La emergencia sanitaria debida a la propagación de la epidemia del coronavirus Covid-19 ha puesto en tela de juicio muchos aspectos de nuestra vida que dábamos por sentados, y nos obligará a replanteárnoslos. No se trata sólo de cómo vivimos nuestras experiencias culturales cotidianas, que probablemente estarán sujetas a prescripciones sin precedentes en un futuro próximo, sino también de repensar nuestros modelos de desarrollo. Hablamos de estos temas con Filippo Del Corno, concejal de Cultura del Ayuntamiento de Milán, situando nuestras reflexiones en una doble vía: por un lado, lo que Milán está haciendo estos días y lo que hará una vez pasada la emergencia, y por otro, cómo repercutirá la emergencia en ciertos procesos que tienen lugar a nivel global. Entrevista realizada por Federico Giannini.
Filippo Del Corno |
FG. Señor Concejal, ¿cuál es la situación de las instituciones culturales en Milán? ¿Cómo están trabajando en este difícil periodo, cuáles son las actividades actuales?
FD. Las instituciones culturales de la ciudad están reaccionando a la emergencia sanitaria de forma muy unificada y coherente. Por un lado, está el bloqueo de las actividades abiertas al público, con la necesaria remodelación de las cargas de trabajo y de los componentes ligados a la presencia de personal (muchas han activado, en la medida de lo posible, las medidas que el Gobierno ha puesto en marcha para el apoyo a la renta, o las fórmulas previstas por la normativa sobre los expedientes de regulación de empleo para que no haya efectos dramáticos sobre el empleo). Hay que decir, sin embargo, que muchas instituciones culturales han intentado de inmediato seguir prestando un servicio público: Se han dado cuenta de que la importancia de su presencia es la de ser titulares de un servicio público consistente en la producción, la difusión y la divulgación de la cultura, y por ello han activado programas en línea, desde las visitas virtuales a los museos (desde este punto de vista, todas las instituciones han realizado iniciativas muy significativas) hasta la socialización de sus archivos (pienso en algunos actores del ámbito del espectáculo, o en lo que ha hecho, de forma virtuosa, la Fondazione Cineteca). Por otra parte, también hay algunos sujetos que han imaginado utilizar (en algunos casos de forma casi creativa) la dimensión de la socialización de la cultura a través de la web mediante la construcción de contenidos ad hoc. Está claro que nada de esto sustituye a la experiencia de compartir formas de expresión cultural: el objetivo de todos es volver a tener museos abiertos, teatros abiertos, cines abiertos, bibliotecas abiertas. Pero no es menos cierto que, llegados a este punto, interrumpir el diálogo con la ciudad habría sido, por una parte, muy negativo y, por otra, una anulación de lo que es, en cambio, una toma de conciencia de la misión que tienen las instituciones culturales de la ciudad, a saber, la de expresar siempre una función pública.
Partimos precisamente de la base de que las instituciones deben seguir prestando sus servicios, incluso de otras formas, porque la cultura sigue siendo fundamental: lo estamos descubriendo día a día, incluso muy trivialmente, porque en esta época sin música, sin cine, sin libros, en esencia sin los productos más vivos y concretos de la cultura, estaríamos mucho peor, y la cultura es una de las pocas cosas que nos mantienen vivos en una época en la que nuestras libertades fundamentales se reducen al mínimo y nuestras relaciones sociales se reducen a cero. El problema, sin embargo, es que quizá se sigue hablando demasiado poco de cultura, y en la comunicación de masas no hay lugar para el punto de vista de la cultura. Y frente a este problema, hay quien todavía espera una toma de conciencia pública de la importancia de la cultura, y por otro lado hay quien imagina un futuro en el que la cultura seguirá luchando con los mil problemas que la acompañaban hasta antes de la pandemia. ¿Cómo ve usted la situación?
Creo que el tema de la importancia de la producción cultural en las sociedades es un tema recurrente, y no creo que la sociedad actual viva condiciones tan llamativamente diferentes de las que se dieron en otras épocas de la historia. Desde este punto de vista, creo que debemos emprender responsablemente una evaluación muy concreta de qué papel puede expresar realmente la cultura en la sociedad actual. La respuesta que yo mismo me he dado es que la cultura es la mayor herramienta para compartir el patrimonio cognitivo. Compartir el patrimonio cognitivo es lo que, más que ninguna otra cosa, consigue tejer un vínculo comunitario. Creo que esta epidemia nos está diciendo que ya no podemos permitirnos pensar en términos de comunidades urbanas o comunidades locales: la comunidad se ha vuelto global porque, de hecho, un acontecimiento trágico como el brote de un virus, que se produjo en una parte muy precisa e identificable de nuestro planeta, ha tenido un efecto verdaderamente global en poco menos de dos meses. Así que tenemos que pensar que la nuestra se ha convertido en una comunidad global y que, en consecuencia, la cultura, desde este punto de vista, puede ser una herramienta extraordinaria para compartir el patrimonio cognitivo a nivel global, y ya no sólo a nivel local. Se trata de un reto sumamente fascinante e interesante, también porque, en cierto modo, retoma algunas de las características fundacionales de cualquier fenómeno de expresión artística o cultural. Es evidente que la presencia de una posición global sobre la cuestión de la importancia de la cultura es crucial: No olvidemos que, hace unos días, tres ministros de cultura de tres países europeos muy importantes fueron capaces de adoptar una posición común, una posición ampliamente compartida, y me imagino que si reuniéramos a todos los ministros de cultura de todos los países del mundo en torno a una misma mesa (como hizo el ministro Franceschini con ocasión de la Expo 2015), entonces podríamos registrar una consonancia de puntos de vista y también de enfoque de objetivos más amplia que la que registraríamos en otras mesas. Así pues, la cultura tiene ante sí esta misión, una misión muy importante, y es claramente necesario que los instrumentos de comunicación mediática asuman también una gran responsabilidad para subrayar cómo esta frontera de objetivo y meta, que la cultura puede expresar como herramienta, debe ser considerada como un elemento muy importante, y por tanto para realzar todas las ocasiones y todas las circunstancias en las que se exprese este valor con posiciones como las adoptadas por los tres ministros.
El famoso adagio sugiere pensar globalmente y actuar localmente. Evidentemente, cuando haya que empezar de nuevo, habrá que trabajar mucho en Milán. El problema es que de momento no sabemos cuándo podremos volver a empezar. En cualquier caso, sea cual sea la previsión, ¿tienen ya un plan para volver a empezar?
Tenemos varios planes que se entrecruzan, pero a un nivel que no es directamente gobernable por el mundo de la cultura, es decir, cuáles serán las prescripciones médicas y sanitarias que acompañarán a la reapertura de los espacios culturales. Nuestro primer objetivo es precisamente abrir los lugares de cultura, volver a garantizar que la experiencia de la cultura tenga esa característica crucial de compartir, que se basa en la apertura física y concreta de los espacios. Pero para ello habrá que tener en cuenta, inevitable y racionalmente, las prescripciones médicas y sanitarias. Por lo tanto, por un lado habrá que intentar que todas las casas de la cultura reabran progresivamente y faciliten esa experiencia de compartir la cultura, pero por otro lado habrá que asegurarse de que esto tenga lugar dentro de un perímetro muy preciso, que es lo que prescribirán las autoridades sanitarias. Aún no lo sabemos del todo: sabemos que habrá capacidades contingentes, sabemos que habrá obligación de recurrir a la asistencia médica, y por tanto nuestra preocupación será hacer converger el deseo y la necesidad de reapertura, por un lado, y el cumplimiento de la normativa sanitaria, por otro. Sin duda desarrollaremos un plan de comunicación muy amplio para que la ciudad recupere el hábito de la experiencia cultural, por lo que sin duda se desplegarán todas nuestras herramientas de comunicación para dar a la ciudad la plena conciencia de qué experiencias culturales van a volver a ponerse en marcha (y cómo van a volver a ponerse en marcha), también para garantizar que la autonomía y la independencia de los sujetos de la producción cultural, que han hecho la riqueza de nuestra ciudad en los últimos años, sean libres de expresar toda su energía de proyecto, toda su energía de propuesta.
Sin embargo, tendremos que imaginar un escenario muy diferente del que dejamos antes del estallido. En los últimos días, el Ayuntamiento de Milán ha dado a conocer algunas cifras que nos dicen, por ejemplo, que sólo los museos cívicos pierden 400.000 euros a la semana. En su opinión, ¿hay que pensar que en la reanudación habrá que prescindir de varios recursos, por lo que habrá recortes, o se actuará de otra manera, o cómo afectarán al futuro las pérdidas de hoy?
Afectarán en varias direcciones. La pérdida de los museos cívicos es la más absorbible, pero pensemos en la de los teatros, que ya no tienen su taquilla abierta, y pensemos también en otros temas que son cruciales en la difusión de la cultura en la ciudad (pienso en las librerías independientes, por ejemplo, que han perdido la mayor parte de su capacidad de ingresos, aunque muchas han puesto en marcha interesantes formas alternativas de distribución a domicilio, pero es evidente que esto no puede compensar el cierre). En cierto modo, el panorama general contempla una glaciación total de los ingresos de todas las organizaciones culturales de la ciudad: por tanto, las medidas económicas tendrán que ser extraordinarias, pero el Gobierno tendrá que tomarlas. Hemos visto que el Ministerio de Patrimonio y Actividades Culturales ha asignado 130 millones de euros de fondo de emergencia para quienes se dedican a las artes escénicas, y nosotros, como consejeros culturales de doce ciudades capitales regionales, en una mesa de relación y concertación con el ministerio, hemos pedido que una parte de estos recursos vaya a aquellos sujetos que tradicionalmente no son financiados por el Fondo Único para las Artes del Espectáculo, y por lo tanto a aquellas realidades más pequeñas y más frágiles, que actúan sobre el territorio, que muy a menudo no son conocidas a nivel nacional, pero que son muy preciosas para las ciudades. Imagino que, junto a esto, habrá otras medidas que el Gobierno tomará para dotar a las ciudades de herramientas extraordinarias en términos de apoyo económico a la producción y difusión cultural. Evidentemente, también habrá que contar con la generosidad del mecenazgo: Sabemos que hay muchísimas entidades privadas que en el pasado no han dejado de apoyar la cultura a través de donaciones y patrocinios, y debemos asegurarnos de que el gobierno adopte una medida importante para desfiscalizar todas las intervenciones privadas de apoyo a la cultura, y así imaginar, por ejemplo, que el Bono Arte no sea un instrumento limitado, como lo es hoy, a medidas de protección del patrimonio cultural de la nación, sino que pueda ampliarse para apoyar actividadeslo que nos permitiría tener muchas entidades privadas capaces de intervenir para apoyar actividades culturales con la perspectiva de un beneficio fiscal como el que proporciona el Art Bonus. Después, creo (y espero que sea una opinión ampliamente compartida) que la economía de la cultura se reactivará en cuanto se comprenda plenamente su importancia desde el punto de vista del equilibrio actual de la capacidad de producción de valor económico y de empleo. Permítanme recordarles que la cultura y las empresas creativas generan el 10% del PIB de la ciudad de Milán, y que hoy en día las mujeres y los hombres que trabajan en entidades de producción cultural o empresas creativas generan entre el 9 y el 10% del empleo de la ciudad. Esta cifra, que los operadores culturales siempre hemos reivindicado como necesaria para que se tomen medidas de atención económica sobre este sector, se convierte ahora en un hecho ineludible, sobre el que tendrán que centrarse las medidas que tome el Gobierno y que, por supuesto, tomará Europa. Ya estoy pensando que, en lo que se refiere a las iniciativas de apoyo directo del Gobierno a las administraciones municipales, tendrá que haber un fondo de gasto vinculado al apoyo de las actividades culturales, para que realmente haya una nueva actividad de inversión directa sobre quienes producen y difunden la cultura en el territorio.
Pasando de las industrias culturales al turismo, las cifras nos dicen que en 2019 Milán alcanzó un récord de 11 millones de entradas, cifra que obviamente se reducirá drásticamente para 2020. En su opinión, me gustaría saber cómo cambiarán los flujos, es decir, si volveremos pronto al turismo de masas o si en los próximos años el turismo será de proximidad, y en cualquier caso ¿cuál será la estrategia del Ayuntamiento de Milán?
Digamos que la dimensión que he mencionado antes, es decir, la necesidad de comprender que la comunidad es una comunidad global, influirá mucho en el futuro de los movimientos de esta comunidad. Los indicadores (que por el momento son en cualquier caso muy parciales) nos dicen que la movilidad será muy, muy reducida. Por lo tanto, esa dimensión del turismo cultural tan amplia y tan difusa que habíamos vivido en estos veinte años de principios de milenio, probablemente se reducirá mucho. No sé si es una perspectiva tan mala: quizás ese modelo de turismo también tenía componentes negativos, que subestimamos. Probablemente esta emergencia sanitaria provoque también un replanteamiento de las verdaderas políticas de atractivo de los territorios, que sin embargo están también responsablemente vinculadas a la sostenibilidad no sólo económica sino también medioambiental y social de las comunidades de las ciudades. No olvidemos que Barcelona, mucho antes de la epidemia de coronavirus, supo alertar a las ciudades del mundo del gran riesgo que el turismo de masas entrañaba para el equilibrio de la ciudad. Milán tendrá que repensarse, pero cuenta con una ventaja: incluso en el impetuoso desarrollo que ha habido en los últimos años, la ciudad siempre ha sabido perfilar un tipo de visitante capaz de determinar una presencia de flujo coherente con lo que es la capacidad de acogida de un centro como Milán. Creo que, en el futuro, los flujos de viajeros vendrán determinados cada vez más por el principio de coherencia global de las capacidades de atracción de cada territorio. Milán, por supuesto, tendrá que jugar gran parte de su atractivo sobre el tema de la gran importancia que, en nuestra ciudad, ha jugado históricamente el desarrollo del pensamiento creativo, y por tanto imaginar que los futuros visitantes de Milán serán aquellos que, más que ningún otro en el mundo, se verán implicados y atraídos por el elemento ligado al pensamiento creativo, a sus testimonios, a sus manifestaciones. Creo que muchos elementos del plan estratégico “Fare Milano” que anunciamos en 2016 seguirán siendo extremadamente válidos, es más, quizá lo sean aún más, porque especificarán y calificarán una forma de oferta global de la ciudad que podrá afectar positivamente a la deseabilidad del destino Milán para ciertas categorías y segmentos específicos de viajeros del futuro. Sin embargo, todos viajaremos de forma muy diferente. No puedo dar respuestas estadísticas porque aún es muy pronto para decirlo, pero podemos hacer una prueba empírica llamando por teléfono a todos nuestros amigos y preguntándoles dónde imaginan que pasarán sus vacaciones este verano: todos aquellos que quizá tenían previsto un viaje al extranjero, quizá incluso a Europa, nos dirán que se quedarán en Italia y que probablemente desarrollarán programas vacacionales y turísticos muy ligados a la proximidad territorial.
Sobre el tema del pensamiento creativo, usted no sólo es concejal de cultura del Ayuntamiento de Milán, sino también compositor, y me gustaría aprovechar este elemento para abrir un breve debate: en esta situación, quizás hasta ahora han faltado un poco los artistas, o en todo caso los que son capaces de desarrollar un pensamiento que vaya más allá de la mera elaboración de lo estadístico o lo biológico. Por lo tanto, me gustaría intentar reflexionar sobre el impacto de la epidemia en el perfil de las relaciones: desde su punto de vista, ¿cómo está cambiando esta pandemia las relaciones entre las personas y, en consecuencia, cómo cambiará nuestra forma de vida, incluso en los pequeños hábitos cotidianos?
Ahora mismo estamos viviendo la situación de emergencia de la pandemia, por lo que aún no sabemos (y nos resulta muy difícil predecir) cuáles serán las consecuencias “estabilizadas” de la emergencia. Sin embargo, está claro que la fuerte y abrupta reducción de la socialidad también tendrá consecuencias muy significativas desde el punto de vista de la forma en que imaginamos el papel de un creador o artista en la sociedad. Siempre estoy muy de acuerdo con lo que sostenía un gran compositor como Luciano Berio cuando decía que el arte nunca ha sido sordo a la historia: en un escrito de los años cincuenta que he tenido ocasión de releer estos días, afirmaba que el mundo civilizado y la sociedad humana, incluso en todas sus fases críticas, se transforman como si fueran un cuerpo vivo. Es decir, hay un paralelismo entre lo que ocurre en la sociedad humana y lo que ocurre en la naturaleza: el mundo civilizado elabora símbolos, elabora los lenguajes y los objetos de su propia existencia, y el propio artista es el primero en identificarse con su temporalidad. Berio decía que el artista crea para su mundo civilizado y no para una inmortalidad futura. Sin embargo, puedo afirmar que la relación entre la sociedad y la ritualidad asociada a las reflexiones artísticas y culturales cambiará mucho: se desarrollarán nuevas formas de ritualidad que influirán enormemente en el aspecto creativo. Sin embargo, es muy difícil decir cómo ocurrirá esto.
Una última pregunta. En la entrevista que nos concedió hace más de un año, usted concluía previendo un futuro como el imaginado por Jacques Attali, es decir, un futuro en el que los Estados-nación tendrán cada vez menos importancia y en el que, en su lugar, los centros neurálgicos serán las grandes entidades supranacionales y las grandes metrópolis como Milán. A la luz de los acontecimientos que han sacudido el mundo este año, ¿sigue manteniendo la misma opinión, o es esta pandemia una especie de hipo hacia ese futuro?
En los últimos días he reflexionado mucho sobre esta cuestión. No creo que la pandemia sea un hipo, sino una señal muy fuerte, que articularía en torno a tres líneas de pensamiento. La primera: esta pandemia ha demostrado y revelado la fragilidad del modelo de desarrollo de las ciudades. Quizás nos habíamos adormecido inconscientemente con la imagen de un modelo de desarrollo imparable, que era el que vivían todas las ciudades del mundo. Y como ocurre a menudo en la historia, un acontecimiento totalmente ocasional (las circunstancias en las que se propagó esta epidemia tienen características de ocasionalidad y excepcionalidad sobre las que tendremos que reflexionar realmente algún día) ha demostrado en cambio la gran fragilidad de ese modelo de desarrollo. Es un poco como si nos hubiéramos dado cuenta de que la idea de desarrollo que las ciudades cultivaban y siguen cultivando debe ponerse en tela de juicio. El segundo nivel, que será muy impactante, es el de la solidaridad entre ciudades. En estos momentos, las ciudades están hablando entre ellas mucho más de lo que lo hacen los Estados nación, y están compartiendo estrategias para hacer frente a esta epidemia con una rapidez infinitamente mayor y también con una utilidad mutua. Así que, en cierto sentido, se trata de una teoría conservadora hecha mía por el original de Attali, mucho más influyente. Hoy sé perfectamente lo que pensaba mi colega de Shanghai sobre la posible reapertura de los lugares de cultura, y dispongo de una forma de intercambio inmediato de ideas y estrategias que en cambio, en el frente del Estado-nación, veo muy limitada y ralentizada. No olvidemos, pues, que fueron los alcaldes de las ciudades quienes dieron el primer grito de alarma sobre la necesidad de que los Estados-nación se dotaran inmediatamente de instrumentos de protección contra la pandemia cuando ésta se hizo evidente. El tercer elemento, el más complejo en mi opinión, está relacionado con la sostenibilidad: más allá de las formas tan retóricas, y para mí también muy molestas, con las que se celebró de repente el regreso de la naturaleza a las ciudades como un hecho positivo (como si un zorro avistado en Quarto Oggiaro o un delfín en la costa de Venecia representaran un mensaje salvador: son circunstancias que más bien denotan y señalan el carácter excepcional de una situación que está causando, ante todo, muchas víctimas, pero también una crisis socioeconómica global que tendrá consecuencias muy graves), debemos reconocer el hecho de que la sostenibilidad medioambiental del modelo de desarrollo que se han planteado las ciudades en los últimos años ha sido demasiado tímida. Lo que hace falta es que las ciudades tengan la capacidad de situar realmente la sostenibilidad medioambiental en el centro de sus políticas de desarrollo. Y esto implicará también repensar muchos aspectos, muchos objetivos y muchas estrategias. Pero este replanteamiento será la forma en que, de una manera mucho más consciente y responsable, las ciudades demostrarán realmente que son capaces de impulsar el cambio y la transformación necesarios para el futuro. Hoy en día, cuando todo el mundo habla de crisis, siempre suelo recordar que la etimología de “crisis” proviene de un verbo griego que significa “elegir”. Es durante las crisis cuando se toman las grandes decisiones. Las crisis son muy negativas por las trágicas consecuencias que acarrean, pero representan circunstancias excepcionales en las que uno tiene la enorme responsabilidad de elegir: creo y espero que las ciudades sean capaces de tomar la decisión correcta en cuanto a su futuro modelo de desarrollo.
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