La vida como viaje es una colección de momentos, algunos están llenos de alegría y se recuerdan con placer, otros son dolorosos y, siendo más difíciles de olvidar, son en realidad los que permiten desarrollar una gran fortaleza. Nacemos como recipientes vacíos y nos dejamos llenar de palabras e imágenes por el mundo que nos rodea, de modo que nuestra forma de reaccionar a veces equivale a un mecanismo de respuesta al que simplemente nos hemos acostumbrado; así, esa inocencia inicial, ese estado original de inmanencia, se pierde en el transcurso de la existencia, y de repente nos convertimos en víctimas de nosotros mismos: así es como encuentran su origen palabras como miedo o dolor, son conceptos, emociones que surgen en el momento en que cruzamos el umbral de un límite. Pero, ¿quién crea los límites? ¿Qué es realmente el dolor? ¿Se puede superar el miedo? Estos son algunos de los temas que Marina Abramović aborda en su nueva autobiografía Crossing Walls (2016) escrita con la ayuda de James Kaplan. Marina Abramović, la artista serbia conocida en el mundo del arte como la gran madre del arte de la performance, cuenta su historia en su nuevo libro a corazón abierto. Entre las páginas, el lector se encuentra hojeando la vida de una artista marcada por un gran sentimiento de inadecuación e insatisfacción, sentimientos que, sin embargo, con el tiempo se encuentran con la determinación, la obstinación y la creatividad. La búsqueda incansable de un Yo superior -una terceridad que sólo puede alcanzarse a través de una relación de energía-, el necesario equilibrio entre mente y cuerpo, la superación de este último para acceder a una Otra realidad y el poder de la Naturaleza son algunos de los elementos clave que caracterizan la trayectoria del artista. Su formación artística siguió primero una vena pictórica, asistiendo a la Academia de Bellas Artes de Belgrado, pero desarrollando una atracción más por el proceso de producción que por el producto final, y pronto se dio cuenta de que la bidimensionalidad no bastaba para contar su propia historia: la lógica del punctum barthiano no es suficiente, es necesario prolongar el choque inicial e implicar al espectador en primera persona, tratando de mantenerlo anclado a la obra de arte el tiempo que sea necesario. Arthur Danto, el célebre crítico de arte, ha argumentado en repetidas ocasiones a este respecto que “en un museo, se pasa de una obra de arte a otra con extrema rapidez, uno se detiene a mirar un cuadro durante unos minutos mientras que a Marina Abramović se la mira durante toda la representación, permaneciendo allí hasta el último momento”(The Artist Is Present, Akers y Dupre, 2012).
El arte es sinónimo de libertad para Abramović, la libertad de trabajar con cualquier elemento u objeto, de ahí la idea de utilizar la abstracción del sonido asociándolo a un espacio definido para luego pasar a la carnalización del propio sonido mediante el uso del cuerpo. El contexto artístico y cultural de aquellos años influyó sin duda en las elecciones del artista serbio: El Body Art ya en los años 50 había dado una fuerte sacudida al aparato artístico modernista, la dimensión trascendental y despersonalizada del arte así como una estética que rechaza cualquier implicación o referencia cultural histórica utilizando únicamente un criterio de belleza se vio desafiada por un retorno a la intersubjetividad y a la utilización del cuerpo como instrumento para reivindicar el propio derecho a ser o, en palabras de Merleau-Ponty, por un retorno a lo social a través del cuerpo como antídoto contra el pancapitalismo de la mercantilización del sujeto(The Artist’s Body, Phaidon, 2011). El arte de la performance es una de las subcategorías del arte corporal y se desarrolló entre los años setenta y ochenta con la prerrogativa de un hic et nunc espacio-temporal y la presencia de un público, convirtiéndose así el cuerpo en una herramienta de trabajo de pleno derecho para el descubrimiento y la experimentación.
Cruzando los muros relata todas las experiencias artísticas de Abramović comenzando por sus primeras obras pictóricas y sonoras -Tres secretos (1965), Guerra o sonido ambiente blanco de los años setenta- para pasar después a la producción dedicada a la carnalidad del cuerpo con performances extremas y radicales como la serie Rhythm (1972-1975), Thomas Lips (1975), Art must be beautiful/Artist must be beautiful (1975) o la serie Freeing (1976) y, a continuación, las performances destinadas a poner a prueba la relación entre los cuerpos y la transmisión de energía en el espacio como la serie In Space (1976). El trabajo de Abramović conlleva necesariamente el reconocimiento del vínculo entre cuerpo y mente, entre carne y espíritu, y performances como Rest Energy (1980) o Nightsea Crossing (1981) -pertenecientes al periodo de colaboración con Ulay- sirven como medio para la inversión de las relaciones: si al principio es el cuerpo el que esclaviza a la mente, luego es la mente la que sirve al cuerpo. Su periplo performativo culmina con la vuelta a la producción en solitario y el regreso a la Naturaleza como intento de encontrarse a sí misma en ese estado original de inmanencia, los viajes a Brasil -el primero en 1989, el segundo en 2015, a partir de los cuales se inspiró el documental The Space In Between: Marina Abramović and Brazil (2016)- dan lugar a una serie de instalaciones con los llamados Objetos Transitorios (Power Objects): cuarzo rosa, amatista, obsidiana y cristal de roca se convierten en soportes de un intercambio energético que va de los minerales al cuerpo humano y viceversa, a través de estructuras especialmente creadas de madera o metal se transmite y fluye la energía. El proceso de Abramović va desde la presencia literal de la artista -piénsese en The Artist Is Present (2012), el documental biográfico dedicado a la retrospectiva de la artista en el MoMa de Nueva York- hasta la desaparición de la propia artista para que el espectador se convierta en performer y pueda entender así el valor del Performance Art. Las vicisitudes personales de Abramović son una con su historia artística, y su biografía cuenta, entre actuación y actuación, su problemática relación amorosa con Frank Uwe Laysiepen -más conocido como Ulay-, sus diversas relaciones fugaces y su complicado matrimonio con el artista Paolo Canevari, de la difícil relación con su padre, que llegó incluso a desheredarla, y de la controvertida relación con su madre, que al igual que el padre de Marina militó en las filas de Tito en los años 40 e inevitablemente reflejó la forma mentis militar, impregnada de rigor y disciplina, entre las paredes de su casa. La artista relata sus alegrías y penas, y habla también de cómo la falta de atención y afecto en su adolescencia la llevó a lanzarse de cabeza a sus relaciones, tanto amorosas como amistosas, tratando de sentirse realizada y apreciada.
Un texto hábil y meticulosamente escrito, enriquecido además con preciosas fotografías en color que muestran algunos momentos importantes de la vida de Marina Abramović, su producción teatral con Bob Wilson -The life and the death of Marina Abramović (2011)- o algunos de los talleres realizados en colaboración con el MAI (Marina Abramović Institute) creado en 2010, Balcan Baroque -el espectáculo con el que ganó el León de Oro de Venecia en 1997- y, por último, imágenes de otras actuaciones significativas o de viajes espirituales a India, China y Brasil. Marina Abramović es una artista polifacética, vida y arte coinciden para ella, y es gracias a la ocurrencia del arte que cada performance implica una transformación, al igual que un ritual convierte al artista en Otro-que-yo y todo cambia, para siempre.
Marina Abramović con James Kaplan
Cruzando los muros
Bompiani, 2016
416 páginas
19 euros
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