Diego Velázquez, vida y obra del pintor barroco español


Diego Velázquez está considerado el padre del Barroco español. Gracias a sus magníficas dotes como retratista, supo plasmar la personalidad de sus personajes.

Diego Velázquez (Diego Rodríguez de Silva y Velázquez; Sevilla, 1599 - Madrid, 1660) fue un pintor y retratista español, que vivió y trabajó en la corte del rey Felipe IV de España. Durante los años de su actividad, concentrada en la primera mitad del siglo XVII, Diego Velázquez representó la época del arte barroco creando obras maestras entre las que destaca el famoso cuadro Las Meninas, en el que no sólo plasmó una representación visual de las complicadas estructuras del poder, sino que también reflexionó sobre los valores de la representación artística. Por encima de todo, el pintor se distinguió en el arte del retrato, donde demostró ser capaz de una gran maestría en representaciones de extraordinario realismo, logrando además tocar las profundidades de la psique humana.

Algo similar en el campo del retrato hizo en Roma Gian Lorenzo Bernini, en el arte de la escultura, hasta el punto de que creó el retrato en mármol del Papa Inocencio X fijándose en el óleo sobre lienzo ya ejecutado por Velázquez en 1650. Por su parte, Diego Velázquez también se fijó en el panorama artístico italiano, una cultura que pudo asimilar gracias a dos viajes de estudios realizados con veinte años de diferencia: estas dos estancias suelen utilizarse para dividir tres fases de desarrollo en la poética artística de Velázquez.



La obra de este formidable artista español fue entonces un modelo decisivo de inspiración para artistas a seguir, como los pintores del Realismo y más tarde del Impresionismo. El pintor Édouard Manet, en particular, quedó impresionado por su pintura, al igual que artistas modernos como Pablo Picasso, que reinterpretó el cuadro Las Meninas, y el pintor Francis Bacon, que revisitó su famoso retrato del pontífice. Hoy en día, Velázquez está considerado uno de los máximos exponentes de la pintura española y uno de los maestros más elocuentes de la historia del arte.

Diego Velázquez, Autorretrato (c. 1650; óleo sobre lienzo, 45 x 38 cm; Valencia, Museu de Bellas Arts de Valencia)
Diego Velázquez, Autorretrato (c. 1650; óleo sobre lienzo, 45 x 38 cm; Valencia, Museu de Bellas Arts de Valencia)

Vida de Diego Velázquez

El artista nació en Sevilla, Andalucía, en la primera semana de junio de 1599. Su padre se llamaba Juan Rodríguez de Silva y era abogado de ascendencia portuguesa. Su madre, Jerónima Velázquez, pertenecía a la clase hidalga, la nobleza menor española. Diego adoptó el apellido de su madre, como era costumbre en Andalucía. La infancia de Velázquez estuvo marcada por unaeducación religiosa: sus padres le orientaron hacia los estudios lingüísticos y filosóficos, intentando iniciarle en una profesión intelectual. Sin embargo, el joven Diego demostró pronto un talento artístico innato, por lo que comenzó un aprendizaje en Sevilla, en el taller de Francisco Herrera el Viejo. Este último pintor no veía con buenos ojos el arte italiano, más bien despreciaba su influencia en el arte hispano. Más tarde, el artista comenzó a estudiar con Francisco Pacheco, otro maestro sevillano. Aquí Velázquez estudió las proporciones y la perspectiva, siguiendo el estilo sencillo y realista que caracterizaba al maestro. En 1618 se casó con la hija del maestro, Juana Pacheco. Del matrimonio nacieron dos hijas, la primera de las cuales murió en la primera infancia. A pesar de la tragedia, en la década de 1620 a 1630, el pintor consiguió labrarse una buena reputación y posición social.

Durante este periodo, Velázquez produjo obras notables, sobre todo pinturas de tema sacro: en Jesús y los peregrinos de Emaús, de 1620, comienza a brillar el cuidadoso realismo, madurado a través de su estudio con Francisco Pacheco. En Sevilla, Diego gozó de gran fama, pero también aspiraba a encargos mucho más importantes. Así, tras un primer viaje a Madrid en 1622, fue invitado de nuevo a la ciudad por el conde duque de Olivares, ministro de Felipe IV de España. En agosto de 1623 pintó un primer retrato del rey, lo que le valió el nombramiento como pintor del rey y la posibilidad de trasladarse a Madrid con su familia, lo que efectivamente hizo en 1624. A partir de entonces, permaneció en Madrid el resto de su vida.

Una vez conseguido el puesto de pintor de la corte, Velázquez realizó varios retratos de Felipe IV, dos de los cuales se conservan en el Museo del Prado de Madrid (catálogo 1070-1071). En los retratos de este periodo se percibe cómo las formas severas, adquiridas durante los años sevillanos, se suavizan para dar cabida a líneas más delicadas. El estilo de este periodo recuerda al del retratista holandés Antoon Mor, que trabajó en España.

En 1627, el rey convocó un concurso que ganó Velázquez, lo que le valió el título de ujier de cámara. En esas fechas, su carrera había alcanzado una posición de indiscutible supremacía en las artes. A continuación, el pintor flamenco Pieter Paul Rubens llegó a Madrid en 1628 y Velázquez tuvo la oportunidad de conocerle. El pintor flamenco, que en aquel momento se encontraba en la cima de su éxito, fue un conocido importante para Velázquez, ya que le abrió los ojos a los valores universales de la lección de Tiziano y, más en general, del arte veneciano. Por ello, Rubens le aconsejó que viajara a Italia, intentando convencer al rey de que le concediera la licencia necesaria para el viaje. Así, desde enero de 1630, Velázquez se encontraba en Roma. Allí pudo estudiar la Antigüedad, a los grandes maestros del Renacimiento, y asimiló profundamente las lecciones de la luz de Caravaggio. Cuando regresó a Madrid en 1631, lo hizo como maestro de facto. Los veinte años siguientes, Velázquez vivió unos años marcados por una monotonía general en su obra, determinada por los ritmos y las normas de la corte, de modo que su actividad artística estaba sujeta a restricciones temáticas, dictados que no permitían una verdadera libertad de expresión; sólo pintaba desnudos femeninos. Por ello, el pintor se dedicó al estudio intensivo del retrato, teniendo siempre como temas a las mismas personas: el rey, que llegó a tener más de cuarenta retratos, otros miembros de la familia real, el conde duque de Olivares. Pintó a muchos de los enanos y bufones que trabajaban en la corte, como Pablo de Valladolid (1635) y Diego de Acedo, el Primo (1644). De esta época, hacia 1632, Velázquez sacó el estudio necesario para realizar uno de sus cuadros más famosos de tema religioso, Cristo en la Cruz, un lienzo de indudable belleza e intensidad.

En los años siguientes, el rey Felipe IV encargó a Velázquez que viajara de nuevo a Italia para adquirir nuevas obras de arte, mobiliario para las estancias reales del Escorial y fundar una Academia de Arte en España. Así, a mediados de siglo, el pintor se encontraba por segunda vez en Italia, para un viaje de dos años tras un periodo de aburrimiento y poca actividad. Velázquez parte de Málaga con destino a Génova, Milán y Venecia. Allí conoció y adquirió cuadros de Tiziano, Tintoretto y Veronés, absorbiendo las influencias de la lección veneciana. En Roma pintó el retrato del Papa Inocencio X, actualmente acompañado en la Galería Doria Pamphilj por la versión escultórica del mismo tema realizada por el escultor Gian Lorenzo Bernini: la obra es un valioso ejemplo de este momento artístico en la vida de Diego. Tras ser recibido y recompensado por el pontífice, Diego realizó una copia del mismo retrato que se llevó consigo a España. Todavía en la Urbe, pintó el retrato de su criado Juan de Pareja, retrato que le valió el ingreso en la Academia de San Luca. También de esta estancia procede la famosa Venus en el espejo (o Rokeby; 1647-51), probablemente un retrato de su amante, la pintora Flaminia Triva, con la que tuvo una aventura y un hijo. Mientras tanto, el rey Felipe IV se casó en segundas nupcias con María Ana de Austria, por lo que pronto llamó a Velázquez de nuevo a la corte para poner al día la colección de retratos. Tras una rápida visita a Nápoles, desembarcó en Barcelona en 1651, trayendo consigo muchas de las obras y esculturas que había adquirido; como muchas de ellas representaban desnudos, no todas fueron apreciadas y, dado el intrusismo de la Inquisición española, muchas se hicieron desaparecer. El retrato de Venus en el espejo escapó a este destino, ya que Velázquez ostentaba el título de pintor del rey. Entre sus últimas obras figura una piedra angular del arte barroco europeo, Las Meninas, el cuadro de la familia del rey Felipe IV. Pocos meses después de encargarse de la decoración de la boda de María Teresa de España con Luis XIV de Francia, le atacó una fiebre que resultó fatal para él. Murió el 6 de agosto de 1660, siete días antes que su esposa.

Diego Velázquez, El aguador de Sevilla (1620; óleo sobre lienzo, 105 x 80 cm; Londres, Colección Wellington, Apsley House)
Diego Velázquez, El aguador de Sevilla (1620; óleo sobre lienzo, 105 x 80 cm; Londres, Colección Wellington, Apsley House)
Diego Velázquez, Triunfo de Baco o Los borrachos (1628-1629; óleo sobre lienzo, 165 x 225 cm; Madrid, Prado)
Diego Velázquez, Triunfo de Baco o Los borrachos (1628-1629; óleo sobre lienzo, 165 x 225 cm; Madrid, Prado)
Diego Velázquez, Cristo crucificado (c. 1632; óleo sobre lienzo, 248 x 169 cm; Madrid, Prado)
Diego Velázquez, Cristo crucificado (c. 1632; óleo sobre lienzo, 248 x 169 cm; Madrid, Prado)
Diego Velázquez, Venus Rokeby (1644; óleo sobre lienzo, 122,5 x 175 cm; Londres, National Gallery)
Diego Velázquez, Venus Rokeby (1644; óleo sobre lienzo, 122,5 x 175 cm; Londres, National Gallery)

Estilo y principales obras de Diego Velázquez

La primera obra maestra artística de Diego Velázquez fue Elaguador de Sevilla, 1621. Las figuras humanas son un extracto de la más humilde de las condiciones sociales, pero aquí representadas con una monumentalidad que recuerda a los retablos. La luz es ya el resultado de un interés reservado al caravaggismo: los cuerpos se moldean y emergen de la oscuridad con pinceladas de luz. De hecho, la vida artística de Velázquez puede contarse como una confrontación continua con el arte italiano, y aquí Velázquez demuestra lo bien que comprendió el núcleo de la revolución caravaggesca.

Ocho años más tarde, el artista se muestra perfectamente capaz de dominar el claroscuro, manejando la luz con gran maestría. En el Triunfo de Baco (o Los borrachos o Los bebedores), de 1629 precisamente, con los personajes todavía de extracción social popular, es una composición de trazo firme y decidido que no deja ningún atisbo de suspense o duda. La obra es perfectamente representativa de la primera etapa pictórica de Velázquez, que por entonces aún no había viajado a Italia. Lo hizo en enero de 1630, después de que el pintor Pieter Paul Rubens le hablara de los cuadros de Tiziano y le convenciera para emprender la experiencia. Entre las ciudades italianas, Velázquez pudo entablar un diálogo directo con el arte y la cultura italianos.

Durante su primera etapa romana, Velázquez experimentó con el género del paisaje, que, junto con el desnudo, era otro género artístico que la corte española no permitía. Realizó entonces, entre otras, dos vistas de la Villa Médicis, los primeros cuadros pintados en plein air de la historia del arte occidental. Cuando regresó a Madrid en 1631, lo hizo cargado de nuevas intenciones artísticas.

De 1632 data Cristo en la Cruz (lea más aquí), una de las obras más extraordinarias de su género a la que el poeta Miguel de Unamuno dedicó una composición. El lienzo, de dimensiones monumentales, propone una escena conmovedora e intensa al tiempo que mantiene una línea esencial. En el centro aparece la figura de Cristo en el momento inmediatamente posterior a su muerte; la cabeza del Salvador cuelga sobre su pecho y una masa de cabellos oscuros cubre parte de su rostro. La figura destaca sobre un fondo oscuro que es funcional a la hieraticidad de la figura. Cuando el pintor pudo por fin regresar a Roma en 1650, dejó momentáneamente atrás todas aquellas ataduras temáticas que le imponía la corona española. Pintó entonces Venus en el espejo, su único desnudo femenino. La diosa, mirándose en el espejo, mira al espectador. El cuadro es una síntesis perfecta de los conocimientos de Velázquez hasta la fecha. Una gama cromática de indiscutible ascendencia veneciana anima el cuerpo de una estatua antigua, todo ello al servicio de un enfoque centrado en el papel del espectador y su implicación.

Sin embargo, el cuadro más importante de este segundo viaje italiano es el Retrato de Inocencio X. La obra representa la cima del retrato de Velázquez, testimonio de la profundidad de su relación con la tradición artística italiana, así como de su capacidad para fijar en el lienzo la presencia y la personalidad de un solo ser humano. Inocencio X está, por supuesto, retratado con gran detalle, pero aquí Velázquez da un salto más, imprimiendo en las líneas y expresiones del rostro los caracteres de un espíritu vivo y dotando a la composición de una gran elocuencia.

Los retratos y los cuadros de historia hicieron de Velázquez el pintor “de taller” por excelencia: pasando la mayor parte de su tiempo y de su trabajo como artista dentro de los rígidos esquemas de la corte española, su producción se desarrollaba íntegramente dentro de palacio, como en un atelier en el que repetía obsesivamente el ejercicio sobre el mismo conejillo de indias, que para él eran el rey, los miembros de la corte, los enanos y los bufones. Aquí tenemos a un artista llevado a reflexionar sobre su propia actividad, interesado en hablar de su arte a través de sus propias obras. La filosofía totalmente visual de Velázquez explica a qué se refería el pintor italiano Luca Giordano cuando hablaba de Las Meninas como una"teología de la pintura". Pintado en 1656, cuatro años antes de su muerte, el cuadro es una piedra angular del periodo artístico barroco europeo. La escena transcurre en el interior del estudio del pintor, situado en el palacio de Felipe IV. La infanta Margarita aparece retratada en el centro, rodeada porlas damas de honor(las meninas, en realidad), y flanqueada por un enano de la corte, fruto de la práctica constante del pintor. Los elementos del cuadro están ejecutados con la mayor atención al detalle. En el espejo situado sobre la muchacha se refleja la pareja reinante, Felipe IV y María Ana de Austria, protagonistas también de la escena. A la izquierda del cuadro se encuentra el autorretrato de Velázquez, autocelebratorio y perfectamente adecuado al ambiente del Real Alcázar de Madrid.

Una de sus últimas obras fue Las hilanderas (El cuento de Aracne), hacia 1657. El cuadro está lleno de luz y aire, de colores vibrantes e intensos. La mano es muy cuidadosa, ahí está toda la experiencia que Velázquez acumuló en sus cuarenta años de carrera. Entre los últimos retratos, destaca el delInfante Felipe Próspero: el hijo de Felipe IV y María Ana de Austria está representado en toda su fragilidad y nobleza. Retratado con detalle sobre un fondo oscuro, la figura del pequeño destaca por la luminosidad de su tez y sus ropajes. Velázquez sugirió la atmósfera íntima y melancólica con pinceladas suaves, acentuando la vulnerabilidad del sujeto, que moriría con sólo cuatro años de edad.

Diego Velázquez, Retrato de Inocencio X (1649-1650; óleo sobre lienzo, 141 x 119 cm; Roma, Galería Doria Pamphilj)
Diego Velázquez, Retrato de Inocencio X (1649-1650; óleo sobre lienzo, 141 x 119 cm; Roma, Galería Doria Pamphilj)
Diego Velázquez, Las meninas (1656-1657; óleo sobre lienzo, 318 x 276 cm; Madrid, Prado)
Diego Velázquez, Las meninas (1656-1657; óleo sobre lienzo, 318 x 276 cm; Madrid, Prado)
Diego Velázquez, Las hilanderas (El cuento de Aracne) (c. 1656; óleo sobre lienzo, 220 x 289 cm; Madrid, Prado)
Diego Velázquez, Las hilanderas (El cuento de Aracne) (c. 1656; óleo sobre lienzo, 220 x 289 cm; Madrid, Prado)
Diego Velázquez, Retrato del infante Felipe Próspero (1659; óleo sobre lienzo, 128,5 x 99,5 cm; Viena, Kunsthistorisches Museum)
Diego Velázquez, Retrato del infante Felipe Próspero (1659; óleo sobre lienzo, 128,5 x 99,5 cm; Viena, Kunsthistorisches Museum)

Dónde ver las obras de Diego Velázquez

ElAutorretrato de Diego Velázquez, óleo sobre lienzo de 1650, se conserva en el Museo de Bellas Artes de Valencia. Sin embargo, la mayoría de las obras del pintor sevillano se encuentran ahora en Madrid, en el Museo del Prado: en primer lugar, su obra maestra, Las Meninas (1656); le siguen los lienzos con el Triunfo de Baco (1629), el retrato de Pablo de Valladolid (El comediante) (1632-33), el retrato de Diego de Acedo, el Primo (o Bufón con libros) (1644), y el inmenso Cristo en la Cruz (1632) y también Las hilanderas (El cuento de Aracne), 1657. También se encuentra Vista del jardín de la Villa Medici en Roma (1630), la vista tomada en Roma cuando el pintor se alojó allí por primera vez.

En Italia, en Roma se encuentra el Ritratto di Innocenzo X (Retrato de Inocencio X), expuesto en la Galleria Doria Pamphilj. En Módena, en la Galleria Estense, hay un retrato del duque Francesco I d’Este, pintado por Velázquez en Madrid entre 1638 y 1639.

En Londres, en la Wellington Collection Apsley House se encuentra el óleo sobre lienzo El aguador de Sevilla (1620), mientras que la Venus de Rokeby (o Venus ante el espejo o Venus y Cupido) está en la National Gallery. En Viena, en el Kunsthistorisches Museum, está el retrato con elInfante Felipe Próspero. En Estados Unidos, en el Metropolitan Museum de Nueva York, está el Retrato de Juan de Pareja, pintado por el pintor durante su segundo viaje a Italia.

Diego Velázquez, vida y obra del pintor barroco español
Diego Velázquez, vida y obra del pintor barroco español


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