Febbre es el título de la nueva exposición individual de Beatrice Meoni (Florencia, 1960), una de las pintoras más interesantes del panorama nacional, que del 24 de junio al 3 de septiembre de 2023 en la galería Cardelli & Fontana de Sarzana presenta su producción reciente, un corpus de obras que tienen como hilo conductor el fenómeno del tarantismo, que en la interseccionalidad de sus significados le da la oportunidad de tocar y recorrer una intrincada red de vínculos con la naturaleza, con los insectos, con los cuerpos, con la magia, con los ritos colectivos y con las tradiciones.interseccionalidad de sus significados le da la oportunidad de tocar y recorrer una intrincada red de vínculos con la naturaleza, con los insectos, con los cuerpos, con la magia, con los ritos colectivos, con las tradiciones populares y con la danza. Son obras que marcan más claramente esa evolución gradual que está afectando a su práctica.
Como las tarántulas que una vez al año actuaban fuera del orden constituido, expresando salvaje, compulsiva e histéricamente sus ansiedades, Beatrice trastorna el orden de su lenguaje pictórico (al que nos tiene acostumbrados), para mostrar lo que antes permanecía enterrado en su psique.
Estos cuadros retratan todo su mundo, revelándolo en su aparente caos. De hecho, no son sólo representaciones de objetos, sino cuadros-confesiones, autorretratos de la artista en forma de composiciones de pequeñas cosas que pueblan la dimensión del cuadro de forma cada vez más prepotente. Son objetos e imágenes bisagra entre el interior y el exterior, procedentes del pasado y del presente, de las palabras, los recuerdos, los deseos, las cosas y los cuerpos. Pequeños recuerdos, zapatos, cáscaras de plátano, utensilios de cocina, recortes de periódico, libros, notas y muñecos de papel encuentran su propia dimensión y voz.
El fenómeno del tarantismo hunde sus raíces en la tradición de Salento, y ya en el siglo XVIII se describía esta singular forma de exorcismo coreográfico-musical, que podía tener lugar tanto al aire libre como en un interior doméstico. “La habitación destinada a la danza de los tarantati”, escribió el erudito Nicola Caputo en 1741, “sogliono adornare con rammi verdeggianti cui adattano numerosi nastri e seriche fasce di sgargianti colori”. Por otra parte, una instalación de la exposición de Sarzana recuerda la práctica descrita por Caputo, quien prosigue: “Disponen cortinas similares por toda la sala y a veces preparan una cuba, o una especie de caldero muy grande, lleno de agua y decorado con hojas de vid y follaje verde de otros árboles; o hacen brotar graciosas fuentes pequeñas de agua clara, capaces de elevar el espíritu, y los tarantati ejecutan la danza cerca de ellas, mostrando que obtienen el mayor deleite de ellas, como del resto de la escenografía. Contemplan las cortinas, el follaje y los riachuelos artificiales, y se bañan las manos y la cabeza en la fuente: también toman de la cuba de vaporosos manojos de hojas de vid, y se rocían enteramente la cabeza con ellos, o -cuando la vasija es lo bastante grande- se sumergen en ellos, y así soportan más fácilmente la fatiga de la danza”. A continuación, se colocaban jarrones con esencias aromáticas, como la ruda y la menta, para estimular el olfato de las personas que iban a ser exorcizadas: la taranta era, pues, una danza en la que intervenían sonidos, colores y olores. La música inauguraba el rito terapéutico por el cual los tarantati podían a menudo, durante la danza, caer repentinamente al suelo, personificando, escribe el estudioso Ernesto De Martino, “la parte de la persona cuya vida está en extremo peligro, moribunda o incluso muerta”.
La taranta “no es un pretexto, sino más bien un tema capaz de aglutinar diferentes reflexiones y permitirle organizar el material emocional, poético, formal y espiritual. Basta observar su producción anterior para darse cuenta de que las obras presentadas en esta ocasión”, escribe Simona Squadrito en el texto de la exposición, “son el inicio real de una nueva investigación, de un nuevo código lingüístico y representan el descubrimiento de soluciones inéditas. Son cuadros que atestiguan la aparición de una nueva sensibilidad marcada por la valentía de mostrar algo más que antes permanecía oculto y se apartaba del cuadro, mientras que ahora aparece de forma prepotente. Es como si el artista viera una conexión entre el fenómeno de la taranta y la pintura. De hecho, si el término ”tarantismo“ se utiliza para indicar a la vez enfermedad y curación, para Beatrice la práctica de la pintura es a la vez enfermedad y curación. [...] Beatrice no sólo recurre a símbolos, a objetos sagrados procedentes de la tradición iconográfica y popular, sino que también reinterpreta los aspectos más banales de la vida cotidiana. Pequeños recuerdos, zapatos, cáscaras de plátano, utensilios de cocina, recortes de periódico, libros, notas y muñecos de papel encuentran su propia dimensión y voz. [...] En esta nueva dimensión pictórica abarrotada que exalta sobre todo el objeto, el cuerpo adquiere también una dimensión más carnal y física. Las figuras pintadas, las ”tarántulas“, adquieren profundidad y volumen, son cuerpos estremecidos, contorsionados, febriles, temblorosos de una posesión que inflama la piel. Estos sujetos/objetos coexisten entre sí en un plano de imagen total y, añade Beatrice: ”son parte integrante de la visión también porque desplazan el tiempo y el espacio", lo desplazan acercándolo. El tiempo y el espacio se comprimen en un solo momento, en el instante de una sola visión: en el espacio entrópico y centrípeto de la mesa de trabajo, en las paredes abarrotadas de su estudio o en un cuerpo tendido. Elhic et nunc de una vida circunscrita y contingente se realiza en un modo de investigación que afirma una intuición sobre el sentido de la existencia humana, que, en su propio ser, da testimonio de la permanencia de aquellos rituales, símbolos y arquetipos colectivos, que en estas superficies pictóricas entran en armoniosa colisión con la dimensión personal, doméstica, privada e íntima del artista".
La experiencia de Beatrice, concluye Squadrito, "se cristaliza a través de la lectura de sus obras, que prolongan los aspectos más serios de la tradición pictórica, popular y religiosa en una visión orgánica y personal orquestada por una imaginación que anima su mano y su cuerpo en una danza que se consuma entre las paredes de su estudio y que encuentra su escenario íntimo y más expuesto en la superficie del cuadro. No es sólo la búsqueda y manifestación de las construcciones sociales, ancestrales y pulsionales que animan el imaginario humano, sino sobre todo la expresión directa del yo. Los múltiples desplazamientos de distancia, de dirección, de ritmo, de clima emocional que percibimos, son indicios de una multiplicidad de significados proyectados e introyectados de su imaginación trabajadora [...]. Fiebre, dice Beatrice Meoni, como la que sacude los cuerpos de las mujeres de Apulia mordidas por la taranta, como la que mueve al pintor en su obra, al pintor para quien la pintura es auténticamente una forma de vida".
En las obras de Beatrice Meoni se abre paso, por tanto, una metafísica de la realidad, donde la pintura es interpretación y emergencia de la experiencia personal y colectiva, que se da en sus dimensiones física, psicológica y espiritual."Fiebre“, escribe Beatrice Meoni, ”como la que sacude los cuerpos de las mujeres de Apulia mordidas por la taranta, como la que mueve al pintor en su obra, al pintor para quien la pintura es auténticamente una forma de vida".
Para toda la información sobre la exposición, visite www.cardelliefontana.com.
Imagen: Beatrice Meoni, Taranta silente (2023; óleo sobre tabla, 35 x 45 cm)
Beatrice Meoni muestra sus nuevos trabajos, sobre el fenómeno del tarantismo, en Cardelli & Fontana |
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