cómo vivían, de escuchar tal vez algunas de sus historias. No: incluso una semana en la ciudad de vacaciones de Sharm el-Sheikh, a pesar de los prejuicios de los amantes de los viajes más insólitos o más atrevidos, no puede excluirse, según Carulli, de la experiencia del viaje, por más que sea indiscutiblemente más “aguada” que las peripecias de quien, por ejemplo, opta por recorrer el Nilo con una mochila. Y es que, a pesar de “las limitaciones de algunas formas puramente vacacionales [...], no debemos subestimar un elemento decisivo, aunque banal, por el que se caracterizan: el hecho de que ofrecen a nuestros sentidos nuevos estímulos”.

“La mente”, explica Remo Carulli, "necesita imágenes que permitan al lenguaje vitalizar los análisis exánimes de la racionalidad y, desembocando en las diversas figuras retóricas, empujar el pensamiento más allá de los límites de la realidad tangible. Esta es la base sobre la que debemos tratar de sondear los fundamentos psicológicos del viaje, propósito al que aspira el volumen de Carulli: un libro que se dirige a todos los viajeros, una lectura útil incluso para los que nunca viajan, una exploración de los mecanismos que mueven el pensamiento de los que viajan, sin tecnicismos pero no sin referencias científicas, con una prosa fresca, viva y elegante, con continuas referencias a la filosofía, la poesía, el arte, la literatura, para componer un libro que es el resultado de un viaje que es un viaje que no es sólo un viaje, sino un viaje que es un viaje.arte, literatura, para componer un colorido tapiz de referencias culturales útiles para permitir al lector orientarse, profundizar, medirse continuamente con las experiencias de viajeros pasados y presentes.

Psicología del viajero, tras definir el perímetro del viaje, examina las motivaciones del viajero, constatando, basándose en la literatura científica, que viajar es una actividad arraigada en la esencia profunda del ser humano, hasta el punto de que sus pródromos pueden identificarse desde la más tierna infancia, y puesto que todos somos, al fin y al cabo, viajeros, el viaje adquiere características particulares para cada uno y, en consecuencia, refleja la personalidad de cada uno. “Todas nuestras limitaciones, modelos operativos, mezquindades, impulsos ideales, miedos, capacidades se reflejan en la forma en que viajamos, y sólo por el contenido de la maleta o la mochila podríamos saber más de una persona que en una entrevista clínica”. La dirección no importa, porque para la mente, explica Carulli, lo importante no es el destino, sino el viaje en sí. También se puede viajar anhelando tremendamente el regreso: En Microcosmos , de Claudio Magris, esto es lo que les ocurre a los habitantes de Valcellina que se ven obligados a abandonar sus pueblos para ir a trabajar lejos (“En estos duros valles, una vez entre los más pobres del En estos duros valles, antaño entre los más pobres del Friuli pobre, al pie de las montañas, los hombres emigraban, iban a cavar minas o a construir carreteras y ferrocarriles en Francia o en Siberia, y las mujeres, con alforjas al hombro llenas de cucharas y cucharones de madera, caminaban de un pueblo a otro para vender sus mercancías de casa en casa, durmiendo en cunetas y graneros, pero la meta del viaje era para todos, siempre, el corto regreso”). Viajar, al fin y al cabo, siempre está motivado por un deseo, y la capacidad de desear algo, si se entiende como el impulso de la voluntad que mueve a una persona a actuar para poseer un objeto, tener una experiencia o alcanzar una meta, es un impulso que separa al ser humano de los demás animales: se podría concluir, por tanto, que el ser humano es por naturaleza un viajero. Aunque mal resumida aquí, puede considerarse una de las conclusiones más interesantes y reveladoras del libro de Remo Carulli, uno de los puntos álgidos del debate, que llega al final de una primera y apasionante exploración de la psique del viajero, y tiene el efecto de ofrecer argumentos convincentes incluso a quienes no les gusta viajar o no viajan en absoluto.

Johann Heinrich Wilhelm Tischbein, Goethe en la campiña romana (1787; óleo sobre lienzo, 164 x 206 cm; Fráncfort, Museo Städel)
Johann Heinrich Wilhelm Tischbein, Goethe en la campiña romana (1787; óleo sobre lienzo, 164 x 206 cm; Fráncfort, Museo Städel)
Tiziano, Asunción de la Virgen (1535; óleo sobre lienzo, 394 x 222 cm; Verona, Catedral)
Tiziano, Asunción de la Virgen (1535; óleo sobre lienzo, 394 x 222 cm; Verona, Catedral)

Hay también, entre otros muchos, otro elemento interesante: la idea de que, durante el viaje, no hay ningún grado de separación entre el conocimiento de lo que se observa durante el viaje y el conocimiento de nosotros mismos. Para aclarar este concepto, Carulli se refiere al ejemplo del Viaje a Italia de Goethe, deteniéndose en particular en su visita a Verona: el gran escritor alemán enumera las obras más interesantes que admiró en la ciudad, desde laAsunción de Tiziano en la catedral hasta los numerosos cuadros de artistas nobles que encontró en las galerías de los particulares. Goethe es consciente de que entiende poco de arte, pero no se trata de eso: “el propósito de este magnífico viaje mío”, escribe, “no es engañarme a mí mismo, sino conocerme en relación con los objetos; y por eso debo decir con toda sinceridad que sé poco sobre el arte del pintor, sobre su oficio”. En su breve prefacio a la descripción de las maravillas de Verona, Goethe pretende decir que “lo que atrae nuestra atención -escribe Carulli- es una revelación de nuestra vida interior, de nuestra manera de percibir, de relacionarnos con el mundo”: Frente a esa misma Asunción de la Virgen de Tiziano conservada en la catedral, un creyente capta la mirada hierática que la Virgen dirige hacia abajo, un experto en arte compara esta obra con otras de Tiziano sobre el mismo tema, un poeta se siente quizá cautivado por las nubes que marcan vaporosamente la parte superior del retablo; y de nuevo, hay quien se queda con la boca abierta ante ellos que intentan descifrar las expresiones de los hombres de abajo, los que se deleitan estudiando la ropa como en una revista de moda, los que se entristecen por el hecho de que no captan nada en absoluto de lo que otros están tan embelesados, y los que derivan del mismo pensamiento desalentador la idea de que “el arte es estúpido, y los que se dedican a él, estúpidos”. Todo lo que observamos durante el viaje es una especie de proyección de nosotros mismos en el mundo y, en particular, ayuda a desentrañar nuestra forma de observar el mundo, nuestra actitud hacia el mundo, o a cambiarla si la experiencia es lo suficientemente fuerte. Ciertamente, nuestra mente guarda un registro de ella.

Y si el viaje es una historia sobre nosotros mismos, independientemente del placer o el fastidio, del dolor que pueda causar (un capítulo entero del libro está dedicado a los “Sufrimientos, bienaventuranzas y patologías del viaje”), también puede convertirse, al mismo tiempo, en una historia sobre el mundo.), también puede convertirse al mismo tiempo en una especie de psicoterapia, argumenta el autor (consciente, no obstante, de que un viaje en sí mismo no tiene ningún propósito específico, es simplemente “pura vida”): permite al viajero analizar en profundidad su pasado, le proporciona herramientas para romper sus jaulas mentales, “restablece una distancia preparatoria para la reflexión, concede una posibilidad de elaboración cuando uno se encuentra en relaciones enquistadas”. Vinculada en cierta medida a este tema está la idea del viaje como experiencia cercana a la espiritualidad: aunque no sea comparable a las disciplinas espirituales, el viaje puede tener elementos que lo acerquen a una práctica mística. Búsqueda de una verdad o conocimiento, rituales, encuentros: al cuestionar la relación entre viaje y espiritualidad, Carulli encuentra el principal elemento coincidente en lo que denomina “el encuentro con la alteridad”, que a su vez es capaz de abrir a la mente nuevas posibilidades nunca exploradas.

¿Qué es entonces el viaje? Es investigación, encuentro, exploración, conocimiento, placer, dolor, cambio, deseo, movimiento, ascenso, descenso, símbolo, metáfora, realidad, fantasía, desarrollo, destrucción, renacimiento, crecimiento, abandono, psicoterapia. Cada dimensión, en Psicología del viajero, se explora para ofrecer al lector un volumen ágil, del que es difícil separarse cada vez que se piensa en un viaje, un punto de referencia al que volver cada vez que se siente la necesidad de profundizar en un aspecto del viaje, un libro desde el que se pueden emprender nuevos viajes hacia los destinos filosóficos, literarios y culturales que sustentan sus bases, un libro extraordinariamente eficaz para captar la naturaleza más profunda del viaje: “Viajar, tanto en las situaciones más estimulantes como en los momentos menos placenteros, se configura como esa experiencia que moviliza el cuerpo hacia lugares distintos de los habitualmente frecuentados y la mente hacia aterrizajes igualmente insólitos”.


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