En los Museos San Domenico de Forlì, una gran exposición sobre el retrato del artista, desde la Antigüedad hasta el siglo XX.


Un compendio de historia del arte en torno al papel del autorretrato en la poética de los artistas, desde la Antigüedad hasta el siglo XX: éste es el objetivo de la exposición "El retrato del artista. En el espejo de Narciso. El rostro, la máscara, el selfie", en los Museos San Domenico de Forlì.

Un compendio de historia del arte en torno al papel del autorretrato en la poética de los artistas, desde la Antigüedad hasta el siglo XX: éste es el objetivo de la nueva exposición del Museo Cívico San Domenico de Forlì, programada del 23 de febrero al 29 de junio de 2025, titulada El retrato del artista. En el espejo de Narciso. El rostro, la máscara, el selfie. Dirigida por Gianfranco Brunelli y comisariada por Cristina Acidini, Fernando Mazzocca, Francesco Parisi y Paola Refice, la exposición, que se desarrollará desde la antigua Iglesia de San Giacomo hasta las amplias salas de la primera planta, antaño biblioteca del Convento de San Domenico, celebra el vigésimo aniversario de las grandes exposiciones promovidas por la Fondazione Cassa dei Risparmi di Forlì en colaboración con la administración municipal. El diseño y la dirección artística de la exposición se han confiado al Studio Lucchi & Biserni.

A través de un itinerario que va desde la Antigüedad hasta el siglo XX, la exposición explora el autorretrato como referencia al mito de Narciso, narrado por Ovidio en las Metamorfosis: el reflejo de Narciso en la fuente se convierte en metáfora de la imagen que el artista tiene de sí mismo. Ya Leon Battista Alberti, en De pictura (1435), retomó esta imagen para definir las artes plásticas como artes especulativas e introducir la figura del artista como intelectual, protagonista de su propia época. La visión de Alberti marca el inicio del papel del artista en la modernidad, en la que el autor transmite su imagen a la posteridad, haciendo inmortal su obra.

A partir de la época humanista, el autorretrato se afirma cada vez más como medio de expresión del talento y de afirmación del papel social del artista. La exposición se inaugura con la sección El mito del artista. Narciso y el nacimiento del retrato, que presenta obras emblemáticas como Narciso en la fuente de Tintoretto (Galleria Colonna, Roma), Narciso de Paul Dubois (Museo de Orsay) y un imponente tapiz de Corrado Cagli que representa a Narciso, procedente de la colección del Senado de la República. El objetivo es investigar el tema del autorretrato y la progresiva toma de conciencia del artista en la historia del arte.



Le sigue la sección Persona. El espejo, la máscara y el rostro, que reúne objetos fuertemente evocadores, como dos emblemas de máscaras teatrales (10-50 d.C.) procedentes del Museo Etrusco de Villa Giulia, que se llamaban persona en latín porque servían para amplificar la voz de los actores (per-sonare). La sección también incluye espejos grabados, que recuerdan el tema del reflejo, tanto literal como metafóricamente.

“En la Edad Media no había autorretratos”, explica la conservadora Paola Refice. “Hay, sin embargo, retratos que el artista hace de sí mismo dentro de la obra. Esta aparente contradicción se basa en la propia función de hacer arte. El pintor -o el cantero, o el arquitecto, o el miniaturista- es un artesano. Todo lo hábil y experimentado que se quiera, sigue siendo, en esencia, un hacedor. Su conciencia de sí mismo está destinada a crecer a medida que su actividad se aleja de la esfera de las artes mecánicas y se adentra en la de las artes liberales. Desde el principio de esta lenta ascensión, el artista reclama un lugar, aunque sea mínimo, en el proceso creativo. Dirigiéndose al Creador, que en la cultura medieval es la fuente de toda representación de la realidad, le dedica su obra representándose a sí mismo en ella. Son las figuras que encontramos en las losas esculpidas de los ambones o en los manuscritos iluminados y, más tarde, en los ciclos de frescos de la época gótica: no sujetos de la obra, como sucederá a partir del Renacimiento, sino parte sustancial del proceso creativo”.

En Per speculum... La imagen de lo invisible, la atención se centra en el rostro como expresión del alma y vehículo de lo divino. La Edad Media fue testigo de la invención del cristal reflectante (1250), que transformó el espejo en un poderoso símbolo alegórico. En el Renacimiento, el rostro reflejado se carga de múltiples significados y genera alegorías a menudo con temas femeninos. En las secciones Alegorías de la imagen - Prudencia, Virtud reflejada y Vanitas/Veritas, se exponen obras como laAlegoría de la prudencia de Marcello Venusti y Donato Creti, Sabiduría y prudencia de Rustichino, Venus de Tiziano y Venus y amor de Jacob de Backer.

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“La conciencia de la propia identidad interior pasa por la contemplación de la propia imagen, tal como se ve reflejada en el espejo: un espejo que, en el lenguaje simbólico de la filosofía y el arte occidentales, puede ser, según el contexto, el instrumento de un análisis virtuoso o la herramienta ’mortal’ (el adjetivo es de Petrarca) de una vana complacencia”, explica la comisaria Cristina Acidini refiriéndose al tema del espejo. “Por eso están representadas en la exposición las alegorías, de signo opuesto, de la Prudencia y la Vanidad. La primera es una virtud que se escruta en el espejo, reflexionando sobre elecciones prudentes y sensatas. La segunda, en cambio, busca en el espejo la confirmación de su efímera belleza física. El nombre latino, vanitas, designa un tipo de ”naturaleza muerta“ que alude a la brevedad de la vida y de los placeres. El tema del espejo vuelve en el autorretrato, un tipo especial de retrato en el que el artista se representa a sí mismo y al mismo tiempo su estatus social, sus gustos, su mundo. Entre los expuestos, un núcleo procede de la colección de autorretratos más prestigiosa del mundo, la de las Galerías Uffizi de Florencia”.

A continuación, el autorretrato adquiere nuevas connotaciones en la sección Ad acquistar nome, dividida en El artista como sujeto narrativo y La autoimagen entre los hombres ilustres. En el siglo XV, los artistas comienzan por primera vez a insertar sus rostros en escenas colectivas, a menudo como testigos o comentaristas del significado moral de la obra, emancipándose del papel de meros artesanos, como en la Presentación en el Templo de Giovanni Bellini. En el siglo XVI, el autorretrato se convierte en un género autónomo, biográfico, portador de reflexiones existenciales y artísticas, como en Cabeza de joven con peinado de Parmigianino de las Colecciones de Arte de la Fondazione Cariparma, el Doble retrato de Pontormo y el Autorretrato con espineta de Sofonisba Anguissola del Museo e Real Bosco di Capodimonte.

En el siglo XVII, la representación del artista en su entorno de trabajo, atrapado en el momento de la creación artística, se repite con frecuencia. Este tema se explora en la sección Transfiguraciones del artista, donde junto al tema del retrato íntimo y coloquial se encuentra también el del pictor doctus, el caballero intelectual. Aquí se exponen el primer autorretrato de Bernini en forma de dibujo, Herodías de Simon Vouet, grabados de Rembrandt, el Retrato de Juan de Córdoba de Diego Velázquez de los Museos Capitolinos y Artemisia Gentileschi del Palacio Barberini.

A finales del siglo XVII, el concepto de máscara y de representación teatral también se convierte en central para los artistas, como se explora en la sección Nel gran teatro del mondo (En el gran teatro del mundo), con obras como L’Allegoria delle tre Arti (Pittura, Musica e Poesia) (La alegoría de las tres artes (Pintura, Música y Poesía) o Las tres hermanas de Sirani y elAutorretrato como guerrero de Salvator Rosa.

En el siglo XVIII, el autorretrato se situaba entre la idealidad y la historia, la razón y el sentimiento, entre la búsqueda de lo bello ideal y la irrupción de lo sublime, como se relata en El autorretrato indeciso. Entre la belleza ideal y el sentimiento de lo sublime. El artista va en busca de una forma perfecta, pero luego descubre la irrupción de la realidad de la historia y el sentimiento de la naturaleza. Un ejemplo de ello es el autorretrato de Anne Seymour Damer, de los Uffizi, que firma su propio retrato en griego antiguo, reivindicando un patrimonio cultural habitualmente vetado a las mujeres.

“Con la apertura del siglo XIX”, explica el comisario Fernando Mazzocca, “serán los dos grandes protagonistas del nacimiento y la afirmación de la escultura neoclásica moderna, Antonio Canova y Bertel Thorvaldsen, quienes seguirán -en cierto momento entrando en rivalidad- un camino de autocelebración, confiando su gloria inmortal a sus autorretratos divinizados”. Pero el género del autorretrato se afirmará sobre todo con el nuevo temperamento romántico, adquiriendo un valor emblemático al retratar la potencia creadora, el ingenio y la condición existencial del artista, así como su papel -a veces conflictivo- en una sociedad que estaba cambiando. En los numerosos autorretratos, escaneados con continuidad a lo largo de una carrera asombrosa, fue Francesco Hayez -protagonista del Romanticismo histórico italiano- quien demostró que sabía gestionar su propia imagen, como pocos artistas, incluso en sus relaciones con los mecenas y el poder. A lo largo de todo el siglo, los artistas -de Ingres a Moreau, de Piccio a Fattori, de Max Klinger a Franz von Stuck- utilizaron el autorretrato como medio de reivindicar con orgullo su lugar en la sociedad, o como medio de autoanálisis al desnudar su dimensión más íntima. Un cambio radical se produciría en el siglo XX, con el nacimiento de las vanguardias y luego en el clima de vuelta al orden entre las dos guerras, cuando el autorretrato adquiriría el valor de una declaración programática de la trayectoria creativa del artista, como en el caso de Giorgio de Chirico, que variaría sin cesar la representación de sí mismo, reflejando los diferentes momentos de una historia extraordinaria".

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La sección Autobiografías. Pasiones e Historia explora el significado romántico del autorretrato, elevando al artista a héroe solitario y profeta del arte. La generación comprendida entre finales del siglo XVIII y los primeros treinta años del siglo XIX se muestra en una secuencia de rostros congelados, en un torbellino de acontecimientos históricos y emociones, una galería de autorretratos que narran la búsqueda del yo hasta la llegada de la fotografía, que tomará el relevo. Aquí encontramos el famoso autorretrato de Gustave Moreau.

“El periodo definido como fin de siglo sugiere un clima cultural que abarca tanto lo característico de muchos fenómenos modernos como el ’estado de ánimo’ subyacente que encuentra expresión en ellos”, señala el comisario Francesco Parisi. "En este periplo, la muerte, el diablo y la belleza medusea ocupan un lugar central en la iconografía simbolista, y el tema del autorretrato también se ajusta a esta inclinación, desempeñando un papel fundamental al ofrecer a los artistas nuevas ideas de representación, como la inmutable tranquilidad de la calavera, el artista absorto en sueños, el amor a la muerte y la muerte misma. Además del modelo moralista del Homo bulla est, la imagen de la calavera que suele acompañar a los autorretratos se convirtió para los pintores simbolistas -incluso cuando se oculta en el motivo de los ojos cerrados, debido a la similitud entre el sueño y la muerte- en un símbolo de esa visión a través de la cual el artista revela la dimensión espiritual que se esconde tras el mundo visible.

En el siglo XX, el autorretrato se convirtió en un instrumento de investigación psicológica y social. La sección El lenguaje secreto de los símbolos incluye obras comoAutorretrato con turbante amarillo de Emile Bernard,Autorretrato de Juana Romani o Cabeza de Medusa de Arnold Böcklin, mientras que la sección Narciso en el espejo del siglo XX presenta obras como Automorfosis de Giacomo Balla y Autorretrato con armadura de Armando Spadini.

El trauma de la Primera Guerra Mundial marca un punto de inflexión: la sociedad se fragmenta, y con ella la imagen del artista. De Chirico, con su Autorretrato desnudo, reflexiona sobre la naturaleza del hombre y del mundo, asumiendo el enigma como cifra interpretativa de lo humano, con un desenlace inicialmente nihilista. Y el Retorno al orden de los pintores del Novecento temprano, como en el sombrío Autorretrato de Sironi de 1908, parece intentar recuperar esa armonía perdida entre el hombre y la realidad.

La exposición se cierra con El rostro y la mirada, que reúne interpretaciones modernas de la autorrepresentación, como El hombre negro de Michelangelo Pistoletto y Autorretrato de Mario Ceroli , sumergido por Bill Viola. La obra Éxtasis II de la serie Ojos cerrados de Marina Abramović transforma el rostro de la artista en un símbolo del sufrimiento universal.

“El primero fue Narciso, que se miró en el espejo de agua y conoció su propio rostro. El primer autorretrato. Luego vino el selfie”, explica Gianfranco Brunelli, Director de Grandes Exposiciones de la Fondazione Cassa dei Risparmi di Forlì. “A lo largo de los siglos, retratar el propio rostro, la propia imagen, ha sido para todo artista un reto, un homenaje, un mensaje, una proyección, un ejercicio de análisis profundo que muestra aspiraciones ideales y expresiones emocionales, pero también revela maestría y talento. Entonces se necesita un espejo. Miedo, cautela o deseo, incluso afán de mirarse. Alegoría de vicios y virtudes”.

Para más información: www.mostremuseisandomenico.it

Fotos de la instalación: Emanuele Rambaldi.

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En los Museos San Domenico de Forlì, una gran exposición sobre el retrato del artista, desde la Antigüedad hasta el siglo XX.
En los Museos San Domenico de Forlì, una gran exposición sobre el retrato del artista, desde la Antigüedad hasta el siglo XX.


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