Con Aby Warburg hemos abierto un horizonte más amplio en el campo de la crítica de arte, o mejor dicho, una nueva visión de la iconología, pues si antes ésta se definía simplemente como el estudio de temas asociados a temas y conceptos, ahora adopta la forma de un estudio asociado a otras ciencias humanísticas, por el que la obra en sí sería portadora de una determinada cultura, clase, creencia religiosa o filosófica.
Esta idea fue continuada por Erwin Panofsky, quien en sus Estudios de iconología, publicados en 1939 en Estados Unidos y recibidos por el público “conservador” con gran conmoción y desconfianza, subdividió la interpretación de la obra de arte en tres niveles: descripción preiconográfica, análisis iconográfico en sentido estricto, para llegar al significado o contenido intrínseco de la obra. El bagaje necesario para el primer nivel es la experiencia práctica, la familiaridad con los objetos y acontecimientos, pero esto no siempre es suficiente para dar una descripción preiconográfica correcta, por lo que se recurre a la historia del estilo, es decir, al modo en que en diferentes condiciones históricas se han expresado los objetos y acontecimientos a través de las formas.
Estudios de iconología de Erwin Panofsky |
Del mismo modo, para el segundo nivel es necesario el conocimiento de las fuentes literarias, pero cuando aparecen discrepancias se recurre a la historia de los tipos, es decir, al modo en que bajo diferentes condiciones históricas se han expresado temas concretos a través de objetos y acontecimientos. Un ejemplo que cita Panofsky es la Judith de Francesco Maffei, que se ha descrito como un retrato de Salomé con la cabeza de San Juan Bautista. El cuadro presenta a una joven que sostiene una espada y un plato en el que deposita la cabeza de un decapitado. La situación es la siguiente: la cabeza de San Juan Bautista fue llevada a Salomé en una bandeja, pero el santo no fue asesinado por ella, por lo que la espada en el cuadro sería un elemento discordante, mientras que Judit decapitó a Holofernes con la espada pero la bandeja no concuerda con la Biblia, que afirmaría que la cabeza fue introducida en un saco. Por tanto, las fuentes literarias por sí solas no son suficientes, pero en Alemania y el norte de Italia hay pinturas del siglo XVI que representan a Judit con un plato, mientras que no aparece Salomé con una espada. Además, la espada es un atributo honorífico de Judit y de muchas mártires y no podría atribuirse a una doncella lasciva.
El significado intrínseco de la obra debe estar en consonancia con las tendencias religiosas, filosóficas y sociales del artista, la época o el país que investiga el historiador del arte.
Tras presentar dos ciclos pictóricos de Piero di Cosimo que representan la prehistoria humana, es decir, la época anterior, contemporánea y posterior a Vulcano, este último tomado como referencia por ser la personificación del fuego y su descubrimiento, Panofsky muestra cómo el Renacimiento tuvo como característica principal la reintegración de motivos y temas clásicos a través de la reinterpretación de imágenes clásicas, a diferencia del periodo medieval que vio una clara oposición entre paganismo y cristianismo. Se produjo un extraño fenómeno, la pseudomorfosis, por el que algunas figuras renacentistas, aunque tenían una apariencia aparentemente clásica, no eran representadas de la misma forma en la Antigüedad: ejemplos de este caso son el Padre Tiempo y el ciego Cupido.
El libro presenta a continuación el movimiento neoplatonista, mostrando en particular la diferencia entre el típico de Florencia y el del norte de Italia, y aún más concretamente entre Florencia y Venecia, entre Bandinelli y Tiziano. Mientras que el arte florentino se basa en el dibujo, el veneciano lo hace en la armonía y el color. El contraste se pone de relieve en dos obras diferentes: Combattimento tra Ragione e Amore, de Baccio Bandinelli, yAmor sacro e profano, de Tiziano. El último capítulo está dedicado al neoplatonismo del gran Miguel Ángel, un movimiento que influyó en su vida y en sus obras, ya que era casi una forma de vida para él.
Los Estudios de Iconología de Erwin Panofsky es un libro muy importante para la historia del arte, como lo fue el de su “maestro” Warburg, pero comparando ambos, el de Panofsky es mucho más comprensible y claro que el de este último, presentando los temas con gran habilidad comunicativa y discursiva, haciendo que casi todo sea más fácil de entender. Sin duda, un libro que merece la pena leer y recordar.
Estudios de iconología
de Erwin Panofsky
en la edición Einaudi, 2009
387 páginas
32 €
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