Superculto. Linda Nochlin sobre Rosa Bonheur


A pesar del aliento de su padre, del inconformismo y de la gratificación del éxito mundial, su conciencia seguía reprochándole no ser "femenina", porque ella también estaba moldeada por normas sociales interiorizadas inconscientemente y refractadas a un examen racional de la realidad.

Al rechazar de buena fe el papel femenino convencional de la época, Rosa Bonheur se topó con lo que Betty Friedan llama “el síndrome de la blusa de encaje”: esa versión inofensiva de la protesta femenina que sigue impulsando a las mujeres de éxito, como psiquiatras o profesoras, a vestirse de forma ultrafemenina o a hacer pasteles a todas horas. Aunque desde muy joven llevaba el pelo corto y vestía ropa masculina, siguiendo el ejemplo de George Sand, cuyo romanticismo r ústico ejerció una fuerte influencia en su imaginación artística, insistía con convicción en que ello sólo se debía a exigencias profesionales específicas. Desmintiendo con indignación el rumor de que había escandalizado a París de jovencita por pasearse vestida de chico, entregó orgullosa a su biógrafo un daguerrotipo que la mostraba con dieciséis años, perfectamente vestida según la moda femenina en boga; la única excepción era su pelo muy corto, que justificaba como un recurso práctico adoptado tras la muerte de su madre: "¿Quién se habría ocupado de mis rizos?

En cuanto a la ropa masculina, rechaza de inmediato la idea de su interlocutora de que los pantalones son un símbolo de clara emancipación: “Condeno solemnemente a las mujeres que renuncian a la ropa normal por el deseo de pasar por hombres”, dice, rechazando así implícitamente a George Sand como prototipo.

Rosa Bonheur, La feria de caballos (1852-1855; óleo sobre lienzo, 244,5 x 506,7 cm; Nueva York, Museo Metropolitano de Arte)
Rosa Bonheur, La feria de caballos (1852-1855; óleo sobre lienzo, 244,5 x 506,7 cm; Nueva York, Metropolitan Museum of Art)

“Si hubiera pensado que los pantalones eran adecuados para mi sexo, habría prescindido de las faldas, pero no lo hice; tampoco aconsejé nunca a mis hermanas que llevaran ropa de hombre en la vida cotidiana. Así que, si me ves vestida así, no es para hacerme notar, como intentan muchas otras mujeres, sino sólo para facilitar mi trabajo. No olvide que durante un tiempo pasé días enteros en mataderos. Hay que amar mucho el arte para vivir entre charcos de sangre [...] Los caballos también me fascinan y ¿qué mejor lugar para estudiar a estos animales que el recinto ferial, entre excrementos? No pude evitar darme cuenta de que la ropa de mujer era un verdadero incordio. Por eso decidí pedir permiso al prefecto de policía para usar ropa de hombre. Pero lo que llevo puesto no es más que mi traje de trabajo. Los comentarios de los tontos nunca me han molestado. Incluso Nathalie [su compañera] se ríe de ello. Verme vestido de hombre no le molesta en absoluto, pero si le da por pensar, no tendría ninguna dificultad en llevar falda, ya que tengo un surtido completo de ropa de mujer en mi armario”.

Al mismo tiempo, sin embargo, admite: “Los pantalones han sido mi salvación [...] Muchas veces me he felicitado por haber tenido el valor de romper con una tradición que me habría impedido ciertos trabajos, teniendo que arrastrar las faldas a todas partes”. Sin embargo, la famosa artista aún se siente obligada a justificar su sincera confesión con una “feminidad” mal entendida: “A pesar de mis cambios en el vestir, no hay hija de Eva que aprecie más que yo la frivolidad; mi carácter brusco y poco sociable nunca ha impedido que mi corazón siga siendo completamente femenino”.

Resulta bastante patético que una artista de renombre, incansable en el estudio minucioso de la anatomía animal, tenaz buscadora de sus temas, ya fueran bueyes o caballos, en los lugares más desagradables, prolífica autora de obras muy populares a lo largo de una dilatada carrera, dotada de un estilo decidido, seguro e innegablemente masculino, ganadora del primer premio del Salón de París, galardonada con la Legión d’honor, de la Orden de Isabel la Católica y de la Orden de Leopoldo, así como amiga de la reina Victoria, tuvo que sentirse por quién sabe qué razón obligada en su vejez a justificar y explicar sus maneras masculinas al tiempo que atacaba a sus colegas más modestos en pantalones para acallar su culpabilidad. A pesar de los ánimos de su padre, del inconformismo y de la gratificación de sus éxitos mundiales, su conciencia seguía reprochándole no ser “femenina”, porque ella también estaba moldeada por normas sociales interiorizadas inconscientemente y era refractaria a un examen racional de la realidad.

Incluso hoy en día, las dificultades impuestas a un artista por tales exigencias inconscientes siguen añadiéndose a una tarea ya de por sí ardua. La famosa escultora contemporánea Louise Nevelson combina una dedicación total “antifemenina” a su trabajo con pestañas postizas “femeninas” y admite abiertamente que se casó a los diecisiete años, a pesar de estar segura de que no podía dejar su trabajo, sólo porque “todo me sugería que debía casarme”. Incluso para estas dos artistas excepcionales -nos guste o no La Feria Equina, no podemos sino admirar los logros de Rosa Bonheur- la mística de la feminidad, con sus ambigüedades interiorizadas de narcisismo y culpa, debilita y destruye con sutil trabajo esa plena autoestima, esa certeza absoluta, esa seguridad moral y estética, necesarias en el arte para las obras más grandes e innovadoras.

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Linda Nochlin, ¿Por qué no hubo grandes mujeres artistas? (trad. it. Jessica Perna), Castelvecchi, Roma, 2014 [primera publicación en lengua original: Art News, 1971], pp. 46-47

Superculto. Linda Nochlin sobre Rosa Bonheur
Superculto. Linda Nochlin sobre Rosa Bonheur


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