Tras A cosa serve Michelangelo ?, publicado en 2011 y del que puedes encontrar una reseña aquí en Finestre sull’Arte, Tomaso Montanari vuelve a las librerías con otro libro que nos ayuda a comprender mejor la historia del arte actual: hablamos de Le pietre e il popolo, publicado por Minimum Fax y lanzado en 2013. Sin embargo, si en ¿A qué sirve Miguel Ángel? Montanari se centraba en el sistema del patrimonio cultural en Italia y en todas las distorsiones que lo caracterizan, en Le pietre e il pop olo el discurso del historiador del arte florentino se centra en la función cívica de la historia del arte que, según Montanari, se traiciona constantemente en la Italia actual.
El debate se divide en tres capítulos, más uno de conclusiones. El primero es un triste recorrido por Italia que, en esencia, continúa parte de los discursos que Montanari mencionó en su libro de 2011 y los desarrolla precisamente para darnos un testimonio directo de que, por política pero también por cierto empresariado miope interesado en el arte sólo para beneficio personal y, por tanto, no para devolverlo a los ciudadanos o para dar prestigio a las ciudades, como hacían los mecenas del Renacimiento de los que la mayoría habla sin conocimiento, el arte se reduce a una mera herramienta, rindiéndose a la lógica del marketing, elentretenimiento y el beneficio, y pierde su más alta función, la de enriquecer a sus usuarios para convertirlos en ciudadanos libres y conscientes.
Las piedras y la gente de Tomaso Montanari |
Comienza entonces por Siena, teatro de privatizaciones discutibles que, según Montanari, significan que “las actividades culturales no obedecerán a las reglas del conocimiento, sino a las del marketing, y que no se dirigirán a los ciudadanos, sino a los clientes”, y ciudad en la que se desarrolla el triste asunto del complejo de Santa Maria della Scala, cuyo destino es aún hoy incierto. Continúa con Milán, donde el proyecto de transformar la Pinacoteca de Brera en una fundación privada, pero controlada por los políticos, está actualmente paralizado. Montanari recuerda que “hasta hace algún tiempo podíamos encontrar a Nicole Minetti como presidenta de Brera”, para una operación que, según Montanari, acabaría reduciendo el museo “a una floritura que confiar a cadetes incapaces, o a esposas, relegadas por una de las burguesías más machistas del mundo a ocuparse de la ’belleza inútil e inofensiva’ del arte”: el autor pone el ejemplo del Museo Egipcio de Turín, “presidido primero por un miembro de la familia real italiana, los Agnelli, y ahora por la esposa del presidente de Telecom Italia y Generali”. El viaje pasa después a Roma, donde se habla de pistas de esquí en el Circo Máximo y donde se organizan a un ritmo incesante costosas exposiciones de gran éxito. Luego llega a Nápoles, donde el marketing monta espléndidas y artificiales exposiciones barrocas mientras el verdadero barroco, el de las iglesias napolitanas, se derrumba sobre sí mismo. Y es en Nápoles donde tiene lugar el asunto de la Biblioteca Girolamini, que Montanari reconstruye con todo lujo de detalles. El viaje continúa en Venecia, la tierra de la Disneyficación más desenfrenada del patrimonio cultural y donde los empresarios quisieran utilizar la ciudad a su antojo para sus iniciativas de marketing, y concluye en L’Aquila, donde la Disneyficación que en Venecia se lleva a cabo desde hace tiempo y avanza gradualmente, en la ciudad de los Abruzos podría llegar a un final repentino, con los habitantes de L’Aquila “deportados” a suburbios sin alma construidos ex novo y el centro histórico vaciado para convertirlo en una especie de “parque de atracciones” de lo antiguo.
El segundo capítulo trata de Florencia y de los acontecimientos que en los últimos años han vaciado de significado el arte que representa el orgullo de la ciudad y un motivo para que sus ciudadanos (pero también para todos los que la visitan) se sientan más libres: Así, empezamos por los Uffizi, convertidos en telón de fondo teatral de desfiles de moda y eventos mundano-cafónicos, para pasar por festivales que traen al centro de Florencia céspedes falsos y olivos centenarios, y llegar a sucesos menos conocidos pero mucho más graves, como el desmembramiento de la biblioteca Corsini, uno de los ejemplos más ricos, admirables y coherentes de biblioteca del siglo XIX, que fue vendida en subasta por sus propietarios en los años 90, y que por tanto nunca volveremos a ver intacta. El tercer capítulo sigue “ambientado” en Florencia, pero va dirigido contra el entonces alcalde Matteo Renzi y contra todas sus iniciativas de “marketing aplicado al arte”, en primer lugar la terrible búsqueda de la Batalla de Anghiari de Leonardo da Vinci en el Salone dei Cinquecento del Palazzo Vecchio.
La conclusión, ante los estragos diarios que se causan en el arte, es una sola: “la Constitución ha consignado solemnemente el patrimonio histórico y artístico a los ciudadanos soberanos: y quizá haya llegado el momento de recuperarlo de verdad”. ¿Y cómo hacerlo? Haciendo que las ciudades vuelvan a ser gobernadas “por los ciudadanos para los ciudadanos”, porque las ciudades sirven “para hacernos ciudadanos soberanos, y para hacernos a todos iguales”. Y el mensaje que Montanari quiere que transmitamos es que este cambio depende de todos nosotros. Y podemos añadir: opongámonos cada vez que el arte sea explotado para el marketing, para la política, para el mero beneficio. Expresemos siempre nuestra disconformidad, intentemos poner trabas a quienes quieren explotar sin freno nuestro patrimonio. Y, sobre todo, si entramos en la cabina de votación, recordemos a quienes han utilizado el arte para doblegarlo a lógicas que no deberían pertenecerle.
Le pietre e il popolo procede en gran parte de los artículos que Montanari nos ofreció en su blog y en los periódicos con los que colaboró entre 2012 y 2013, por lo que el lector que siga constantemente a Montanari encontrará situaciones y pasajes que probablemente ya haya leído. Todo ello siempre con el habitual estilo claro y apasionado al que nos tiene acostumbrados Tomaso Montanari. Quizá incluso demasiado apasionado: la vis polémica de Le pietre e il popolo supera con creces la de ¿A qué sirve Michelangelo?, hasta el punto de que en ciertos pasajes el autor parece demasiado intransigente. Llevamos mucho tiempo debatiendo ciertas cuestiones, como por ejemplo la cesión de ciertos espacios museísticos a particulares que deberían utilizarlos previo pago de un canon. Una práctica que en nuestra opinión en Finestre sull’ Arte no debe demonizarse a priori, pero que en opinión de Montanari sigue siendo profundamente antieducativa. Es cierto que es triste tener que pedir a los particulares que paguen grandes sumas de dinero para mantener decorados los museos, frente a una evasión fiscal que ronda los ciento ochenta mil millones de euros anuales, pero no es menos cierto que mientras no tengamos un Estado que dé a la cultura el peso que le corresponde, será difícil volver la cara ante hechos que (por supuesto: sin afectar en absoluto al uso público y sin interferir en él) pueden mejorar la situación de las arcas de los museos, aunque obviamente no de forma definitiva y rotunda. Pero volvemos a lo de antes: tener un Estado que dé a la cultura lo que le corresponde depende de nosotros, que tenemos muchas “armas” que podemos utilizar: la protesta, la propuesta constructiva, el voto.
Así pues, a pesar de los puntos de intransigencia, Las piedras y el pueblo es un libro para leer y releer. Es un libro muy fuerte, escrito por una persona que sabe bien de lo que habla, una persona que cree firmemente en lo que hace y quiere transmitirlo al lector. Por eso está escrito, como decíamos, de forma clara y fácilmente comprensible, para que incluso aquellos que no estén familiarizados con el mundo de la historia del arte y el patrimonio cultural puedan leerlo sin dificultad. Un libro que, en esencia, nos hace comprender de verdad para qué sirve la historia del arte.
Las piedras y la gente
de Tomaso Montanari
Fax mínimo, 2013
164 páginas
12 €
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