Con motivo del bicentenario de la muerte de Canova, el Museo Gipsoteca Antonio Canova ha decidido utilizar sus espacios para promover y celebrar al Artista a través de una serie de exposiciones. Un itinerario que señala la contemporaneidad de los grandes maestros y sus ideas con los intérpretes de nuestro tiempo.
La exposición Antonio Canova y la escultura contemporánea forma parte de estas celebraciones y narra el desafío de una serie de escultores contemporáneos, todos ellos competidores de Canova: Marcello Tommasi, Wolfgang Alexander Kossuth, Girolamo Ciulla, Giuseppe Bergomi, Giuseppe Ducrot, Filippo Dobrilla, Livio Scarpella, Ettore Greco, Aron Demetz, Fabio Viale y Jago.
El proyecto, concebido por Vittorio Sgarbi, está realizado por Contemplazioni, en colaboración con el Museo Gypsotheca Antonio Canova, gracias al apoyo de Intesa Sanpaolo.
Canova es sin duda el máximo exponente del arte neoclásico, con su gusto por las simetrías perfectas, las superficies suaves y lisas, las poses solemnes y controladas y las expresiones impasibles. No imitó pasivamente la Antigüedad, prefiriendo interpretar su espíritu, ni se cerró al arte barroco, como revela su admiración juvenil por Bernini y Antonio Corradini.
Nacido en una familia de artistas, Marcello Tommasi es considerado el “heredero simbólico del neoplatonismo del siglo XV”. Entre 1948 y 1958, cuando frecuentaba el taller de Pietro Annigoni, Tommasi dibujó, pintó y se dedicó gradualmente a la escultura. Vivió principalmente entre Florencia y Versilia, trasladándose a menudo a su amada París. Maestro del arte figurativo, trabaja ampliamente tanto el arte sacro como el profano, inspirándose a menudo en los mitos griegos. Su ingente producción incluye cientos de obras entre dibujos, bocetos, esculturas, pinturas y frescos.
El de Wolfgang Alexander Kossuth es un estilo de grandes contrastes, que consiente y niega al mismo tiempo el naturalismo. Pintor, escultor, violinista y director de orquesta, Kossuth dedicó toda su vida al arte, fusionando sus pasiones y haciendo de la figuración el fundamento de su poética. El patetismo y la teatralidad rezuman de los cuerpos contorsionados, en resina o bronce, que desafían las leyes de la gravedad hasta los límites de lo surrealista; a veces idealizados hasta el punto de recordar divinidades grecorromanas, otras tan expresivos que recuerdan la realidad de la vida cotidiana.
Los mitos y leyendas de Girolamo Ciulla no son las historias que conocemos, sino los sueños de esas historias que su imaginación transforma en nuevas imágenes e historias. Ciulla no ilustra, sino que crea mitos a su propia imagen. Nació en Caltanissetta y los lazos con su tierra natal le llevan a desarrollar un sincretismo escultórico que mira a la antigüedad, a los mitos y a los arquetipos itálicos, griegos y orientales. Sus esculturas no tienen, sin embargo, nada de nostálgico: Ciulla dialoga con el clasicismo elaborando un léxico contemporáneo, para demostrar que las ideas viven más allá de los hombres y más allá del tiempo.
La escultura de Giuseppe Bergomi vuelve a proponer de forma destacada la investigación figurativa como respuesta al temperamento conceptual, minimalista y poverista de los años setenta. Bergomi devuelve al centro de la escena el sentido estricto de una corporalidad que es a la vez disciplina técnica e investigación poética. Sus nuevas esculturas siguen el largo surco ya trazado por su extensa producción y al mismo tiempo buscan un nuevo diálogo con la materia, en particular la cerámica y el mosaico, utilizados para renovar temas y formas muy queridos por él, como los retratos de bañistas y figuras reclinadas. Sus obras, así intocadas e intocables, alcanzan un absolutismo que parece contradecir o abolir la realidad pero que, en cambio, deriva precisamente de esa profunda identificación con la realidad.
El heredero de Bernini es Giuseppe Ducrot. Un artista original capaz de invenciones imprevisibles. Un escultor antiguo que parece haber retomado sus esfuerzos y su obra allí donde Gian Lorenzo Bernini se detuvo; y así, con una forma serpenteante, con un extraordinario gusto por el detalle y una correspondiente capacidad de ejecución, puede, en una iglesia, insertar un candelabro, un púlpito o un altar que parecen consagrados por la historia. Y esta capacidad suya es extremadamente rara para un escultor.
Filippo Dobrilla es un poco excéntrico, un poco loco, ha esculpido un Gigante del tamaño de Babel -símbolo del amor de un hombre por la grandeza del mundo- en las entrañas mismas de los Alpes Apuanos, permaneciendo sumergido durante semanas, golpeando su cincel con un mazo sobre la roca desnuda, monolítica. Conoce la piedra en profundidad, desde dentro, la estudia en sus entrañas. Instintivamente, sabía reconocer su hundimiento, su pureza, su verso cristalino, porque había experimentado estos lugares como ningún otro entre los escultores.
Entre los escultores más ingeniosos y cruelmente irónicos de nuestro tiempo se encuentra Livio Scarpella, que persigue una imaginería homosexual mórbida, dominada por “chicos malos” inconscientes que habrían encantado a Saba, Penna, Pasolini, y a los que nos presenta con un virtuosismo petulante y una naturalidad sublime. El pecado, sin penitencia y con complacencia, es el estado de ánimo en el que se agita, perturbado pero eufórico, persiguiendo y representando malos pensamientos que se transforman en delicias de estilo, en bellezas luciferinas, en travesuras indecibles e imperdonables. Su espíritu es dionisíaco, su forma apolínea. La síntesis está perfectamente lograda. Así, como en estas comparaciones, su reinterpretación de la historia.
Bluesman de la arcilla, Ettore Greco cuenta su relación con el material por analogía a la de un guitarrista que improvisa una melodía: sus dedos se mueven sobre la escultura sin partitura predefinida, sino en un acto de creación siempre espontáneo que busca, como fin último, el sentimiento. El escultor de Padua, que ha optado por mantenerse fiel a la tradición figurativa, es capaz de explicar al hombre tal como es, más allá del tiempo, porque lo acepta sin juzgarlo. Sus esculturas son un canto a la humanidad.
La obra del artista del Tirol del Sur Aron Demetz siempre se ha centrado en la transformación de la materia, en una confrontación reflexiva con el arte clásico encaminada a definir nuevas expresiones de la plasticidad. En su estudio se disponen figuras humanas de tamaño natural en madera, bronce y yeso, cubiertas de resina, carbonizadas y salvajemente deshilachadas. Lo que caracteriza el arte de Aron Demetz es la sutil comunicación de sus figuras humanas con el observador: parecen escrutarle, casi resulta molesto mirarlas. Aron Demetz figura entre los escultores más destacados de la escena internacional, pero eso no le disuade de su tranquilidad: no abandona Val Gardena, porque ese paisaje forma parte de su arte.
Fabio Viale replica obras maestras del arte occidental con vertiginosa precisión, continuando la conocida tradición de los talleres de escultores copistas. Como entonces, también en Viale, el tema de la copia añade calidad, gracias a la meditada elección del tema y al despliegue de habilidad escultórica, y sobre todo gracias al gesto de reinterpretación contemporánea. Fabio Viale no se ha cansado nunca de experimentar con el potencial del mármol para replicar fielmente objetos que nuestra razón remite a un material totalmente distinto. Su extraordinaria habilidad técnica le ha permitido crear ficciones de materiales tan creíbles en términos de acabado, color y textura que pueden inducir al observador a un deseo irrefrenable de tocarlos para comprobar su verdadera naturaleza. Aquí la obra de Viale aparece como un estimulante oxímoron: lo que parece noble y eterno es el resultado de un hábil engaño, mientras que lo que nos parece un simple producto de la actualidad en materiales al uso está en realidad moldeado en la más noble y eterna de las sustancias.
Jago es un artista polifacético del que se ha hablado mucho. Su arte de la red ha llegado hasta el Vaticano, que le encargó un busto para Su Santidad. El retrato del Papa y sus otras obras son muestra de una disciplina que tan pocos artistas han mostrado en el siglo XX. Jago trabaja el mármol como si fuera plastilina o escayola. Sus obras cobran vida literalmente gracias a los minuciosos detalles que es capaz de esculpir, especialmente cuando se dedica a recrear las arrugas faciales y los pliegues de la piel.
La exposición escenifica un combate cuerpo a cuerpo entre la escultura contemporánea y la escultura neoclásica de Antonio Canova, no en nombre de la imitación, sino en la búsqueda escultórica de la “verdadera carne”, aquella que el artista admiraba, a su vez, en las obras del gran maestro clásico Fidias.
Para más información, visite el sitio web oficial del Museo Gipsoteca Antonio Canova.
En la imagen: Fabio Viale, Venus italica (2016). Colección privada
Once grandes escultores italianos contemporáneos se miden con Canova en Possagno |
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