Casi trescientas páginas (288 para ser exactos), doscientas de las cuales son láminas en color, un formato importante (24 por 32,5 cm) y la firma de uno de los mayores expertos en la materia: éstas son las características del libro Nel segno di Bruegel (En el signo de Bruegel ) de Manfred Sellink, una monografía sobre el gran Pieter Bruegel el Viejo (Breda, 1525/1530 circa - Bruselas, 1569) publicada por Skira y que figura entre las novedades del catálogo de la editorial milanesa. El autor, Manfred Sellink, es director del Koninklijk Museum voor Schone Kunsten (Museo Real de Bellas Artes) de Amberes(Bélgica) y autor del catálogo razonado del pintor brabanzón: Sellink cuenta en su currículum con la identificación de un dibujo inédito de Bruegel y el descubrimiento de un cuadro del artista en una colección privada española (hoy en el Museo del Prado: se trata de El vino de la fiesta de San Martín, de 1566-1567).
El libro se presenta como un recorrido por los principales temas de la obra de Bruegel, comentados a través de un itinerario de cincuenta y ocho obras maestras, entre las que se encuentran algunas de las obras más famosas del artista. obras famosas del artista de Breda, desde la Construcción de la Torre de Babel de 1563 (actualmente en el Kunsthistorisches Museum de Viena) hasta el País de los Cockaigne de 1567 (conservado en la Alte Pinakothek de Múnich), desde el Dulle Griet de Amberes hasta la Parábola de los ciegos de 1568 (una de las pocas obras de Bruegel conservadas en Italia: se encuentra en el Museo Nazionale di Capodimonte de Nápoles). La principal fuerza de Bajo el signo de Br uegel reside en el aparato iconográfico: los detalles se proponen a lo largo del libro con imágenes de alta resolución y se puede apreciar cada pincelada, la más minuciosa (mientras que los cuadros completos, aunque con cuatro imágenes por página, se proponen en cambio al principio del libro, catalogados por orden cronológico), e interesante es la idea de dedicar espacio también a la producción gráfica, gracias a la presencia, al principio del catálogo (y, evidentemente, puntuando todo el volumen), de algunos de los dibujos más significativos de Bruegel (faltan, en cambio, los grabados, debido a una precisa elección del autor). El de Bruegel, explica Sellink en la introducción del libro, es un arte capaz “de plasmar hasta los detalles más ínfimos de manera realista, o más bien ilusionista”, ya que “la atención al detalle era una característica esencial de la miniatura, que en el sur de los Países Bajos conoció un periodo de florecimiento entre finales del siglo XV y principios del XVI”. En la obra de Bruegel, explica Sellink, “se observa una evidente influencia de Simon Bening y sus contemporáneos, y es probable que él mismo se formara como miniaturista, quizá con Mayken Verhulst, su futura suegra y famosa miniaturista. Esto explicaría no sólo su interés por los detalles minuciosos y refinados, sino también su habilidad técnica para mantener reconocible y legible hasta el más mínimo detalle de lo que dibujaba y pintaba”.
Obviamente, no es sólo la atención a los detalles minuciosos lo que hace grande el arte de Bruegel: en el plano técnico, la integridad formal de sus composiciones responde siempre a un orden lógico bien definido, fruto de estudios muy minuciosos (los pocos bocetos que se conservan así lo atestiguan, aunque, según la hipótesis de Sellink, el artista probablemente tuvo que realizar cientos, si no miles de ellos). En cuanto al contenido, el artista pasó a la historia sobre todo por su marcado sentido del humor, que ponía en práctica incluso en las situaciones cotidianas más trágicas. El libro, tras una introducción dedicada a los paisajes, género en el que Bruegel dejó algunas obras maestras como el Paisaje invernal con trampa para pájaros, y en el que no falta su “visión del mundo” (como, por otra parte, sugiere el título de la primera sección: un mundo en el que el hombre está a merced de la naturaleza a pesar de sus intentos por imponerse), propone un estudio en profundidad dedicado a la “época turbulenta” en la que vivió el artista. Una época de agitación política, social y religiosa, una época de pobreza y violencia, que Bruegel, como brabantino que vivió en la época de la Reforma protestante, sintió con especial intensidad, ya que sus tierras, como es bien sabido, fueron atravesadas por una oleada iconoclasta que no escatimó pinturas, libros e imágenes de todo tipo. Las amargas reflexiones de Bruegel sobre la pobreza llenan cuadros como La lucha entre el Carnaval y la Cuaresma, Los mendigos tullidos o el ya mencionado Vino de la fiesta de San Martín, donde asistimos a una tragicómica reyerta entre pobres (la fiesta se celebraba el 11 de noviembre y era costumbre ofrecer vino a los pobres: y aquí, explica Sellink, Bruegel quería subrayar “la paradoja de un acto de misericordia que acaba alimentando la intemperancia”, en consonancia con el gusto por lo absurdo y lo irrazonable que caracterizaba el sarcasmo flamenco y holandés).
Y de nuevo los enfrentamientos religiosos de la época llevan a Bruegel a enfrentarse al tema del sistema de vicios y virtudes establecido por la moral de la época (y por moral, por supuesto, entendemos la moral religiosa), que se explora no sólo en pinturas que se centran en episodios de la vida de la época, sino que también es objeto de una serie de dibujos para grabados en los que se personifican los vicios y las virtudes: así, la pereza es una mujer que duerme sobre un burro y apoya la cabeza en una almohada sostenida por un diablo, el orgullo es una dama ricamente vestida que se mira en un espejo y está acompañada por un pavo real, la gula es un banquete de monstruos que se atiborran hasta desplomarse en el suelo y, por otro lado, la esperanza guía un barco hasta el puerto salvándolo del mar tempestuoso, la fe es una iglesia repleta de fieles, la prudencia es una industriosa comunidad de campesinos preparándose para el invierno. Todas las alegorías de Bruegel están además pobladas de “demonios y monstruos”, que se convierten en los protagonistas de la cuarta sección del libro, donde Bruegel se yuxtapone al Bosco (“ambos maestros”, explica Sellink, “despliegan una imaginación y una inventiva extraordinarias para crear monstruos y criaturas extrañas de todo tipo, transformando animales, hombres y objetos cotidianos en los caprichos más extravagantes”). Sin embargo, el pintor también fue capaz de crear visiones menos chocantes, con alegorías capaces de transmitir contenidos edificantes, aunque nunca de forma directa y jugando siempre al filo de la ambigüedad (como en Juegos de niños, donde muchos de los pequeños protagonistas parecen más adultos en miniatura que niños, subrayando por un lado cómo el juego y la diversión no tienen edad, y por otro cómo la frontera entre el juego y la locura es difusa).
La antepenúltima sección continúa con el hilo de la ironía (“Arguzia e ironia” es el título), con una mirada en profundidad al tono del humor de Bruegel, que ve uno de sus rasgos sobresalientes en el uso de la paradoja y laalusión, ylavariada humanidad (niños, campesinos, mendigos, escolares, cazadores) que el pintor de Breda pintó en sus paneles y dibujó en sus láminas se convierte en protagonista de un capítulo dedicado a “Rostros y emociones”, ya que Bruegel fue uno de los primeros artistas de los Países Bajos en investigar sistemáticamente las emociones de sus personajes, especialmente en sus escenas campesinas. La “alegría de vivir” es, en cambio, el último tema explorado por Sellink, según el cual este sentimiento es evocado por toda la producción de Bruegel: gran observador e investigador de la realidad contemporánea (aunque apenas hay “realismo” en su obra tal como podríamos entenderlo hoy: sus obras son más una continua y constante alusión que análisis), pintor dotado de una inventiva poco común y capaz de las más insólitas excentricidades, Bruegel fue, sin embargo, un artista capaz de transmitir una intensa vitalidad: testimonio de ello son obras como Primavera, La siega del heno, El país de los Cockaigne o la Danza campestre con la que se cierra el libro.
En el signo de Bruegel pretende ante todo ser una publicación de divulgación para los desconocedores del arte neerlandés y flamenco de la época: un “viaje”, como lo define el propio Sellink, a través de los motivos que animaron su arte. Sin carecer del enfoque científico propio de un estudioso de su calibre, el director del Museo de Bellas Artes de Amberes especifica claramente en el prólogo que también ha querido dar al libro un toque personal. La razón de ello hay que buscarla en el propio arte de Bruegel: sabemos muy poco del pintor brabanzón y, como hemos visto, sus obras nunca se dan por supuestas, nunca son sencillas, se prestan constantemente a diferentes lecturas y diferentes interpretaciones, por lo que el acercamiento a Bruegel puede verse condicionado en ocasiones por las diferentes formas en que la fascinación de sus cuadros llega al receptor. He aquí, pues, el propósito del libro: “transmitir”, explica Sellink, “algo de la fascinación, el asombro y la admiración que la magistral obra de Pieter Bruegel no deja de suscitar en mí”. Obviamente, el erudito no deja que el artista hable por sí mismo, pero su comentario resulta ser una guía agradable y estimulante de los múltiples mundos de uno de los artistas más asombrosos del siglo XVI.
Manfred Sellink
Bajo el signo de Bruegel
Editorial Skira
2018
288 páginas (tapa dura)
45 euros
Detalles del libro en la web de la editorial
En las imágenes siguientes: la portada del libro y un detalle de La lucha entre el Carnaval y la Cuaresma (1559; óleo sobre tabla, 118 x 164,5 cm)
Bajo el signo de Bruegel: un viaje por los mundos del gran artista del siglo XVI en un libro de Manfred Sellink |
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