Patrizia Asproni, ex presidenta de la Fundación Museo Marino Marini de Florencia y secretaria de la Asociación Amici degli Uffizi, denuncia en las redes sociales lo que le parece mal de Florencia, como ciudadana, con sentido crítico y compromiso civil. De origen sardo, la Toscana es su tierra de adopción, Florencia la ciudad donde reside, a dos pasos del Duomo, en el centro histórico. Sus principales acusaciones son contra un turismo “invasor” y homologado que “está cambiando la faz de la ciudad”. Exige un cambio de rumbo inaplazable, no ofrece soluciones, pero apela a las instituciones para que las busquen.
LV. Asproni, Florencia acoge hoy un modelo turístico que está cambiando profundamente la fisonomía y la habitabilidad del centro histórico: cada vez más bed and breakfasts, bares y restaurantes de todo tipo, problemas con la eliminación de residuos y la dificultad de mantener algunas zonas agradables para quienes viven en ellas. Un modelo que no gusta a muchos pero que hace ganar dinero a mucha gente, ¿es posible aún cambiar de rumbo? Y si es así, ¿cómo?
PA. El verdadero problema es que estamos ante un turismo absolutamente descontrolado y que denuncia la ausencia de una idea de ciudad en la que nos gustaría vivir como habitantes. Tenemos que hacer frente a cambios profundos y repentinos generados por una globalización que ahora es omnipresente y cada vez más compleja. Por eso debemos preguntarnos: ¿en qué ciudad queremos que se convierta Florencia? Debemos partir de esta pregunta básica para luego proceder con la mejor estrategia a adoptar, de lo contrario nos veremos obligados a sufrir un turismo sin guía, con las consecuencias que ahora, por desgracia, están bajo los ojos de todos. Debemos empezar por preguntarnos cuál es la capacidad de carga de una ciudad y, por tanto, hasta qué punto el turismo es un ingreso y no un coste. Hoy está claro que, con este tipo de turismo, los ingresos pertenecen a unos pocos y los costes pesan en cambio sobre los ciudadanos.
En su opinión, ¿puede la economía de Florencia prescindir de los 14/15 millones de turistas que acuden a la ciudad cada año?
Aparte de las cifras rimbombantes que pregonan todos los días los medios de comunicación, no disponemos de datos que no sean “ad usum delphini”, no disponemos de datos proporcionados en tiempo real, que ahora son indispensables para interceptar los cambios antes de que se conviertan en problemas. En este sentido, sería esclarecedor disponer de datos veraces y objetivos que prueben el storytelling que indica que este turismo es un factor positivo para la ciudad, que confirmen que Florencia puede permitirse todas estas masificaciones, o por el contrario, que nos digan si este sobreturismo choca con la sostenibilidad medioambiental, la gestión de la limpieza viaria y los residuos, el mantenimiento de los servicios residenciales, la supervivencia de las actividades de barrio y la artesanía, y la cultura para los ciudadanos. Pondré un ejemplo práctico y muy “básico”: las casas del centro histórico de la ciudad tienen un sistema de alcantarillado de pozos negros para cuyo vaciado hay que utilizar camiones cisterna. Hasta hace poco, esta operación sistémica y costosa para los residentes tenía lugar una vez al año. Hoy en día, con el desmantelamiento de pisos que ha multiplicado exponencialmente el número de habitaciones para actividades de B&B, el servicio tiene que realizarse hasta tres veces al año, lo que aumenta los costes para los residentes que no poseen B&B. ¿Quiere otro ejemplo? ¿Hemos cuantificado la carga que suponen todas estas presencias y su movilidad para el mantenimiento de las calles de una ciudad medieval, antigua y delicada? ¿Cómo ha cambiado la vida cotidiana de los residentes, que no es de extrañar que sean cada vez menos, que hasta no hace mucho podían disfrutar de una ciudad con servicios de proximidad a 15 minutos a pie? Mientras en París el alcalde lanza la “ciudad de 15 minutos” contra el aburguesamiento, nosotros acabamos con nuestra ventaja y entregamos la ciudad a los mismos comederos y a todo tipo de chinoiserie.
Esto ocurre en todas partes. ¿Cómo es posible seleccionar el turismo? ¿Existen instrumentos legislativos o reglamentos municipales para hacerlo?
Antes de adoptar leyes o reglamentos, debemos tener el valor de tomar una decisión estratégica: Florencia tiene las características dimensionales para ser una ciudad en la que experimentar con proyectos piloto que puedan ser “escalables”. La ciudad es un microcosmos en el que el Renacimiento convive con la contemporaneidad. Este es el modelo que ha distinguido a nuestro país, ese estar “centrado en el ser humano” que siempre ha sido nuestro rasgo distintivo, el que nos convierte en uno de los destinos favoritos por su calidad de vida. Hoy en día, todas estas características se están perdiendo, y la ciudad está experimentando una homologación con la pérdida del genius loci, y de la artesanía, con los pesebres sustituyendo la gastronomía típica para adaptarse a los gustos del turista (¡el horror de la pasta comida con capuchino!). Pero si nos convertimos en lo mismo que los demás, si bajamos el nivel de las propuestas, ¿por qué debería elegirnos el turismo de calidad?
Su perfil de Facebook está lleno de críticas: primero los helicópteros volando alrededor de la cúpula del Duomo; luego la iniciativa Destinazione Florence, que propone un tour gastronómico con billete sin colas; en los últimos días el paseo en globo aerostático. ¿Propone usted dos proyectos que se puedan poner en marcha inmediatamente, o en poco tiempo, en las condiciones dadas y con la normativa actual, que puedan cambiar a mejor la ciudad de Florencia?
Más que críticas son cahiers de doléances. He señalado estas iniciativas porque escapan claramente al control del territorio. El sobrevuelo de los centros históricos está limitado por ley a actividades de salvamento o policiales. Como es fácil comprender, los demás sobrevuelos están prohibidos por razones de seguridad y de contaminación medioambiental y acústica. Helicópteros, avionetas y luego globos aerostáticos, que sobrevuelan la ciudad para hacer turismo, pasando por encima de la cúpula de la catedral, no sólo son un peligro para los monumentos sino que podrían inspirar actos peligrosos. Afortunadamente, también en este caso, como en el del tour gastronómico “sin colas” del vendedor de bocadillos, la administración intervino. Pero algo sigue colándose entre las grietas y los controles. Esperemos no tener que recurrir a la retrospectiva.
¿Qué soluciones propondría a la administración municipal para un turismo distinto del que critica?
Hay que evitar las aproximaciones y el vicio de la ’anuncitis’. No hay fórmulas mágicas, pero mientras tanto uno podría compararse operativamente con ciudades que están visualizando problemas similares para tomar prestadas las mejores prácticas adoptadas. Muchas de ellas han abordado el problema del “turismo de venganza” con iniciativas decisivas y eficaces que han dado resultados positivos codificados. Barcelona, Ámsterdam y Viena han impuesto una serie de normas para regular los flujos y contener sus efectos negativos: desde los horarios impuestos a los locales contra el mal tráfico hasta la limitación de mesas y terrazas y del consumo de alcohol en la calle, desde el endurecimiento de las sanciones hasta las campañas informativas y educativas. Normas sencillas y claras que se cumplan a rajatabla. También, para evitar iniciativas vacías, utilizar modelos predictivos desarrollados con ayuda de la inteligencia artificial. Y añadiría que hay que hacerlo rápido. El sufrimiento de los vecinos corre el riesgo de volverse irreprimible, como lo demuestra la multiplicación exasperada de los comités de transmisión de la protesta ciudadana, y esto, en una ciudad de 300.000 habitantes, es un fuerte signo de crisis de gobernanza.
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