La pesada damnatio memoriae a la que se vio obligada Margherita Sarfatti (Venecia, 1880 - Cavallasca, 1961) a causa de sus notorios vínculos con el régimen fascista no permitió una valoración serena, plena y correcta de su dimensión como crítica de arte, redujo drásticamente su elevada estatura intelectual, y debería ser superada definitiva y totalmente (sin perjuicio de la evidente condena por complicidad con el fascismo, por la que, sin embargo, ella misma, judía obligada al exilio en 1938, fue finalmente fulminada) para permitirnos apreciar a una de las figuras más sublimes del siglo XX, que debe ser restituida al lugar que le corresponde en la literatura histórico-artística, de la que su nombre ha sido borrado casi por completo: Éstas son las premisas de Margherita Sarfatti più, el ágil opúsculo, publicado por Manfredi Edizioni, con el que el crítico y periodista Massimo Mattioli plantea al público y a los estudiosos el problema de la revalorización de la crítica veneciana, nacida Margherita Grassini. La publicación del libro llega poco después de la doble exposición que el Museo del Novecento de Milán y el Mart de Rovereto le dedicaron entre finales de 2018 y principios de 2019, y que probablemente marcó, hasta este momento, el punto más alto en el lento camino hacia una reconsideración de Margherita Sarfatti: un camino que, conviene recordar, solo se ha emprendido recientemente, y con tímidos resultados.
El interés de los estudios especializados por Margherita Sarfatti es, de hecho, nuevo: las primeras contribuciones de cierta profundidad se remontan a los años noventa, pero es en la década siguiente cuando se ha ampliado el número de quienes se han ocupado de ella, aunque a menudo, como señala Mattioli, la interpretación de su importancia intelectual ha estado marcada en gran medida por la relación que la unía al régimen, por un lado, y a Benito Mussolini, por otro, y sólo en los últimos años (en particular con la biografía Margherita Sarfatti. La regina dell’arte nell’Italia fascista, escrita por Rachele Ferrario en 2015 y publicada por Mondadori) el debate tomaría plena conciencia del primer problema: desligar a Margherita Sarfatti de la engorrosa presencia del Duce. La propuesta de reposicionamiento planteada por la autora parte precisamente de la demolición del principal tópico que ha malogrado tantos exámenes de la contribución de Margherita Sarfatti a la cultura italiana: su supuesto papel de “dictadora de la cultura”, que los críticos le han atribuido sobre todo por su militancia, su presencia capilar en los más altos círculos culturales de su tiempo, su empeño en delinear las bases sobre las que luego surgiría el grupo Novecento y su actividad de promoción del mismo. Mattioli ha investigado en profundidad el Fondo Sarfatti conservado en el Mart de Rovereto (y que incluye escritos, cartas y documentos, algunos de ellos inéditos), y las premisas para desmontar el mito del “dictador Sarfatti” se encuentran en una carta que Mussolini envió a su antigua amante en julio de 1929, y en la que el entonces primer ministro del Reino de Italia condena firmemente al grupo Novecento (“este intento de hacer creer que la posición artística del fascismo, es vuestro ’900, es ya inútil y es un truco... puesto que aún no poseéis la elemental modestia de no mezclar mi nombre de político con vuestras invenciones artísticas o autodenominadas tales, no os extrañéis si a la primera oportunidad y de forma explícita, aclaro mi posición y la del Fascismo frente al llamado ’900 o lo que queda del difunto ’900”), pero también podrían remontarse a algunas circunstancias anteriores, como la oposición de algunos intelectuales fascistas (Marinetti, Ojetti, Oppo), o al creciente desinterés de Mussolini por el papel de Margherita (desinterés que ya se agravaba tras la Marcha sobre Roma).
Portada de Margherita Sarfatti más por Massimo Mattioli |
Ghitta Carell, Retrato de Margherita Sarfatti con gorro y collar, detalle (hacia 1925-1930; Rovereto, Mart, Archivio del ’900, Fondo Margherita Sarfatti) |
A continuación, el ensayo de Mattioli sigue el ascenso de Margherita Sarfatti, deteniéndose en el momento de su llegada a Milán, en 1902, tras trasladarse desde su Venecia natal: fue a través de Anna Kuliscioff y Filippo Turati como la joven veneciana tuvo la oportunidad de conocer a Marinetti, Carrà, Boccioni y Sant’Elia, personalidades que no tuvieron dificultad en reconocer su talento y personalidad desde el principio. El libro sugiere, aunque de forma velada, la importancia de la asociación que empezó a forjarse con Anna Kuliscioff, aunque sólo fuera por el hecho de que ambas, mujeres, luchaban denodadamente por afirmarse dentro de los estrechos confines de un mundo masculino y machista: La propia Margherita Sarfatti, en sus escritos, no se privaba de lanzar acusaciones contra sus colegas, como cuando, en su biografía de Mussolini publicada en Inglaterra en 1925(La vida de Benito Mussolini), escribió de Kuliscioff que “estaba destinada a ver frustradas las ambiciones de toda su vida por la mediocridad de los hombres a través de los cuales trabajaba”. Una breve sección de la contribución de Mattioli está dedicada precisamente a la cuestión del género en el contexto de la cultura de la época, que aborda el tema con cierta rapidez (aunque conviene precisar que es un tema al que ya se han dedicado muchas páginas), pero no se priva de subrayar su importancia, identificando a la propia Margherita Sarfatti como la figura femenina que más que ninguna otra marcó la cultura de la época: “más allá de la figura de la mujer emancipada, brillante e influyente”, explica la autora, “su identidad más profunda, perseguida con pasión, determinación e incluso sufrimiento, es la de crítica de arte, la primera mujer que la ejerció en el sentido moderno. Y esta primacía suya hizo que Margherita se convirtiera en ”la precursora de una serie de mujeres extraordinarias que marcarían el arte italiano del siglo corto".
Se delinea así una especie de introibo necesario para trastocar los términos de la relación entre Margherita Sarfatti y Mussolini tal y como cierta historiografía la habría retratado: un camino crítico que, en cualquier caso, se ha ido construyendo desde los años noventa (Mattioli reconoce que los inicios se remontan a De Felice), aunque siempre ha encontrado diversas y atrevidas resistencias (y ciertamente no ayudaron las muchas biografías que continuamente hacían referencia en los títulos al enlace que la crítica mantenía con el líder del fascismo). Del rápido y apremiante análisis del autor emerge, en contra de lo que parecen sugerir otros retratos, la imagen de una relación en la que no faltaron los desacuerdos (también en las posiciones políticas: Sarfatti, por ejemplo, estaba en contra de los objetivos fascistas en las colonias), y que a menudo vio prevalecer la personalidad de Margherita sobre la del Duce, como han reconocido los estudios más recientes y como parece atestiguar una nota inédita que Mattioli publicó en su libro (el crítico escribió que “la verdadera influencia profunda de una mujer sobre un hombre no consiste tanto en determinar sus acciones y decisiones con los consejos que ella pueda darle, sino en determinar, con su influencia y sobre todo con lo que ella piensa de él, el desarrollo de su carácter”). Esta nota refuerza la idea de Margherita Sarfatti introduciendo a un Mussolini treintañero en la filosofía socialista, el estudio de la economía y la historia, sugiriéndole, precisa además Mattioli, “estudiar a fondo a Aristóteles, haciéndole descubrir el pensamiento de Maquiavelo”, y que no dejaría de aconsejar a su amante incluso cuando éste entró en política y se hizo con el gobierno del país. Al fin y al cabo, para ella, Mussolini no era más que “un eslabón de su estructurada cadena relacional”, afirma Mattioli.
Otro tema central es el del grupo Novecento, que la vulgata hace pasar a veces por un movimiento que tuvo la hegemonía sobre la cultura italiana durante los años del fascismo, y por el único episodio significativo que se produjo en la carrera de Margherita Sarfatti. Si el primero de los dos tópicos ya ha sido abundantemente desmentido (se cita a De Felice: “durante la mayor parte de la época fascista, el régimen buscó el consentimiento de los artistas y el vínculo entre el arte y el Estado se caracterizó por el reconocimiento mutuo bajo la dirección oficial”, y Emilio Gentile añade: “con su política cultural, el fascismo pretendía difundir su ideología mediante una astuta orquestación de temas e interpretaciones del pasado y del presente, con formas de representación diversificadas, no siempre ideológicamente explícitas, para evitar los efectos contraproducentes de un exceso de propaganda política en una masa ya expuesta a la constante pedagogía totalitaria de las demás instituciones del régimen y especialmente de la liturgia política”, y tales consideraciones “se aplican a todas las formas de organización y expresión cultural del régimen fascista, que en este campo mantuvo siempre una actitud ecléctica, renunciando a imponer, especialmente en el campo de las manifestaciones literarias y estéticas, un arte de Estado”), la segunda es en cambio decididamente más pertinaz. Uno de los resultados más interesantes del ensayo de Mattioli es el descubrimiento de otra nota inédita, fechada el 25 de marzo de 1913 (cuando Margherita Sarfatti tenía treinta y tres años), en la que la joven, en tres pasajes en los que traza la evolución del arte con referencia a la figura del caballo, plantea el problema de la renovación de la "visión expresiva del arte plástico y gráfico " a raíz de los progresos alcanzados por el arte de la fotografía, y en el periodo de pleno desarrollo del cubismo y el futurismo. La nota demuestra, según Mattioli, que Margherita Sarfatti era ya muy consciente de la dirección que debía tomar el arte italiano, y tenía plena conciencia de los problemas más acuciantes. Problemas que la joven crítica seguiría desafiando incluso después de la experiencia del Novecento: los ejemplos de Segni, colori e luci (Signos, colores y luz), donde Margherita Sarfatti se relaciona con la tradición en términos de búsqueda de un clasicismo y no de un clasicismo, o Storia della pittura moderna (Historia de la pintura moderna), compendio fundamental de sus teorías. La hipótesis es que, aunque el Novecento sigue siendo un nudo central en la trayectoria de Margherita Sarfatti, la larga elaboración teórica que condujo a la constitución del grupo y las consecuencias que de ella se derivaron serían presupuestos suficientes para desmentir la idea de que el Novecento representa un momento fugaz y único.
Lo que sigue es historia reciente: su retirada tras la guerra, el silencio que se hizo en torno a su figura hasta los años noventa, juicios erróneos y distorsionados, un lento redescubrimiento que aún espera alcanzar plenos resultados pero que, como atestiguan las mencionadas exposiciones de los últimos meses, parece estar bien encaminado. Y a cuya urgencia, también para una comprensión más completa de lo que sucedió con el arte italiano durante los años del fascismo (así como para hacer justicia a una mujer extraordinaria y olvidada durante mucho tiempo), se refiere el apasionado, ferviente y apremiante ensayo de Massimo Mattioli, que, más que a una reconstrucción de la vida y la obra de Margherita Sarfatti, se centra en identificar las bases sobre las que debemos trabajar para revalorizarla. Un ensayo que tampoco deja de ser provocador: ¿qué habría ocurrido, se pregunta el autor en un momento dado, si una intelectual de tan vasta cultura, de tanta profundidad intelectual, que frecuentaba a las figuras culturales más fascinantes de la época en que Mussolini aún enseñaba en las escuelas provinciales, no hubiera conocido nunca al futuro Duce? Probablemente, hoy Margherita Sarfatti sería reconocida y unánimemente celebrada como una de las mujeres más importantes del siglo XX y como una “figura central en el desarrollo de las ideas y en la elaboración del pensamiento cultural y político en una parte importante del siglo XX”, su valor como primera mujer en el mundo en ocupar el cargo de crítica de arte en el sentido moderno sería plenamente reconocido, y quizás se habría convertido, provoca además Mattioli, en un icono del feminismo. Estamos a tiempo de ponernos al día.
Massimo Mattioli
Margherita Sarfatti plus
Ediciones Manfredi, 2019
119 páginas
14 euros
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