Milán es reconocida como la capital económica de Italia, y desde hace algunos años pretende asumir también el papel de capital cultural. No sólo: en la última década, el prestigio internacional de Milán ha crecido considerablemente, y dentro de los procesos de transformación económica, social y urbana, las políticas culturales han desempeñado un papel fundamental. Milán ha sabido darse cuenta de que un discurso amplio sobre la cultura puede tener efectos beneficiosos para toda la ciudad, y de que la cultura es una palanca fundamental para el desarrollo de una ciudad. Un centro de arte contemporáneo de calibre europeo, una ciudad multicultural abierta al mundo, un lugar que atrae un nuevo tipo de turismo: de todos estos temas hablamos con el Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Milán, Filippo Del Corno. Entrevista realizada por Federico Giannini, redactor jefe de Finestre sull’Arte.
Filippo Del Corno (Milán, 1970) es concejal de Cultura del Ayuntamiento de Milán desde 2013. Licenciado en Composición en 1995 por el Conservatorio Giuseppe Verdi de Milán, trabaja como compositor desde 1990, y sus composiciones aparecen siempre en los festivales y teatros internacionales más importantes. Desde diciembre de 1997, ha enseñado Composición: primero en Turín, Parma y Pesaro, después en Trieste y de nuevo en Milán. También enseñó Economía de las Artes y la Cultura en la Universidad Bocconi de 2001 a 2007 y, de 1999 a 2008, concibió y dirigió programas musicales y culturales en profundidad para RAI-Radio3. |
FG. Podemos empezar recordando cómo se lanzó en Milán el Año Europeo del Patrimonio 2018. Un importante reconocimiento que, diría, certifica inequívocamente cómo Milán se ha labrado, en el ámbito cultural pero también económico y social, un papel protagonista en Europa, a la altura de capitales como París, Londres o Berlín. En esencia, Milán ha vuelto a ser un centro cultural de categoría internacional. ¿Cómo lo ha conseguido?
FDC. En primer lugar, lo ha conseguido toda la ciudad: creo que el mérito de este proceso no puede atribuirse únicamente a la administración, sino que es un mérito global que ha conseguido la ciudad. Debo decir que un punto de partida bastante importante fue el plan estratégico para el desarrollo de la cultura en la ciudad que esbocé en 2013 nada más tomar posesión: en el plan identifiqué tres ejes fundamentales de desarrollo en torno a los cuales se fue construyendo el camino de este desarrollo cultural de la ciudad. Los ejes siguen ahí ahora, porque creo que ese plan estratégico sigue en pleno desarrollo: el primer eje es el del incremento de la oferta cultural desde un punto de vista cualitativo y cuantitativo, con lo que me refiero al hecho de que efectivamente el crecimiento de una ciudad se puede medir en la profundidad pero también en la masa crítica de su oferta cultural. El segundo tema fue el del aumento del patrimonio cognitivo como factor esencial del desarrollo económico y social de una comunidad, pensando así en una difusión y accesibilidad cada vez más amplias de la cultura de la ciudad también como factor fundador del desarrollo económico y social. El tercer elemento de desarrollo se basaba en el principio de la creación de redes de colaboración y relaciones entre sujetos públicos y privados: una alianza, un pacto entre lo público y lo privado para el desarrollo cultural de la ciudad. En torno a estos tres ejes del plan estratégico se han producido una serie de acontecimientos, a veces dirigidos por la administración y en muchos otros casos de forma absolutamente espontánea, que han dado lugar a un crecimiento global verdaderamente importante y significativo, que a su vez ha supuesto tanto el reposicionamiento de Milán, no sólo desde un punto de vista puramente estadístico, entre las primeras ciudades europeas por su capacidad de oferta y producción cultural, como un nuevo y renovado sentimiento de confianza de la ciudad en la cultura como elemento de desarrollo.
De hecho, y siempre en el contexto del Año Europeo del Patrimonio, uno de los objetivos de esta iniciativa es concienciar a los ciudadanos europeos de la importancia, también social y económica, de un gran patrimonio cultural compartido. Milán lleva años apostando por la cultura, demostrando que la cultura genera riqueza, no sólo material. Sin embargo, se trata de un reto bastante difícil, sobre todo en un momento de la historia en el que existen fuerzas que de hecho obstaculizan este proceso de reconocimiento del valor de la cultura. ¿Cómo afrontarlo?
Creo que, en primer lugar, hay que tener, cada vez más, un enfoque analítico: no hay que pensar sólo de manera fideísta, basándose únicamente en el supuesto de que la cultura puede ser un motor extraordinario de desarrollo social y económico, sino que hay que afinar las herramientas analíticas para demostrar la validez real y concreta de lo que, de otro modo, podría parecer sólo un postulado teórico. Creo que, desde este punto de vista, una gran responsabilidad que Milán debe asumir con un poco más de fuerza y relevancia es la de ser también líder en la capacidad de innovación, utilizando herramientas analíticas adecuadas que puedan demostrar y fundamentar la afirmación que he hecho antes y que es ampliamente compartida. El segundo punto es reconocer cuál es el perímetro de acción real del apalancamiento cultural, que no es sólo el de los puntos medibles del PIB relacionados con la producción y la oferta culturales, sino que constituye la cuestión más profunda, para mí, del patrimonio cognitivo. La capacidad de hacer crecer la propia comunidad a través de la adquisición de herramientas de conocimiento de la realidad, y por tanto la capacidad de dotarla de una mayor capacidad de lectura del mundo que nos rodea, determina unas condiciones favorables para el desarrollo. Por lo tanto, hay que pensar que el capital social de una inversión cultural es doble: por un lado, está el capital concreto, real y material que reside en el valor económico que produce; por otro lado, está el capital inmaterial que está ligado al patrimonio cognitivo y que tiene un vínculo concreto con la capacidad de tener conocimiento y conciencia del propio presente, y mayores posibilidades de planificar y realizar un futuro.
Aquí me gustaría centrarme en el lado “inmaterial” de las inversiones culturales. Recuerdo un artículo de “Le Monde” que, a finales de mayo, describía Milán como una “ciudad europea que resiste al populismo”. En este sentido, ¿qué sugerencias cree que Milán podría dar al resto de un país que a menudo quiere levantar barreras en lugar de tender puentes con el resto de Europa y del mundo?
Creo que la única sugerencia que podemos hacer en este momento es mostrar cómo una actitud de confianza y apertura ha hecho que en un ciclo económico tan recesivo y crítico como el que ha atravesado y atraviesa nuestro país, la ciudad de Milán haya mostrado en cambio notables elementos de crecimiento, tanto económico como en términos de empleo. Una comunidad que se abre, que dialoga, que también se deja contaminar y fertilizar por elementos externos, es una comunidad capaz de producir crecimiento y desarrollo, contrariamente a lo que se suele creer. El segundo elemento fundador, y ésta es la única sugerencia que la ciudad quizá pueda hacer también en términos exquisitamente operativos desde el punto de vista de los poderes culturales, es que necesitamos mantener alto el nivel del debate político, o mejor dicho: necesitamos estimularlo cada vez más. Es decir, hay que conseguir que la oferta cultural no suponga un mecanismo de recepción pasiva por parte de la ciudad, sino que convoque y estimule a la propia ciudad a ser protagonista de un debate político que tiene lugar gracias a la solicitud de la oferta cultural. Desde este punto de vista, los modelos de nuestros festivales difusos -pienso en Ciudad Libro, pienso en Ciudad Piano, pienso en las semanas que lanzamos el año pasado- son productivos precisamente porque funcionan como un extraordinario activador, en todo el territorio urbano, de lugares y momentos de debate público. Hoy nuestro país adolece de falta de debate público, porque está congestionado en una especie de desafío dialéctico continuo que sólo se lleva a cabo a través del mecanismo, en este caso bastante perverso, de la comunicación a través de las redes sociales, donde las opiniones se viralizan y se convierten en tótems. Es necesario cuestionar esta concepción totémica de la sociedad y, en su lugar, considerar lo enriquecedor que resulta en todos los sentidos el debate, la confrontación y, por tanto, también, en cierto modo, la inevitable mediación que debe existir entre ideas y perspectivas diferentes.
Público en el Castello Sforzesco durante un acto del Estate Sforzesca. Foto Crédito Giovanni Daniotti |
Hablando de la cultura como clave para la integración y la inclusión, también a la luz de los recientes fenómenos migratorios y de las estadísticas del Istat que nos dicen que el número de extranjeros en Italia se ha duplicado en sólo trece años, estamos acostumbrados a decir que el patrimonio cultural es obviamente una base esencial para construir una sociedad capaz de incluir y abrirse a la multiculturalidad: ¿cómo se mueve Milán en este sentido?
Milán ha realizado dos operaciones muy importantes y significativas. Una fue crear el Foro de la Ciudad Mundial, que representó un lugar en el que todas las comunidades presentes en nuestro territorio tuvieron la oportunidad de expresarse, representarse y cultivar relaciones ante todo entre ellas, dejando así de vivir un principio de oposición entre microcomunidad y entorno exterior hostil, sino al contrario compartiendo sueños, esperanzas, expectativas, miedos y temores a través de un flujo intercomunitario de intercambio. Con el Foro de la Ciudad Mundial vimos a peruanos, senegaleses, egipcios, chinos, filipinos y marroquíes encontrar oportunidades de confrontación, relación y diálogo, especialmente entre ellos: esto desencadenó un fuerte mecanismo de percepción de la ciudadanía milanesa, porque una persona que viene de un país lejano comparte, con otra que viene de otro país lejano, el hecho de ser milanés y vivir en esta ciudad. Fue una experiencia muy valiosa, y ahora como todas las experiencias que han tenido un crecimiento muy tumultuoso está teniendo dificultades, pero a nivel simbólico fue sin duda muy importante. El otro aspecto significativo ha sido la creación del Mudec - Museo de las Culturas, un museo que ha desarrollado, más allá de su oferta y propuesta cultural, el mecanismo de profundización en las diferentes comunidades (china, egipcia, peruana, etc.), y esto ha estimulado a las comunidades a sentirse parte consciente de un paisaje cultural variado y accidentado, donde, sin embargo, la institución de la ciudad reconoce y atribuye a esas comunidades un valor de contribución significativa a esta multiplicidad de presencias culturales. Siempre digo que la Mudec tiene el gran mérito, o la ambiciosa tarea, de generar, a partir de la diferencia entre diferentes culturas, una cultura de las diferencias. Creo que esto, desde el punto de vista cultural, ha funcionado y ha contribuido a que hoy Milán sea una ciudad que ha conseguido declinar la forma de convivencia entre diferentes culturas de una manera algo más pacífica que en otras realidades.
Entre los logros que se reconocen a Milán, está también su dimensión como capital del arte contemporáneo. Se han creado importantes sinergias, y en Milán tanto el sector público como el privado contribuyen con éxito, y de forma muy equilibrada, debo decir, al auge de la ciudad en esta capacidad: no hay periódico internacional que se precie que no hable de la Fondazione Prada o del Hangar Bicocca, hay una Semana del Arte que involucra a todas las instituciones de la ciudad, hay un Miart cada vez más importante en el ámbito internacional, y hay realidades como la Triennale y el Museo del Novecento. Pero si tuviéramos que valorar también la cara negativa de la moneda, creo que deberíamos empezar por el Mudec, porque desde fuera se tiene la percepción de que es un museo que alcanza el éxito sobre todo porque acoge exposiciones con un fuerte impacto comercial o exposiciones fáciles, preconfeccionadas, me vienen a la cabeza las numerosas muestras multimedia o, por ejemplo, la exposición sobre Frida Kahlo. En su opinión, en Milán, capital del arte contemporáneo, ¿qué aspectos funcionan y cuáles hay que mejorar?
Creo que el principio de la alianza horizontal entre los distintos sujetos funciona muy bien. Lo público y lo privado contribuyen cada vez más a hacer de Milán una ciudad extraordinariamente fértil en cuanto a su capacidad de acoger el pensamiento creativo contemporáneo. Y así, los distintos eventos e instituciones que ha mencionado experimentan cada vez más su complementariedad en este escenario como un factor de ventaja y no de desventaja. Combinaría también el hecho de que, desde un punto de vista meramente simbólico, algunas operaciones públicas que se han llevado a cabo en los últimos años, sobre todo la que todavía está en curso pero que espero que esté concluida al final del mandato, que es ArtLine, el mayor parque de arte público contemporáneo que existe en Italia, así como uno de los mayores y más relevantes de Europa, donde el arte contemporáneo y los lenguajes del arte contemporáneo han recibido también la responsabilidad de habitar un espacio público y convertirse en un elemento catalizador en la identificación de una nueva función del espacio público. Siempre recuerdo, como uno de los proyectos de los que me siento más satisfecho y orgulloso, cuando en 2015, en plena Expo, decidimos que la Piazza Duomo, centro neurálgico de la ciudad, estuviera habitada por la presencia de la Manzana reintegrada de Michelangelo Pistoletto. Esa presencia simbólica también catalizó mucha atención sobre la forma que puede adoptar un espacio público, cuando está habitado por arte contemporáneo. En cuanto a Mudec, me gustaría responder dialécticamente a sus observaciones en dos niveles: en lo que respecta al arte contemporáneo, puedo decir que esa no es la misión específica y principal de Mudec. Mudec entrelaza su dimensión contemporánea con las matrices más antiguas y lejanas de la antropología cultural, como lo hace en su colección permanente y en varios de sus proyectos especiales. Además, me gustaría disipar los prejuicios que rodean a algunas de las exposiciones que se celebran en el Mudec. Por ejemplo, usted ha mencionado Frida Kahlo, que no fue una exposición preparada de antemano, sino que fue realizada especialmente para el Mudec, por un comisario de la casa, Diego Sileo, con un proyecto científico que llevó tres años de profundos estudios, investigaciones y contactos, que permitió traer por primera vez a Europa varias obras que nunca habían salido de los museos mexicanos, y que relacionó la obra de Frida Kahlo, por primera vez de manera científicamente profunda, con el tema de sus relaciones con sus matrices históricas, antropológicas y artísticas. Luego está claro que el atractivo mediático del título y todo lo que rodea a estos fenómenos refleja inevitablemente también una visión un tanto comercial y hedonista que ciertos visitantes tienen de este tipo de operaciones, pero la atención de Mudec a la cultura es máxima. Y también es cierto que en nuestra ciudad todavía hay muchas cosas que no funcionan en el arte contemporáneo. Por ejemplo, tenemos que plantearnos el problema, de forma clara, de cómo hacer justicia a las cada vez más numerosas colecciones privadas de arte contemporáneo, de gran calidad, que muestran una generosa voluntad de ser expuestas al público pero que aún no tienen ubicación. El verdadero reto, en mi opinión, no es tanto crear un museo de arte contemporáneo (no creo que éste sea el destino que Milán requiere), sino pensar en una forma más diferente e innovadora: una especie de hogar para las colecciones, un lugar que mediante una gestión mixta público-privada pueda permitir que las numerosas colecciones de arte contemporáneo, de las que disponen nuestros ciudadanos, expresen una función pública.
Piazza Duomo en 2015 con, a la izquierda, la Manzana reintegrada de Michelangelo Pistoletto. Ph. Crédito Ventanas al Arte |
Permítanme añadir una coda sobre el tema de las exposiciones de fuerte impacto mediático, pero jugando a otro nivel, el del arte antiguo. Aquí hay que decir que a Milán le cuesta un poco dar a conocer sus innumerables tesoros: a menudo incluso a muchos milaneses les cuesta recordar, por ejemplo, quiénes eran Vincenzo Foppa o Bernardino Luini, y en mi opinión iniciativas cuestionables como las exposiciones navideñas de obras maestras individuales arrancadas de su contexto y llevadas al Palacio Marino ayudan poco en este sentido. En este contexto, ¿cuáles son los aspectos en los que hay que trabajar, teniendo siempre presente, no obstante, que se ha avanzado mucho en comparación con hace tan sólo diez años?
Para responder a esta pregunta, que capta muy bien la cuestión, puedo decir que hemos trabajado en dos niveles, uno simbólico y otro de concienciación. En el plano simbólico, hemos intentado que los ciudadanos de Milán se sientan más orgullosos de la multiplicidad de tesoros artísticos que atesoran los museos, colecciones y lugares de arte de la ciudad. Fue precisamente durante la Expo cuando lancé el proyecto de los seis iconos de Milán, las seis obras de arte que se conservan en la ciudad pero que en realidad no se perciben, empezando por los propios milaneses, como pertenecientes a su propio patrimonio. Las recuerdo sucesivamente: Quarto stato de Pellizza da Volpedo, Sposalizio della Vergine de Rafael, Bacio de Hayez, Pietà Rondanini de Miguel Ángel, Concetto spaziale. La espera de Lucio Fontana yLa última cena de Leonardo da Vinci. Durante los seis meses de la Expo atribuí una imagen a cada mes, y promoví toda la comunicación del programa de la Expo en la ciudad a través de estas seis obras: de ahí surgió el proyecto Conversazioni d’arte, con el que cada año elegimos (un año también se hizo con un referéndum popular) seis obras de arte que pertenecen a nuestras colecciones y hacia las que creemos oportuno que los milaneses empiecen a sentir un mayor orgullo de pertenencia. Desde este punto de vista, sin duda queda mucho por hacer, pero creo que el camino que hemos emprendido es el correcto, y lo comprobé especialmente cuando niños muy pequeños de varias escuelas de la ciudad de Milán participaron en un concurso organizado por la Fundación Accenture y basaron sus historias sobre la ciudad en la identidad de Milán vivida a través de las obras de arte. Decía, sin embargo, que también hay un nivel de concienciación. La responsabilidad por la historia artística de la propia ciudad se construye progresivamente. Milán había dado algunos pasos muy importantes, desde este punto de vista, en los años cincuenta y sesenta, pero luego este aspecto se oscureció. Hemos retomado el camino iniciando un ciclo de exposiciones que precisamente han trabajado sobre esto. Pienso en la exposición sobre los Luini de Giovanni Agosti y Jacopo Stoppa, que supuso un esfuerzo considerable: fue la clásica exposición en la que la ausencia de un aspecto altamente seductor desde un punto de vista puramente publicitario no consiguió en realidad crear tantos visitantes, pero debo decir que fue una iniciativa muy importante, también porque junto a la exposición creamos la iniciativa de los itinerarios. Todos los visitantes de la exposición Luini tuvieron la oportunidad, gracias a esa misma exposición, de disponer de un itinerario que luego les llevó a descubrir o a conectar más profundamente con el conocimiento de la presencia Luini en la ciudad. Hicimos lo mismo cuando retomamos la exposición histórica de los años cincuenta, Dai Visconti agli Sforza: montamos una exposición con un montaje curatorial diferente y actualizado, pero también en este caso con un itinerario que luego se podía seguir. Creo que la clave es la siguiente: por un lado, trabajar en proyectos expositivos contemporáneos que se centren en figuras importantes en el desarrollo de la historia artística milanesa y, por otro, promover una conexión profunda con el territorio. Y esto no sólo para el arte antiguo, sino también para las figuras del arte de los siglos XIX y XX. Recuerdo, por ejemplo, la operación llevada a cabo recientemente por la FAI, que montó una exposición en Villa Necchi sobre el monumento que Arturo Martini realizó para el Palacio de Justicia de Milán, y luego elaboró un itinerario para conocer sus obras. Nosotros mismos, cuando hicimos la exposición sobre Arnaldo Pomodoro en la Sala delle Cariatidi del Palazzo Reale, promovimos al mismo tiempo un itinerario sobre las obras de Pomodoro en la ciudad.
¿Y las exposiciones sobre las que se les acusa de falta de relevancia científica?
Ha mencionado las exposiciones de Navidad en el Palacio Marino. El planteamiento original era el de la colaboración con Eni, y aquellas exposiciones se basaban en un principio con el que, desde el punto de vista cultural, yo mismo no estaba totalmente de acuerdo, pero sin duda tuvieron un gran impacto publicitario: grandes obras maestras de grandes museos expuestas para el público milanés. Aquí hemos dado un giro de 180 grados a este proyecto, con un argumento completamente distinto. Hemos trabajado con las realidades locales del centro de Italia para contar la historia de ese territorio, partiendo de la presencia simbólica de la obra que se expone en el Palacio Marino, pero haciendo cada vez una reflexión extremadamente precisa, desde el punto de vista científico, sobre la obra. Elegimos el centro de Italia porque asumimos una responsabilidad nacional: nos dimos cuenta de que, más allá de las grandes ciudades de arte consagradas por el turismo dominante, no existe un conocimiento y una conciencia generalizados de la extraordinaria multiplicidad, variedad y calidad del patrimonio que se conserva en las realidades medianas o pequeñas del centro de Italia. Por eso hemos realizado un proyecto que cada vez conecta más profundamente territorio y obra: empezamos con Fermo, seguimos con Sansepolcro, entre otras cosas contribuyendo significativamente a reubicar con fuerza la identidad de la obra de Piero della Francesca con respecto a su lugar de nacimiento, continuamos con Ancona, este año haremos Perugia. Por lo tanto, hemos marcado una inversión de la tendencia: el enfoque de las exposiciones del Palazzo Marino en los últimos años no ha sido llamativo, porque hemos expuesto obras bellas pero no obras maestras “de multitudes”; al contrario, cada vez se ha tendido a dar a conocer obras menos conocidas, como el Retablo Gozzi de Tiziano, una obra maestra maravillosa pero que objetivamente no tiene un fuerte impacto mediático en los visitantes, que así han podido descubrirla y sobre todo comprender su génesis en relación con el territorio. Por eso, siempre que hacemos estos proyectos, colaboramos muy estrechamente con las ciudades de origen. Tengo que decir la verdad: creo que son operaciones que tienen una coherencia y un planteamiento muy válidos desde el punto de vista de la difusión cultural.
Así que las críticas se contrarrestan con ese valor divulgador que usted menciona.
Pero la crítica es útil, porque también gracias a ella hemos corregido un poco el rumbo. También hubo un hecho evidente, que fue que Eni se retiró del proyecto, y el principio de estrecha colaboración que Eni tenía con algunos museos desapareció, y tuvimos que replantearnos todo desde el principio. Sin embargo, fue muy interesante y muy estimulante, y aquí llego un poco a tus observaciones iniciales, es decir, sobre cómo pueden ser útiles estas iniciativas. Recuerdo que en la película que acompañaba la exposición del Retablo Gozzi, el comisario mencionaba en un momento dado el retablo expuesto en San Fedele, y muchos visitantes, inevitablemente, vinieron finalmente a admirar las obras maestras de San Fedele gracias a los estímulos procedentes del Palacio Marino.
Colas en el Palazzo Reale con motivo de una exposición. Foto Crédito Ayuntamiento de Milán |
En cualquier caso, hay que reconocer que todas las iniciativas culturales de Milán han producido un efecto fácilmente comprobable, como es el aumento de los flujos turísticos: en 2017 el número de visitantes superó los nueve millones, un resultado que mejora en más de un 10% lo conseguido el año anterior. Podemos decir que Milán, también en este sentido, quiere situarse o se ha situado ya al nivel de ciudades como Roma, Florencia y Venecia?
Milán ha obtenido resultados muy importantes desde el punto de vista de los flujos turísticos gracias al crecimiento de su notoriedad, que se produjo sobre todo de la mano de la Expo. Debemos reconocer este aspecto, y también aprender de él, porque ha sido un elemento muy atractivo, que Milán ha sabido organizar y gestionar muy bien, y ello también en el curso de las distintas administraciones que se han ocupado de ella (es justo recordar que el primero que creyó mucho en la Expo fue el alcalde Moratti, que pertenece a un partido político exactamente opuesto al que yo pertenezco). Debo decir que la ciudad de Milán siempre ha vivido con la idea y la conciencia de que la Expo podía ser una oportunidad extraordinaria. Cuando llegó la Expo, Milán supo jugar todas sus cartas con gran conciencia y responsabilidad para garantizar que la reputación general de la ciudad creciera, y que Milán se convirtiera en un destino deseable para un turismo que, sin embargo, tiene características muy diferentes a las de las tradicionales ciudades de arte italianas. Es un turismo mucho menos masificado, mucho más diversificado y, sobre todo, puede decirse, que reconoce en Milán no sólo el aspecto de la conservación de los tesoros artísticos, sino su vivo tejido productivo. Esto es muy importante porque es testimonio de la vitalidad que la ciudad ha demostrado en los últimos años.
Así pues, hemos hablado de acogida, apertura, multiculturalidad, arte contemporáneo, arte antiguo, y a todo esto podríamos añadir otros ámbitos por los que Milán es famosa, como la moda, la arquitectura, el diseño: si quisiéramos trazar el contorno de una identidad cultural de Milán, tendríamos que partir de estas bases para llegar ¿a dónde?
Para llegar a reconocer un rasgo identificativo de la ciudad de Milán, el de haber sido siempre una ciudad extraordinariamente fértil para el pensamiento creativo: Milán, en su historia, tiene esta característica, que como un río cárstico a veces desciende y a veces resurge, convirtiéndose en un elemento caracterizador. Si hiciéramos un censo de cuántos músicos, pintores, arquitectos, diseñadores, estilistas de las partes más dispares del mundo han llegado a Milán en algún momento, y han encontrado aquí las mejores condiciones para que explotara su talento creativo, haríamos una lista interminable. Por supuesto, siempre está el ejemplo de Leonardo da Vinci, que vivió más que en ninguna otra ciudad del mundo precisamente en Milán, donde encontró las mejores condiciones para que explotara su polifacético talento creativo. Y luego siempre pongo otro ejemplo que me es muy querido, el de Giuseppe Verdi, que, de forma similar a lo que le ocurrió a Leonardo da Vinci, procedía de una zona ciertamente no muy lejana pero sin embargo ajena a la ciudad de Milán, y fue en Milán donde encontró las mejores condiciones para que explotara su talento.
En conclusión: ¿cuáles serán los principales retos que aguardan a Milán en el futuro, tanto a corto como a largo plazo?
Creo que a corto plazo el verdadero reto es mantener esta reputación, esta sensación de destino deseable que se mencionaba antes, no sólo desde el punto de vista del flujo inmediato de turistas, sino también desde el punto de vista del destino de proyectos de vida o inversiones. Hoy vemos que las realidades más dinámicas desde el punto de vista empresarial, urbanístico e incluso artístico sitúan a Milán en el mapa de las ciudades donde es deseable invertir y ubicar los negocios y el futuro. Así que Milán, a corto plazo, debe ser capaz de mantener esta reputación y seguir siendo un destino considerado deseable, especialmente para aquellos que quieren invertir en el futuro y el desarrollo de su negocio y experiencia. A largo plazo, creo que el verdadero reto que le espera a Milán es estar entre las primeras ciudades que experimenten lo que significa ser una ciudad-estado: Cada vez estoy más convencido de que Jacques Attali tiene razón en su libro Breve historia del futuro, cuando afirma que el futuro que vivirán las generaciones de nuestros hijos y nietos será un futuro en el que los Estados-nación tendrán cada vez menos importancia y menos poder, y en su lugar los centros neurálgicos desde el punto de vista del poder de decisión serán, por un lado, las grandes entidades supranacionales, y por otro, las grandes ciudades del mundo que irán adoptando cada vez más los contornos de verdaderas ciudades-estado. Creo que Milán se encuentra hoy, entre las ciudades de Europa, dentro del grupo de las que desempeñarán este papel. Las ciudades-estado no serán necesariamente las capitales, sino aquellas ciudades que inviertan en un determinado tipo de crecimiento. Milán tiene hoy muchos rasgos en común con otra ciudad que no es capital, Barcelona, que sin embargo también tiene este destino y esta posible ambición de estar entre las primeras ciudades que experimentarán de manera muy concreta, espero que de manera suficientemente dialéctica y no impositiva, esta idea de una transferencia cada vez mayor de peso y de poder de decisión de los Estados-nación a las ciudades.
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