Indagadores de Proust y Berenson. Un libro sobre la relación entre la literatura y los entendidos


En el centenario de la muerte de Marcel Proust, el libro "Como la bestia y el cazador. Proust y el arte del conocedor", de Mauro Minardi, un volumen sobre la relación entre la literatura y el conocimiento a finales del siglo XIX y principios del XX.

El 18 de noviembre de 1922, Marcel Proust desapareció en París. Con motivo del centenario de la muerte del gran escritor francés, la editorial Officina Libraria publica un curioso volumen del historiador del arte Mauro Minardi, titulado Come la bestia e il cacciatore. Proust and the Art of Connoisseurship (150 páginas, 18 euros, ISBN 9788833671611), que pretende explorar la relación entre el autor de À la recherche du temps perdu y el saber hacer (las figuras de referencia, en particular, son las de Giovanni Morelli y Bernard Berenson). Pero eso no es todo: la investigación de Minardi se extiende también a otros dos escritores, Honoré de Balzac y Arthur Conan Doyle, para entender qué elementos tienen en común todos estos autores. Dos en particular: la mirada, por un lado, y el instinto, por otro. La mirada entendida como la capacidad de observar hasta el más mínimo detalle, de ir más allá de la apariencia de las cosas, de captar al vuelo hasta las pistas más imperceptibles. El olfato, por su parte, es laintuición que permite encontrar un hilo conductor en el material que la mirada ha acumulado para llegar a un resultado.

“Detectar los rasgos recurrentes en la obra de un artista”, explica Minardi en la introducción del libro, “significa destilar esos ’signos inmutables’ que nos permiten definir la esencia de su visión del mundo y de su personalidad”: así, comentaba Proust, cuando en una sala nos enfrentamos a un desfile de retratos de Rembrandt, nos llaman la atención por ’lo que tienen en común todos ellos, a saber, las líneas mismas del rostro de Rembrandt’". Éstas son las ideas que informan la estética de la Recherche, que encuentran un terreno fértil en laEuropa del positivismo y de la gran fe en la primacía de la ciencia, y que tienen varios elementos en común con los métodos de los grandes conocedores de la época. Como ellos, en esencia, el autor de la Recherche es capaz de escrutar las pistas como un cazador observa atentamente a su presa, aunque la pista no sea más que un momento de la búsqueda: “sólo una vez interceptada, reconocida y descifrada”, escribe Minardi, “puede proporcionar el abrelatas que abre un secreto invisible en estado de pura apariencia”. La deducción por sí sola, combinada con el espíritu de observación y la cultura -las tres cualidades que el Sherlock Holmes de Conan Doyle consideraba fundamentales para resolver un caso- no es suficiente: hace falta una facultad, la de la intuición, cuyas escurridizas razones residen en el inconsciente.



El volumen de Minardi comienza presentando al lector las figuras de Giovanni Morelli y Bernard Berenson, con un breve perfil histórico de ambos y los términos de su método. Morelli, médico de formación, criticaba los métodos de atribución basados en la impresión general que se podía obtener del cuadro, e introdujo el concepto de las “claves morellianas”: signos, incluso detalles minúsculos, que el estudioso creía poder atribuir a los artistas porque éstos los repetían inconscientemente (la forma de una oreja, de una mano, de un dedo). El método de Morelli, nacido en pleno clima positivista, gozó de gran favor en la segunda mitad del siglo XIX y marcó la pauta, pero también dividió a los entendidos entre “morelianos” y “antimorelianos”. Berenson tomó de Morelli la idea de la observación meticulosa de una obra de arte, pero el estadounidense de origen lituano fue más allá: el objetivo de un estudioso no debía ser sólo atribuir tal o cual cuadro, sino reconstruir la personalidad de un artista, tema que seguía siendo ajeno al método morelliano. Para Berenson, el “artista no es un problema botánico, sino psicológico”: detrás de un cuadro no sólo están los gestos recurrentes del artista, también está todo el mundo que el artista arrastra tras de sí. Su cultura, sus estudios, sus prejuicios, sus tradiciones, sus emociones. Era en su concepción “botánica” de la historia del arte donde residía la limitación de Morelli: Berenson basó por tanto su método en la compracción entre obras (aunque no rechazó el principio morelliano de identificar detalles anatómicos característicos, repetidos involuntariamente por los autores), y en los “valores” de la obra, es decir, el conjunto de elementos que se combinan para determinar la calidad de la obra en sí. Y para poder comprender la calidad, es necesario penetrar en la obra en profundidad: una habilidad que requiere, precisamente, intuición.

Portada del libro Como la bestia y el cazador. Proust y el arte de saber de Mauro Minardi
Portada del libro Como la bestia y el cazador. Proust y el arte de conocer de Mauro Minardi
Marcel Proust
Marcel Proust
Bernard Berenson
Bernard Berenson

Con Berenson“, escribe Minardi, ”nace la figura del experto como iniciado. Es decir, no sólo como especialista, sino como persona dotada de una sensibilidad más aguda, capaz de tocar cuerdas inalcanzables para el profano. Árbitro de la calidad de una obra de arte, el crítico, parafraseando a Oscar Wilde, actúa como un artista y, de ser el iconoclasta del museo, se convierte en el sacerdote a través del cual se cumple el misterio de la atribución". Los siguientes capítulos de Come la bestia e il cacciatore son los reservados a la investigación que busca paralelismos entre la historia de la crítica y la historia de la literatura (con un interesante interludio, el cuarto y penúltimo capítulo, que recorre la historia del París de Proust, Berenson y Robert de Montesquiou trazando los perfiles de estos tres protagonistas y situando sus historias en el contexto cultural de la época): Empezamos pues por la Comedia humana de Balzac, la colección de novelas, novelas y cuentos en la que Minardi encuentra un protagonista común, a saber, elojo, la mirada de los numerosos personajes que, en el universo de Balzac, observan continuamente más allá de la superficie. Una “guerra de la mirada”, dice Minardi, que Balzac transmitiría más tarde a Proust. El caso más ejemplar es el de Vautrin, seudónimo de Jacques Collin, personaje recurrente en la Comedia humana, ex presidiario de mirada impenetrable y capaz, en su batalla contra la policía, de hacer malabarismos con los detalles más aparentemente inútiles (un tono de voz, el movimiento de un ojo, un ligero rubor). Y luego está Pons, el coleccionista capaz de comprar a bajo precio obras que más tarde resultan ser obras maestras de grandes artistas: una intuición basada probablemente en la impresión general que le causa la obra. Balzac nunca conoció a Morelli: por tanto, sólo cabe preguntarse, escribe Minardi, “qué asombro habría despertado en el escritor ante unos libros que elevaban el escrutinio de los detalles ocultos pero esclarecedores, de la fisonomía y la fisiología, y sancionaban la influencia decisiva de ese Cuvier [ed: Georges Cuvier, biólogo y naturalista] amado por ambos”.

Proust, por supuesto, conocía a Balzac y estaba movido por un fuerte espíritu circunstancial y un agudo sentido de la observación. Y la propia obsesión de Balzac por el detalle animaba las páginas de La Recherche: una obsesión, escribe Minardi, “llevada a cabo en interminables descripciones y análisis, cuyo propósito preciso apenas se podía comprender”. Desde el primer volumen de la Recherche, Por el lado de Swann, Proust revela un cierto conocimiento de los métodos del connoisseurship: Charles Swann, el protagonista de la historia, es un elegante coleccionista y fino conocedor, especialmente aficionado a Jan Vermeer, que demuestra estar al día del método morelliano. Pero Swann no es el único personaje sobre el que se vierte el espíritu de observación de Proust: en efecto, Minardi señala que “el epicentro del sistema de pistas de la Recherche” se encuentra en otra parte. En la criada Françoise, por ejemplo, aguda investigadora. O en el propio Narrador, que observa al Barón de Charlus y sospecha de su homosexualidad estudiando sus actitudes, y luego encontrará la confirmación en lo que el noble hará poco después. Además, escribe el autor, "el espionaje es una de las formas en que se expresa la sed de conocimiento en la Recherche. En la mayoría de los casos, responde a la existencia de un secreto que “actúa involuntariamente sobre nosotros, excita en nosotros una especie de irritación, un sentimiento de persecución, un delirio de investigación”, del que penden “oscuras pistas” que hay que descifrar. Y así, espiar, traducir a un sentido determinado palabras vagas que parecen significar algo muy distinto, interrogar las fisonomías se hace necesario ante una humanidad que, incluso antes de ocultarse, miente, disimula, opone una barrera de silencio a la más inocente de las solicitudes’. Ahí reside en gran medida la razón del espíritu que mueve a la Recherche.

Finalmente, llegamos al último capítulo que sitúa, según los títulos de las secciones, a Proust antes que a Berenson, y a Berenson antes que a Proust. Ambos se conocieron en 1918: Berenson, escribiendo una carta a su esposa Mary, se preguntaba, tras haber leído Por el lado de Swann, si su investigación no había influido en Proust. En efecto, el escritor había leído las obras de Berenson y ya en 1906 había expresado su deseo de conocerle en persona. Berenson, sin embargo, dejó un retrato bastante despiadado de Proust, reconstruido a través de los testimonios de las personas a las que había confiado. Con Ugo Ojetti, por ejemplo, que resumió lo que Berenson le había dicho: Proust era, pues, “sucio, ungido, cínico. Hijo, en modales, de Robert de Montesquiou. Pero Robert era espontáneamente señorial, arrogante, agudo, insolente, espadachín, del siglo XVII. Proust era un imitador. Voz aguda y chillona. Hablaba, hablaba. O invisible, o teatral. Arrugado, cuello desabrochado, traje gastado, bohemio. Nunca la luz del sol en su habitación. Olor a jaula de perro. Suavemente despellejado, capa por capa, hasta el hueso, cada personaje’. Un personaje desagradable, una ”mala imitación de Montesquiou“, habría juzgado el propio Berenson, que despreciaba a la persona, pero seguía admirando sus libros. Tanto es así que Berenson reconocería más tarde en Proust, escribe Minardi, ”una mirada introspectiva sobre los dominios del espíritu afín a la suya". El autor de la Recherche se convirtió en el “espejo de oro” en el que Berenson “refleja su propia sensibilidad, multiplicando su autorrepresentación, y en el momento en que recuerda, tanto en las anotaciones del presente como en la exploración de los vastos horizontes del pasado, todos sus años, encuentra un interlocutor de elección en aquel que había apostado toda su obra al Tiempo”. Dos personalidades que dejaron huella en sus respectivos campos, analizadas (con una mirada igualmente escrutadora, podría decirse) en un volumen que no puede faltar en las librerías de quienes apreciaron a uno o a otro. O a ambos.

Indagadores de Proust y Berenson. Un libro sobre la relación entre la literatura y los entendidos
Indagadores de Proust y Berenson. Un libro sobre la relación entre la literatura y los entendidos


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