En los últimos años, el mercado del arte contemporáneo ha estado dominado por las ferias: cada vez hay más, y cada vez participan más galerías, que a menudo ofrecen obras nuevas en un flujo continuo. ¿Qué consecuencias tiene esta situación? ¿Cómo influyen en el trabajo de los artistas? ¿Ha habido algún momento en la historia en que el mercado haya sido tan importante? Hablamos de ello en esta entrevista con el crítico Giacinto Di Pietrantonio.
LR. Si entre los años 90 y 2000 se produjo un crecimiento del mercado, en los últimos 15 años hemos asistido al “dominio de las ferias de arte moderno y contemporáneo”. Las ferias representan una especie de “paquete vacacional todo incluido” en el que en tres o cuatro días el coleccionista puede ver una especie de “bienal de arte difusa” en la que puede visitar la feria y toda una serie de eventos paralelos consistentes en exposiciones especiales, fiestas, reuniones y cenas. Durante el programa anual normal, la visita a las galerías individuales se ve desalentada por el hecho de que durante los pocos días de la feria puedo “ver todas las galerías” (aunque sea mal) y tener unas agradables minivacaciones. ¿Tiene una percepción de este fenómeno?
GDP: Sí, se trata de un fenómeno que comenzó ya en los años 80, cuando el mercado del arte empezó a apropiarse de la apreciación y afirmación de los artistas, hasta entonces prerrogativa casi exclusiva de críticos, historiadores del arte, museos, bienales, etc. Consideremos el hecho de que, mientras que hasta la década de 1970, salvo en contadas ocasiones, un artista alcanzaba la fama a lo largo de los años, a partir de finales de la década de 1970-principios de la de 1980, los artistas se hicieron conocidos en uno o dos años y, lo que es aún más novedoso, al mismo tiempo sus precios se dispararon. Esto subraya otro hecho nuevo, a saber, que el marchante de arte dispone de un poder de valoración que nunca antes había tenido. Para explicarlo mejor, hay que recurrir a obras de arte, en este caso Au rendez-vous des amis, 1922, de Max Ernst, conservada en el Museo Ludwig de Colonia, y La Costellazione del Leone, 1980-1981, de Carlo Maria Mariani, conservada en la Galleria d’Arte Moderna de Roma, que son paradigmas de dos momentos históricos precisos: el de la modernidad, en el primer caso, y el de la posmodernidad, en el segundo. Las dos obras tienen una estructura similar, es decir, ambas representan a un grupo de personas, pero mientras que en la primera, surrealista, encontramos pintados sólo a artistas y poetas surrealistas más su mentor Breton, así como a algunas figuras destacadas como Dostoievski y Rafael, en la segunda, además de los artistas de la época como los poveristas Kounellis, Merz, Paolini o De Dominicis, Ontani, Pisani, Twombly y, entre otros, Clemente, Chia y el propio Mariani, o críticos como Bonito Oliva o Italo Mussa, también los galeristas Paul Maenz, Mario Diacono y Gian Enzo Sperone. Y aquí es donde la cosa se complica, porque estos últimos no sólo aparecen retratados, sino de forma central y cortesana. Paul Maenz está representado con el sombrero de Goethe en la cabeza a la izquierda, Mario Diacono en el centro como filósofo y a la derecha de este grupito Gian Enzo Sperone representado como un Apolo o Hermes apoyado en la escultura de Goethe La piedra de la fortuna en su casa de Weimar.
¿Qué nos dice esto?
Nos dice que mientras en la época de la modernidad de Max Ernst, el mercado era tabú, no estaba representado y todo se jugaba dentro de las relaciones culturales de artistas, escritores, poetas, intelectuales, en el postmodernismo, los marchantes de arte encuentran no sólo un lugar, sino que lo encuentran de manera cortesana al ser representados como poetas, filósofos, divinidades. Hace unos quince años hablé con Mariani y Sperone sobre esto para confirmarlo, me dijeron que nunca lo habían leído así. Sin embargo, esto nos dice aún más, ya que Mariani representaba el mercado en esta obra de forma espontánea, porque ya no había vetos contra el mercado, al que se le reconocía implícitamente una importancia valorativa que nunca antes había tenido. Así que lo que estaba ocurriendo, y lo que se reforzó sobre todo a partir de los años 90, estaba ocurriendo con la complicidad de los artistas que consciente o inconscientemente avalaban lo que ocurría a su alrededor y lo que necesitaban. Pongo otro ejemplo, no recuerdo si Lawrence Weiner o John Baldessari, dijeron en una entrevista que ellos, cuando empezaron a hacer el arte conceptual que nadie quería, sintieron la necesidad de encontrar galerías y galeristas, pero como no encontraban ninguna, se desvivieron por crearlas. Así que la culpa o el mérito nunca recaen en un solo lado, todos estamos conectados y, por tanto, somos corresponsables.
¿Cómo afectan estas dinámicas a los artistas y a la calidad de las obras?
Volviendo al mercado y a las ferias, en parte es cierto lo que dice, es decir, que las ferias, como las subastas añadiría yo, tienen hoy una importancia que nunca antes habían tenido, pero por otro lado el sistema del arte se ha reconfigurado en los últimos años a favor del mercado, restando poder a la crítica y al comisariado. Testigo de este hecho es también el hecho de que la revista de arte, que antes se mantenía alejada del mercado, ahora es ella misma protagonista del mercado organizando ferias, ejemplo de ello es la revista Frieze, que organiza Frieze Art Fair y en algunos casos es más conocida como organizadora de ferias que como revista. Ahora bien, está claro que esta proliferación de ferias ha provocado una crisis en la disponibilidad de obras de arte de calidad, porque, como me dicen varios artistas, se ven presionados por los galeristas que exigen constantemente nuevas obras para llevar a las ferias. Si se piensa que una galería de primera línea participa hoy en una docena de ferias en todo el mundo, se entiende lo que digo. Las propias ferias se han dado cuenta de ello, y de hecho hoy en día no hay feria que se precie que no tenga “eventos paralelos” en los que se invita a una selección de artistas a presentar obras concretas, que en la mayoría de los casos son obras de gran tamaño, como es el caso de Unlimited para Art Basel. Por no hablar de los diversos premios, conferencias, etc. Una guarnición que a uno le gustaría que fuera más deliciosa que el plato. Todo esto no está alejado de la realidad, porque forma parte del mundo globalizado, donde las finanzas se han apoderado de todo.
¿Cómo salir de ello?
No lo sé. De lo que estoy seguro es de que sólo los artistas, cuando quieren, pueden mostrarnos el camino.
Durante el periodo COVID, el termómetro para medir el bienestar del sistema artístico parecía ser la apertura o no de ferias. Al mismo tiempo, las grandes exposiciones de arte, como las Bienales y muestras similares, son eventos cada vez más caóticos con cientos de artistas en los que es difícil orientarse y donde siempre hay de todo y lo contrario de todo. En su opinión, ¿hace falta una “brújula”, un “lugar intermedio”, alejado del mercado y del caos de las grandes exposiciones, que ayude a la calidad y, por tanto, en última instancia, al éxito comercial del arte contemporáneo?
No creo que sea del todo exacto decir que durante Covid el termómetro para medir el bienestar del arte era la apertura o no apertura de ferias. De hecho, más allá de la terrible experiencia en la que nos metió Covid, hubo muchos que vieron el confinamiento de la cuarentena como una oportunidad para tener tiempo de replantearse su trabajo, de meditar sobre su existencia. Por supuesto, los efectos de lo ocurrido en el arte y en la vida aún están por ver, quizá también porque siempre se buscan en los mismos lugares, artistas y personas, pero creo que llegarán a sentirse y a verse. Dicho esto, no estoy en contra de las grandes exposiciones, sino de las exposiciones bien hechas y de las mal hechas. De hecho, está muy extendida la creencia de que las “grandes exposiciones” o las grandes muestras no hacen justicia al arte, lo cual no es cierto. Depende de cómo se hagan, claro que quizá no todo el mundo pueda verlo todo, pero además en el mundo globalizado en el que vivimos ¿cómo se hace una exposición representativa del mundo como la Bienal o la Documenta con unos pocos artistas? La cuestión aquí es el cuidado, las obras que se eligen y cómo se exponen y por qué. Por otra parte, una exposición como la Bienal, que dura casi seis meses, permite volver a ella varias veces, a diferencia de una feria que se agota en cuatro o en pocos días. Por supuesto, si esperamos novedades del arte en un sentido estilístico-formal, estoy bastante de acuerdo en que no son los tiempos adecuados, ya que vivimos en una época de neo-manierismo, pero creo que en la llamada sociedad de la comunicación y la información en la que vivimos, el arte, por oposición al periodo moderno, no es el momento adecuado.el arte, a diferencia de la época moderna, se ha dado a la tarea de comunicar contenidos no sobre la búsqueda de la novedad dentro del lenguaje del arte, sino, para bien o para mal, sobre los diversos problemas del mundo como la ética, la moral, la ecología, el racismo, etc., problemas para los cuales los artistas utilizan los signos conocidos en el momento más adecuado para comunicar. Lo que quiero decir es que actualmente la búsqueda o invención del signo es algo secundario frente a lo que se quiere comunicar, para lo cual se utilizan signos ya hechos, porque macchiavellianamente el fin justifica los medios. Esto no quiere decir que todo sea miel sobre hojuelas, porque también aquí hay que distinguir entre obras fuertes y débiles, y en cierto modo esto es más difícil que en el caso de las obras que ponen o anteponen la novedad formal, que es una cuestión de los últimos 150 años aproximadamente, teniendo en cuenta que, en el Renacimiento, por ejemplo, no se trataba de quién hacía algo nuevo, sino de quién lo hacía mejor. Por eso también, por ejemplo, cuando un joven Miguel Ángel esculpió un falso putto griego y lo vendió, cuando luego le descubrieron, no es que le persiguieran; al contrario, la admiración por él creció aún más, porque había demostrado que podía hacerlo tan bien como los griegos o mejor que ellos.
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